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¡Gracias, Moncho!

pARA MUCHOS será siempre aquella cafetería en la que se disfrutaba de la mejor ensaladilla de la ciudad, un santuario donde, después de la misa obligatoria de cada domingo, los más pequeños podíamos corretear escaleras arriba escaleras abajo y relamernos con el único refresco permitido en toda la semana mientras nuestros padres compartían confidencias y risas con sus amigos en la hora del vermú. Siempre fue un punto de encuentro porque siempre uno allí se sentía bienvenido en una época donde la profesionalidad y rigor de los responsables de los establecimientos de la hostelería no estaba reñida con el afecto, los gestos de generosidad ni con el cariño mutuo entre clientes y camareros.

Pero el Royal aún fue mucho más. Su nombre siempre estará unido a la historia del Obradoiro Club Amigos del Baloncesto porque en sus mesas se trazó el ideario de un club asentado 50 años después en la máxima categoría del baloncesto español, con prestigio a nivel nacional e internacional y respetado incluso dentro de la mejor Liga del mundo, en la NBA. La cafetería Royal acogió las discusiones, los sueños, las ansias de grandeza, aventura y responsabilidad también con el deporte de Santiago de aquellos que se rebelaron contra lo establecido y fundaron, en octubre de 1970, una entidad de la que hoy muchos nos sentimos orgullosos.

Como sede no oficial allí nació y allí creció el Obra, lugar de parada para el primer café de la tarde para jugadores, entrenadores y directivos, donde afición y plantilla se convertían en un todo, donde nunca faltó un vaso caliente aun cuando costaba pagarlo, donde siempre las partidas de parchís permitían evadirse de la jornada y donde la alegría tras las victorias, como el dolor en las derrotas, se compartía sin distinguir quien era el que saltaba a la cancha y quien animaba desde la grada.

El Royal era el primer escenario de obligada peregrinación para cada fichaje, por encima incluso de la visita a la Catedral, y allí era donde los recién llegados se daban cuenta bien pronto de que el Obra era -y siempre lo sería- un club especial.

Este domingo nos dijo adiós Moncho Casal, quien junto a Pedro Nolasco -también fallecido- regentó “los mejores años del Royal”, como recuerda su amigo José Manuel Couceiro. “Nuestro hermano mayor”, repite Tonecho Lorenzo sin poder contener la emoción. Porque Moncho siempre fue de los que dio, de los que nunca faltó, de los que jamás cerró la puerta formando parte de esa cadena que ha unido al obradoirismo en sus 50 años de existencia. “Muy cercano, muy familiar, era muy querido por todo el mundo”, le describe quien tuvo la suerte de conocerlo, pero sobre todo “un ejemplo”.

El deporte es emoción, es tensión, es sentimiento aunque también es cifras y resultados, porque exige viabilidad económica para competir con garantías y no romper ese círculo... pero el deporte también es compañerismo, convivencia, respeto, fidelidad y lealtad, virtudes que amigos como Moncho Casal, en el término más extenso de la palabra como recoge en su denominación el Obra, siempre transmitió.

“Gracias Moncho”, es lo mejor que se le puede decir en su despedida y sobre todo ánimo a su familia en un momento de luto y de tanto dolor. D.E.P.

19 ene 2021 / 01:00
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