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aquellos maravillosos aros (114) > 1973. Viajó de Ourense al Estudiantes (Madrid), llegando a la final de Copa y a la semifinal de la Recopa de Europa // De vuelta a Galicia, brilló en el Obradoiro de los 70

Antonio López Cid, del Estu al Obra

La modernidad rara vez entra por la ventana. Pule etapas. El bum del baloncesto en los años 80 es sembrado en la década previa. El Estudiantes vive sin patrocinador hasta el curso 1971-1972 pero la liga se va profesionalizando y al firmar con Aguas Monteverde atan la continuidad de Gonzalo Sagi-Vela, que clava 21 puntos por día en un cuadro que un año después suma al ourensano Antonio López Cid. Una visita gallega del Real Madrid sirve para revelar que hay un chaval en Galicia, grande y verde como los bosques de José Luis Cuerda, con potencial para la élite.

Llamado por el Estu que entrena Ignacio Pinedo, Antonio vive con otros juveniles en la segunda planta del piso de una familia de nexo estudiantil, práctica habitual en la época (Sibilio y De la Cruz, por ejemplo, hacen igual al llegar a Barcelona).

Aprende entre compañeros barbilampiños como Nacho Pinedo y veteranos como el base Juan Martínez Arroyo. Son quintos en la liga y subcampeones de Copa (gana el Madrid, Antonio anota 10 tantos), llave para el debut europeo en la temporada 1973-1974: la Recopa. Hay cambios, Chus Codina asume la pizarra y fichan al primer extranjero, Ron Taylor, un armario blanco (2,13 m.) que cuesta 13.000 dólares.

En año y pico, López Cid salta del desconocido Educación y Descanso de Ourense a viajar por Europa tras resolver mil permisos... Y el 7 de marzo de 1974, afronta un partido de cine. Noche. Roma. Descanso. Ante tres mil personas, el Estu llega al vestuario 10 abajo ante el Steaua de Bucarest en el desempate por llegar a semifinales. A la vuelta, remontan. Antonio suma 9 puntos y aviva la defensa hasta el punto de irse tras cinco faltas, según informa El Mundo Deportivo. Tras pasar de ronda, el futuro campeón, el KK Crvena Zvezda (Estrella Roja) de Slavnic, les barre del sueño.

Le proponen seguir pero juzga injusta la oferta. Y ficha por un Obradoiro de Segunda División (hoy LEB Oro). Así, en 1974, López Cid, con bigote o barba según el mes, ayuda a ese Obra fundado en 1970, con Ramón Sánchez-Harguindey (Moncho) como primer presidente, coincidiendo en esa década igual con los curtidos Tonecho y Caldas que con los emergentes Quino Salvo y Mario Iglesias o el killer José Antonio Gil... entre otros que no caben aquí pero sí en El gran libro del Obradoiro, editado por Bolanda hace dos años, un volumen posible gracias a que Antonio y otros muchos implicados atendieron a quien firma.

Antonio, “gran jugador y un fiera”, en frase del presidente y entrenador José Manuel Couceiro pasó luego al Bosco antes de volver a Santiago, donde ayudó como técnico. Desde su retirada, hila con otros veteranos esa seña de identidad del Obra que son las comidas que hermanan con verbo afable. El baloncesto también es eso.

“De segundo entrenador, era el ‘poli bueno’”

INVITADOS Juan Antonio Martínez Arroyo, mito del Estudiantes, es diez años mayor que Antonio López Cid. Jugaron juntos dos cursos en el Estu y gracias a Iñigo Arozamena (ex canterano estudiantil, hoy chef del restaurante Cinco Sentidos, en Madrid), localizamos a su hijo Pablo Martínez Arroyo, base del club con años en ACB, que envía para EL CORREO estas palabras de su padre sobre López Cid: “Estudiantes lo fichó y, como fichaje, a veces salía de titular. Teníamos buen equipo, quedamos quintos en la liga de 1973 y cuartos en la de 1974. Era quizá más ofensivo que defensivo pero hacía mucho equipo... Cuando mi hijo Pablo era pequeño, Antonio siempre le hacía bromas, era una persona muy simpática, afable. Ayudaba a hacer vestuario, era un tío muy positivo. Fue un compañero que mereció mucho la pena. Le mando recuerdos aprovechando esta ocasión” . En Santiago, Pío Furelos (tienda TiroLibre SCQ), tuvo a Antonio como segundo entrenador en el Obradoiro de mediados de los años 80, y así lo evoca: “Era un segundo entrenador típico de aquella época, el poli bueno que estaba siempre al tanto de los problemas que podía haber en el vestuario. Por su experiencia en el baloncesto y por su sabiduría, siempre tenía a mano el consejo adecuado para que esos problemas no afectarán al equipo. A nivel táctico, digamos que era perro viejo, y siempre lograba encontrar una solución aplicando su experiencia . Y como persona, tengo que decir que era y sigue siendo... un diez”.

19 oct 2020 / 01:00
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