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El ídolo que no dejó pasar un buen día de pesca

    LA IMAGEN de un mito que era totalmente desconocido en España, el Trinche Carlovich, viene acompañada, inevitablemente, del otro ídolo que hizo que aquí lo conociéramos, lo idolatráramos sin verlo jugar: don Michael Robinson. En uno de los impagables Informes que el exjugador y periodista inglés dejó para la eternidad se nos contó, con esa magia especial, en uno de esos reportajes tan humanos y por supuesto yendo al epicentro de la historia, su propio espacio de vida, Rosario, la leyenda del Trinche Carlovich. Por curiosidades de la vida, en apenas días, y sin tener que ver con ese coronavirus que se ha apropiado de todo, se han ido el Trinche y Robinson. Que descansen en paz dos grandes.

    En realidad, que Carlovich era grande, alto, lo sabemos por esas fotos antiguas, en blanco y negro. Y por el relato de sus propios compañeros y de los aficionados que pagaban la entrada para verlo jugar. Entre esos aficionados, y admiradores, estaban Bielsa o Menotti, después grandes entrenadores del fútbol argentino.

    Del Trinche, y se reitera la recomendación de ver el Informe Robinson hecho sobre él, se alababa tanto su juego, la delicia de su fútbol, la maravilla del doble caño (uno de ida y otro de vuelta) que patentó y que era la jugada que lo distinguía, como sus curiosas costumbres, su personalidad.

    De su juego, en las retinas de los protagonistas (los aficionados y los propios integrantes de la selección argentina que preparaba el Mundial de 1974) queda el “baño”, que así lo definen unos y otros, que un grupo de jugadores locales, liderados por el Trinche, le dieron al grupo que a su vez tenía como líder a Mario Alberto Kempes, el Matador.

    Pero, con haber podido ser incomparable ese juego de un futbolista que, cuentan, apenas jugó un partido en la Primera División con Rosario Central antes de irse porque no estaba cómodo, ese juego que se hizo inmortal en Central Córdoba y que motivó que incluso un árbitro tuviese que rectificar su decisión de expulsarlo, ante las amenazas del público... pues con todo eso, del Trinche lo que enamora era su particular forma de ser.

    Porque, lo cuenta César Luis Menotti en el documental, cuando lo convocó para una prueba con la selección, el Trinche no se presentó a jugar el partido amistoso: al parecer, el río “bajaba muy alto” y no podía dejarlo pasar para vivir su gran pasión, la pesca. Mal día para pescar, como en la película uruguaya.

    Causa pavor pensar que a alguien puedan matarlo para robarle la bicicleta, aunque todo pudo ser un empujón para quitársela. En Argentina pasan esas cosas: la bicicleta era nueva, pero “ya le habían robado otras cuatro que eran viejas”, contó su hijo. El jueves nos estremecimos cuando supimos que el ídolo al que no vimos jugar estaba en coma. Ayer llegó lo peor.

    08 may 2020 / 23:53
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