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Deuce, egalité, iguales

Anthony Burgess imaginó a la banda de Alex hinchándose de leche con mescalina en el bar Korova para generar ultraviolencia. Las sombras del barroco hicieron lo propio trescientos años antes con la cuadrilla del genial y perturbado Caravaggio que, atiborrada de vino, merodeaba por las callejuelas de Roma sembrando el pánico.

Caravaggio pasó media vida huyendo del asesintato de Tomassoni, un joven mejor posicionado al que le mutiló el pene en los campos de la pallacorda. Que esta batalla priápica sucediese en el lugar donde se originó el tenis moderno, no deja de ser una alegoría de lo que nos ha deparado el deporte años después: una batalla de falos.

Dicen que el tenis es el deporte más igualitario. Se incluyó en los primeros Juegos Olímpicos de la modernidad. Las mujeres tuvieron que esperar cuatro años. Wimbledon no las aceptó hasta siete años después de sus inicios y en el Open de Australia tuvieron que esperar 17. Y no hablemos de la brecha salarial.

Acabamos de vivir una Copa de Maestros apasionante. Individual y dobles. Masculina cien por cien. En medio de la fiesta de Londres, saltaban las acusaciones de Sharypova contra Zverev, su expareja: “Ha llegado a golpearme la cabeza contra la pared y he tenido que escapar descalza del hotel”. El número uno mundial, Djokovic, salía en defensa del alemán. Las finales de la WTA no se han jugado este año. Las declaraciones de Nadal no ayudan en este sentido.

En octubre, se inició un incongruente debate sobre quién era mejor tenista -Nadal o Federer-, ambos con 20 grandes. Sin embargo este número no es, ni mucho menos, el tope conocido. La prensa especializada salió al rescate de las mujeres. Margaret Court consiguió 24, Serena Williams posee 23 y Steffi Graf, 22. Martina Navratilova, contando sus victorias en dobles, suma el disparate de 59.

Además, ocho hombres han conseguido los cuatro grandes a lo largo de su carrera, mientras que las mujeres se cuentan por diez.

Luego está el Golden Slam. Cosa mayor. Ganar los cuatro grandes y el oro olímpico. Contando que los Juegos se disputan cada cuatro años y que el tenis estuvo vetado desde el 24, resulta impensable que cualquier humano lo logre. Agassi, Serena Williams y Nadal lo consiguieron en años diversos. Steffi Graf, todo en el mismo. Australia, Wimbledon, Roland Garros, US Open y el oro olímpico de Seúl en 1988, en lo que creo la mayor gesta de la historia del tenis, muy por encima del que considero el segundo mayor hito: el 1977 de Guillermo Vilas. En ese año el argentino consigue el récord de victorias en una temporada (130), el mayor número de títulos (16), el mayor número de victorias consecutivas (46) y fue el único ganador de torneos ATP en los cinco continentes.

Se asegura de modo machista y rancio que “detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”. En este caso Graf está por delante de todos, incluso de su marido Andre Agassi que el año en que comenzó su romance con Stefanie (1999) firmó una de sus mejores temporadas culminando su Grand Slam. No parece coincidencia. Agassi idolatra a Graf. Tras ganar su octavo grande y entrar en la historia reconoce: “nunca estaré tan cerca de experimentar el dominio que ella ejercía” (Open, 2009).

“El ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si solo puede actuar bien o solo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica”. Contemos las cosas bien, no seamos una naranja mecánica.

10 dic 2020 / 01:00
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