Mundial de Clubes
Dios bendiga al 'american' Chelsea en un Mundial de Clubes que Infantino regaló a Trump
El dueño del Chelsea, Todd Boehly, financiador de varias campañas republicanas, aprovechó la oportunidad de mercado que le abrió la sanción a Abramovich no ha dudado en gastar miles de millones de euros para un día como el de la final contra el PSG

Donald Trump, en medio de la celebración del Chelsea del Mundial de Clubes. / Seth Wenig / AP
Es difícil ser del Chelsea salvo por algún tipo de filia personal. No es un equipo que despierte simpatía por alguna seña de identidad concreta, como la resiliencia del Arsenal pese a sus fracasos que acumula fracasos o el carácter obrero del West Ham. No tiene la magia del Liverpool ni la marca del Manchester United. Aunque en realidad sea una suma de todos estos factores, concentrados en un Stamford Bridge que se reivindica, con razón, como "el orgullo de Londres". El proceso multimillonario, a veces aleatorio, pero al que Enzo Maresca, otro discípulo de Guardiola que ha superado al maestro, ha llevado a lo más alto de un Mundial de Clubes que le viene como anillo al dedo.
Solo una figura como la de Todd Boehly, flamante dueño de los LA Dodgers, podía cumplir el sueño americano en el torneo que entregó el poder del fútbol, que no del 'soccer', a Trump, protagonista en la entrega del trofeo como lo ha sido durante toda una competición en la que su amigo Gianni Infantino se preocupó por bendecir su gobierno con actos de la Trump Tower o la visita de la Juventus a la Casa Blanca.
Hasta le entregó una medalla en una celebración en la que los jugadores del Chelsea, con su capitán Reece James a la cabeza, tuvieron que pedirle que se hiciese a un lado, algo que no entendió el mandatario después del seguidismo que se hizo de su figura durante todo el torneo. Tal fue el descuadre que provocó la sed de protagonismo del mandatario que el Chelsea tuvo que borrarle de la foto de la celebración del título.
Trump, abucheado y Lucho, desquiciado
"¿Qué hago, pues celebrarlo con vosotros?", dijo desde el centro de su universo, donde escucharon los pitos que le profirió el MetLife Stadium durante el himno de su país a pesar del intento desesperado del DJ de la ceremonia por subir al máximo el volumen. Señal de que el 'soccer', un deporte multicultural, está lejos de ser dominado por el presidente 'yankee', que insistirá con el Mundial 2026, apoyado por su amigo Infantino, para "que el fútbol se queda para siempre en EEUU". Un deporte que practicó de joven, como su hijo, y que le encanta.
"Yo soy más de Pelé, quien fichó por el NY Cosmos en los 70. Permitidme ser clásico, aunque espero que el fútbol un día pueda llamarse 'soccer' solamente", aseguró en un comentario que fue otro arancel para Europa. A Trump le maravilla el poder que le permite exhibir el fútbol ante audiencias globales. Las críticas se la traen al pairo y el que perdió los papeles por la derrota inesperada fue Luis Enrique, quien mientras cometía el error de empujar a Joao Pedro caía en la cuenta de que había errado, aunque fuese en defensa de sus jugadores.
El dueño del Chelsea, Todd Boehly, financiador de varias campañas republicanas, aprovechó la oportunidad de mercado que le abrió la sanción a Abramovich no ha dudado en gastar miles de millones de euros para un día como el de la final contra el PSG. Derrotó a Qatar, representante del otro polo del fútbol, que vio cómo triunfaban las portadas de Variety o Rolling Stone, sobre las que también tiene el control Boehly. La coronación del 'american Chelsea' dio sentido a un Mundial de Clubes tan necesario como mejorable.
Porque esta competición es de verdad prestigiosa frente a las 'pachangas' conducidas que eran el antiguo Mundialito y la renovada Copa Intercontinental, trofeos dirigidos y preparados en el calendario para engordar el palmarés de los europeos. La idea de la FIFA en EEUU consiguió duelos inéditos entre todos los equipos del planeta es acertada. Es el mejor modo de ver la riqueza del fútbol, que se expresa de tantas maneras como países federados existen. Incluso entregar el relato de los encuentros al supuesto 'mundo libre' ayudó a entender qué funciona y qué no en el fútbol moderno, una dimensión que se ha despegado totalmente del deporte popular que triunfó el siglo pasado y que pervive en categorías modestas.
Someter a los jugadores a un mes extra de competición forma parte de la lógica expansionista del fútbol. No hay minutos que sobren, solo falta de jugadores. Si las plantillas tienen que tener 50 efectivos, como los que ha sumado el Chelsea en sus voraces mercados, será un peaje a pagar donde el espectáculo se ha impuesto a salud de sus protagonistas. Es inconcebible que un futbolista como Enzo Fernández afirme que se marea por el calor. El 'prime time' europeo no puede determinar el horario de los partidos del próximo Mundial de selecciones, porque esto irá en contra del espectáculo, que es, a fin de cuentas, lo único que interesa a los rectores del fútbol.
Así como hacer política con el deporte, a pesar de la falsa neutralidad que propaga desde la FIFA y organismos asociados. El Mundial 2034 será un ejercicio de propaganda a favor de Arabia Saudí como el del próximo año lo será a favor del 'futbolero' Trump, al que Infantino ha entregado el bastón de mando del deporte más popular para los próximos años. Da igual que los estadios no se llenen a tiempo, que las tormentas paren los partidos durante horas o que los terrenos de juego se encharquen en la previa a los partidos.
Son cuestiones que aparecerán en el informe de un torneo entregado al 'show business', pero con estrategias a veces ineficaces para mantener esa lógica consumista. Como los espectáculos de fuego a plena luz del día y a 40 grados. O las entradas estilo NBA en las que los jugadores parecen 'Playmobil'. Pero no es el astrolabio del trofeo el que lo tapa todo, sino el sentido que le han dado al Mundial de Clubes las hinchadas latinoamericanos y, sobre todo, el Chelsea. Un conjunto caótico y encantado de serlo, que ha roto el molde del fútbol moderno conquistado el mundo a su manera.
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