De torrijas, panqueques y fútbol

Firmas
Jesús Prieto
Disputa del ‘Royal Shrovetide Footbal’ en la localdiad de Ashbourne en Inglaterra en 2017. Foto: Rob Scott

La batalla entre los excesos del carnaval y la mesura de la Pascua se ha repetido como un ‘leitmotiv’ a lo largo de la historia, tocando todos los ámbitos de los que participamos. Lo mucho y lo poco, lo exagerado y lo justo. El arcipreste de Hita lo relata en el episodio del Libro de buen amor que narra la batalla entre Don Carnal (gula) y Doña Cuaresma (templanza): “El primero de todos que hirió a don Carnal fue el puerro cuelliblanco, y dejólo muy mal, le obligó a escupir flema; ésta fue la señal. Pensó doña Cuaresma que era suyo el real”.

Los cuarenta días de sacrificio de Jesús en el desierto de Judea es el tránsito que hay entre uno y otro. La Iglesia los toma como un período de purificación, de preparación para la Semana Santa. Según sus preceptos, en los días de vigilia no se puede comer carne, y para ello se inventaron las torrijas. No deja de ser curioso que el último día de carnaval y víspera de la Cuaresma se conmemore el Día del Panqueque, otra receta de harina, leche y huevos.

En Inglaterra el período anterior a la Cuaresma es el Shrovetide. En el Shrove Tuesday, martes de carnaval o de panqueque (el famoso Mardi Gras francés), solía celebrarse el Día del Fútbol. Ese es el origen del fútbol de carnaval o fútbol medieval inglés, otro ejemplo de la oposición entre lo desmadrado y lo comedido.

Un campo de tres millas (unos cinco kilómetros) plagado de ríos, montañas, prados, valles, castillos, cementerios o plazas, separa dos porterías, ubicadas en dos molinos antiguos, donde se debe golpear tres veces la pelota para ganar el partido.

En la localidad de Ashbourne, que todavía celebra el Royal Shrovetide Football, estos molinos se recuerdan con un monolito. Según el antecesor del fútbol de carnaval, la soule -practicada en Normandía y Picardía-, la meta también podía estar ubicada en sitios más recónditos como el fogón de una casa particular. La pelota es voluminosa, difícilmente manejable (de piedra, de cuero, de tela, de madera o de vejiga de cerdo) y suele acabar en el agua. Los contrincantes, cientos de personas separadas en grupos rivales de villas, pueblos, parroquias o los nacidos al norte y al sur del río. Para avanzar, las facciones forman enormes melés que van empujando a la muchedumbre hacia una de las porterías. Pueden usarse pies y manos.

El partido dura hasta 16 horas. La única regla es que no se puede matar a un rival.

Es real desde 1928, cuando Eduardo VIII participó del juego y sufrió una hemorragia nasal. Anteriormente no había tenido muy buena relación con la realeza. Varios monarcas lo prohibieron. Eduardo III mediante real decreto: “Se ordena bajo pena de prisión a vecinos y extraños la prohibición del lanzamiento de piedra, madera o hierro, el balonmano, el fútbol o el hockey, las peleas de gallos u otros juegos de inactividad”.

Uno de los problemas que el fútbol de carnaval presentaba para la nación y una de las razones de su prohibición era que en época de la peste negra y con la población diezmada, suponía una distracción de ocupaciones más útiles como el tiro con arco. La población se reveló constantemente contra estas prohibiciones a pesar de las excomuniones y multas de cien sueldos.

Y es que el premio es enorme: el artífice del único tanto es conducido a hombros hasta el bar para beber toda la cerveza que quiera.

Cómo han cambiado los tiempos.