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PLENO AL 15 DEL COMPOS. 15/ GRAN CIERRE ANTE EL TENERIFE En la última jornada de liga y para eludir la promoción de descenso, la SD debía ganar en casa al once canario y el Dépor en Albacete: se dieron las dos cosas // La tarde fue muy intensa y provocó el desmayo del presidente Caneda TEXTO Antonio Pais

Abrazo gallego: la permanencia

“Por encima de todo, hoy ha quedado Galicia”, sentenció Fernando tras esa eterna tarde, de fútbol y de transistores, del 18 de junio de 1995 en San Lázaro. Fue un inesperado abrazo gallego por sus protagonistas, rivales eternos: el Compostela, que en la última jornada de la liga 1994-95 debía ganar en casa al Tenerife; y el Deportivo, que debía vencer en su visita al Albacete. Se dieron las dos cosas: la SD, su afición, su presidente José María Caneda que antes de acabar el encuentro salió del palco en una camilla de la Cruz Roja, sufrieron pero vencieron 2-0; el Dépor arrasó, 2-8.

Lo celebró con ganas la afición del Compos, que llenó el estadio primero y casi lo vació, invadiendo el terreno de juego, tras el partido. Porque cuando un árbitro de mal recuerdo, Rubio Valdivieso, que un año antes había dirigido el partido del no ascenso del Compos frente al Rayo en San Lázaro, pitó el final del choque, todo el dolor, todo el esfuerzo, todo el sufrimiento del Compostela, en especial en la segunda parte del campeonato, se esfumaron: el equipo seguía en Primera División, el sueño continuaba al menos otro año.

En la penúltima jornada de Liga, cuando el Albacete ganó en el Camp Nou y el Racing de Santander en San Sebastián, el peligro de tener que jugar la promoción de descenso había crecido mucho para la SD. Al empezarse a jugar, todos a la misma hora, la jornada 38 y última, el Compos tenía 32 puntos; y los cuatro rivales a los que necesitaba alcanzar (tenía el average ganado con todos ellos) para evitar la promoción sumaban 34: el Celta, que jugaba en Logroño ante un rival descendido; el Racing de Santander, que recibía al Oviedo; el Atlético de Madrid, que visitaba al Sevilla; y el citado Albacete.

Las cuentas estaban claras: al Compos sólo le valía ganar, para esperar después una derrota de cualquiera de sus rivales. Esa tarde, el Compos jugó en el césped y en la radio, con los nervios a flor de piel.

A San Lázaro, llegaba el Tenerife en el que se despedía su entrenador, Vicente Cantatore, y que jugaba muy bien al fútbol: con jugones como Ezequiel Castillo, Latorre, Chano, Felipe... un rival peligroso, sin nada en juego aunque se sospechaba que llegaba primado: las lunas de su autobús recibieron el impacto de pesetas lanzadas por fanáticos blanquiazules, y por las gradas del estadio paseó una maleta con dinero falso: “¡Peseteros!”.

En los partidos de la radio: marcó pronto el Deportivo en Albacete; marcó pronto Ohen tras una espléndida jugada por la izquierda de Fabiano, de las pocas de calidad en un partido que pedía más corazón que exquisiteces; empató el Albacete ante el Dépor; llegaron goles también del Racing, del Celta, del Atlético (dos) en Sevilla.

El Compos estaba en puesto de promoción de descenso, y San Lázaro un tanto abatido, cuando rugieron las gradas: en el minuto 42 llegó el segundo tanto del Deportivo, el 1-2 en Albacete. El Compos llegó al descanso salvado,

El Tenerife no marcó después, de eso se encargó la solidez defensiva del Compos, que terminaba esta vez en Ramón Docobo: el chicarrón de Ribadeo que había debutado en Primera la jornada anterior, en Valencia, cuando tuvo que sustituir a Iru, expulsado. Toda la presión del mundo recayó ese día sobre Docobo, y el portero, que vio cómo Ramis remataba de cabeza al poste, realizó un gran partido.

DÉPOR, DÉPOR. En la segunda parte.... lo extraordinario lo contó así Roberto Qumata: “A cada gol de los herculinos en Albacete, el ¡Dépor, Dépor! se fue apoderando de las gradas, dominadas por una atmósfera irreal. Fue una conversión automática al deportivismo”.

Cuando Bent Christensen, en el minuto 80, marcó el 2-0 tras ¡saque de Docobo!, explotó San Lázaro: ¡De Primera, no nos moverán! El presidente Caneda, su corazón, su tensión, no resistió: “Se me nubló la vista, los nervios no me respondieron, perdí los reflejos”, dijo después del susto. Fue atendido por el cardiólogo Miguel Gil de la Peña, y trasladado al Hospital Xeral. Volvió tras el partido, con su fina ironía: “Mala hierba nunca muere”. Y dio las gracias por radio a Lendoiro, presidente del Dépor: “Perdón por ser contigo, a veces, un cabrón”, rió.

Caneda no pudo ver la felicidad: el campo invadido por los fieles, los jugadores izados a hombros. La Plaza Roja con tres mil aficionados, muchos bañándose en la fuente. Atrás habían quedado dolor, mucho entrenar, batallas perdidas. Pero la guerra se había ganado. Una guerra, sí, de Primera.

10 may 2020 / 22:59
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