Opinión

A la sombra de Negreira

El dilema del seguidor culé plantea: "¿Renunciarías a la Liga a favor de los blancos, a cambio de que tu único rival también quede apeado de la Champions?"

FC Barcelona vs. Real Madrid.

FC Barcelona vs. Real Madrid. / EFE

Matías Vallés

Hay una pesadilla barcelonista recurrente pese a que incluye ganar la Liga, porque contempla asimismo que el Madrid obtenga la Champions, para seguir empatado con el quince Roland Garros que obtendrá esta primavera Rafael Nadal.

En formato de interrogante, el dilema del seguidor culé plantea: "¿Renunciarías a la Liga a favor de los blancos, a cambio de que tu único rival también quede apeado de la Champions?" El clásico aportó una respuesta fundada en la esperanza. El campeonato liguero pertenece al Barça salvo que lo descalifiquen por sus tratos con Enríquez Negreira, y las gestiones en Europa se encomiendan al embajador del club, un Pep Guardiola vigilante en el palco del Camp Nou.

El Barça confía hoy más en Guardiola que antaño en la magia negra de Negreira, para desembarazarse de su obsesión blanca. El clásico se celebraba a la sombra del árbitro multimillonario, por lo que los cánticos de ordenanza "Así gana el Madrid" parecían devolver a los tiempos idílicos en que el máximo sospechoso de la confraternización con los colegiados habitaba en la capital. El gol anulado a Marco Asensio disparará las hormonas de los teóricos de la conspiración. Y por añadir un dato futbolístico, qué desamparados se muestran estos días Benzema y Lewandowski, que parecen saltar al campo a lamerse las heridas.

Un periodista jamás debe insinuar que el impacto de un acontecimiento es desmesurado, pero la ubicuidad del mediocre Negreira suena a masoquismo. Jorge Valdano es el mejor articulista de España en todas las categorías confundidas, pero el sábado desenfundaba su prosa aristocrática para concluir que "Ahora hay clásico: ¿y qué, si ya no nos lo creemos?"

Si el desánimo ha contagiado al cerebro más elaborado del balón, conviene preocuparse. A raíz de Negreira, se ha instalado un nihilismo futbolístico, más peligroso que el sucedáneo político. El fútbol es más que una convicción, es una religión, y su primera mandamiento especifica con claridad que "Creerás en el Madrid-Barça o viceversa sobre todas las cosas".

Y aunque el Barça llegaba al clásico más dañado que el Credit Suisse, la mera sugerencia de prescindir de la cita en la cumbre suena a sacrilegio. Bastaron los cinco primeros minutos para que el aficionado se olvidara del resto de la Liga. Eso sí, los azulgrana exhibían un dominio de secano, al estilo improductivo de Luis Enrique.

En el otro bando, es curioso que el Madrid denuncie el trato que recibe Vinicius en los estadios ajenos, y que a continuación descargue sobre el brasileño todo el trabajo físico en condiciones que serían denunciables ante los tribunales laborales. Kroos y Modric también están en la fase quiet quitting, ni un minuto ni un esfuerzo de más.

El Madrid se mostraba tan perezoso que fue el primer sorprendido de su gol rocambolesco, o carambolesco, que tuvo que marcarse el propio Araújo. A partir de ahí, los blancos se sentaron a esperar que elBarça empatara, porque Courtois no puede estar en todo. Los blancos imploraban una derrota que solo llegó en el descuento. Cada uno a lo suyo.

Ha llegado el momento de anotar las conclusiones del clásico. Sin el Barça, no hay Liga que valga. Si debe purgar sus oscuros tratos arbitrales, que lo expulsen un par de años de Europa, donde Guardiola lo representa con mayor fidelidad que el propio conjunto azulgrana. Sin Negreira ni Messi, subordinado del anterior, el Barça está a un paso del título, porque lo peor de gastarse millones en árbitros es darse cuenta de que no los necesitabas.

Por cierto, el énfasis en Negreira se debe a que los jugadores de campo no ofrecen una épica en condiciones. Hablar del nuevo Xavi, o del Ronaldo 2.0, es una forma de ensalzar a los predecesores porque los sucesores no están a la altura.