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OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (13) Con apenas 19 años, el base catalán procedente del Joventut fue titular en el equipo que logra el mítico ascenso en Mataró // Padece el vía crucis del debut en la elite, sufre impagos, descensos y ejerce de capitán en el Obra ‘engañado’ por el Júver TEXTO Cristina Guillén

Popocho Modrego: de tocar el cielo a sufrir en el averno

Hay quienes creen en el destino, otros que nuestro futuro es aquel que cada uno elegimos y trabajamos por conseguir, otros se aferran a las casualidades de la vida para explicar sus experiencias vitales pero hay infinitos ejemplos, vidas, que obligan a replantearnos muchos porqués. El caso de José Luis Modrego, Popocho (Barcelona, 27/10/62) y su relación de amor y odio con el Obradoiro CAB no deja indiferente a nadie, ni a él mismo, pues a lo largo del relato tanto expresa sin tapujos su orgullo y su admiración por lo logrado y por los compañeros con los que compartió vivencias, como se rebela con enfado y dolor con los episodios más injustos e hirientes que le tocó padecer. Vivió la alegría del gran ascenso de Mataró, la ilusión del debut en la elite, pero bajó también a los infiernos de los descensos, los impagos, los pasaportes falsos y las cláusulas inquebrantables. Y porque su historia es la historia también del Obra, por mucho que nos haga torcer el gesto, su realidad merece igualmente ser contada.

Popocho Modrego estaba predestinado para el deporte. Probó con la natación, con el fútbol y con el baloncesto, hasta que el enfado de su padre con uno de los entrenadores del Barça le decantó definitivamente por la canasta, ya más en serio con su paso al colegio Padre Manyanet “con el que conseguimos clasificarnos para Campeonato de España juvenil que se jugó precisamente en A Coruña”. No tarda en tener que tomar su primera gran decisión: el júnior B del FC Barcelona o el Joventut. “Preferí la Penya porque además de aquella me gustaba mucho Moka Slavnic, un base yugoslavo de 1,80 que fue con el que el Joventut ganó la única liga que tenía en aquel momento”.

Durante tres años defiende la camiseta verdinegra, “el último juvenil y los dos júniors jugando al máximo nivel y alternando con entrenamientos incluso con el primer equipo”, pero las nuevas tendencias en el baloncesto le cierran definitivamente la oportunidad de seguir progresando en la elite. “En mi último año júnior entró Manel Comas en el club. Él quería bases más altos. Era la época de Mirza Delibasic que estaba en el Madrid y medía 1,95. El prototipo de base yugoslavo con una visión de juego espectacular, una gran muñeca. Manel se fijó en Villacampa, que con el juvenil jugaba de 4, y lo pasó al 1, de hecho además al año siguiente fichó a Montero del Estudiantes. Yo estaba en 1,85 y no entraba en sus planes, además ya tenía a Gonzalo Sagi-Vela, a Germán González que eran escoltas más o menos de mi talla y no necesitaba a más pequeños”, recuerda. “Luego se vio que Villacampa no era un 1, pues ha sido el mejor escolta que hemos tenido en muchísimos años”, apunta al referirse a su aún hoy amigo.

Cerrada por tanto esta vía, el catalán acaba fichando por el Premiá de 2.ª División que bajo la dirección de Meléndez buscaba dar el salto de categoría. “Yo fiché con la condición de que si venía algún equipo de una categoría superior no pondrían impedimentos para mi salida”, aporta Popocho.

Oferta con suspense. Y esa oferta llegó, aunque realidad fue la confirmación de un primer acercamiento que ya había tenido el barcelonés con Pepe Casal -al que conocía desde los 16 años tras coincidir en la selección española que entrenaba Aíto García Reneses- tras un amistoso que habían disputado los júniors de la Penya y de España en el mes de mayo. “Yo estaba en ese júnior junto a Villacampa, Félix de Pablo y jugamos contra la selección de aquel momento en la que estaba Kike Azcón y Miki Abarca, curiosamente juveniles de la Penya pero que habían sido convocados. Ahí me reencuentro con Pepe y como yo ya pasaba a sénior me preguntó qué iba a hacer después. Yo no lo tenía nada claro, no sabía exactamente si el Joventut se quedaría conmigo y se fue con mi teléfono. En junio me pidió que fuese a hacer una prueba en Santiago. Jugué un partido contra un equipo de la Marina, y salió muy bien, quedé contento porque metí 24 puntos, y quedamos en llamarnos. Sin embargo, al poco tiempo me avisó de que iban a fichar a Javier Lomas, que tenía dos años más que yo e iba a salir del Barcelona por una serie de problemas”.

“Ahí se acabó la historia, fiché por el Premiá pero en octubre, el día 27, el día de mi cumpleaños, me vuelve a llamar Pepe Casal para proponerme ir al Obradoiro porque no tenían claro que con un base como Javi pudiesen funcionar las cosas todo lo bien que ellos querían, necesitaban otro tipo de jugador a mayores. Llegamos a un acuerdo y el 31 de octubre me planté en Santiago para firmar mi primer contrato con el club por un año en una temporada 81/82 que acabó con el equipo ascendiendo en el famoso partido de Mataró”, se ríe aún al recordarlo.

Parte de la leyenda. Porque el equipo compostelano que se encuentra Popocho a su llegada a Compostela, con apenas 19 años, es un Obra que forma parte de la leyenda de la entidad, y del propio deporte de la ciudad. “Había mucha calidad. El cinco inicial que sale a jugar el último partido de Liga contra Mataró, el partido definitivo del ascenso, éramos Javi Lomas y yo de bases, Gil en el alero y Mario y Abalde por dentro. Ese fue el cinco con el que ascendimos y el único cambio que se hizo fue Ramón Balagué por mí porque ellos se pusieron en zona y Ramón jugaba de alero alto tirador, lo que ahora sería un 4 o un 5 abierto y Pepe quería meter más tiro exterior”, apunta y añade: “Ese equipo jugaba como los ángeles. Pepe sabía de preparación física e íbamos como auténticos aviones. Físicamente estábamos como tiros y debíamos ser el único equipo de la Liga que jugaba con dos bases, Javi Lomas y yo, dos bases catalanes con la rapidez, el tiro y la mano de la escuela catalana. Encima teníamos a tres monstruos que eran Gil, Mario Iglesias y Alberto Abalde que entre Gil y Mario se encargaban de meter 25 puntos cada uno porque no parábamos de nutrirlos de balones y Alberto se pegaba con todo el mundo, hasta con los árbitros”. “Éramos un equipo distinto en la categoría, muy especial. De hecho fuimos el único equipo que casi le gana en su casa al Inmobanco, un rival con gente como Fermosel, Vicente Gil, Corral, Indio Díaz... una serie de jugadores que lo petaban”, celebra.

“En el banquillo estaban Balagué que era un tirador espectacular, catalán también que vino a Santiago porque estaba allí haciendo la mili, Corts que era un hombre de 2,05 que de aquella no había, junto con Vallejo, otro compañero del OAR, Vidal, Echarri que se pegaba más todavía, éramos un equipo muy correoso, muy difícil que teníamos tiradores, pasadores... si Lomas estaba bien no había nadie en la categoría que le parase”, continúa Modrego.

Pese a su juventud, el barcelonés insiste en que no le pesó la exigencia de verse tan pronto en una situación tan extrema: “Me gustaba mucho competir, la adrenalina, la sensación de querer siempre hacerlo lo mejor posible. Llevaba años jugando a un nivel bastante bueno. Eso me ponía. Todos sabíamos lo que nos estábamos jugando y a pesar de la responsabilidad creo que lo hicimos muy bien”.

Como el resto de sus compañeros, Popocho destaca también como clave del éxito la unión del plantel: “Andábamos con toda la gente de la Universidad, salíamos con ellos, además vivíamos siete en un piso que estaba encima del Zumolandia y estábamos muy unidos, no había egos ni nada. Había los típicos piques en los entrenamientos porque todos querían jugar y solo lo podían hacer cinco y los relevos antes eran escasos. Nos conocíamos mucho y era un grupo muy unido”.

El álbum de recuerdos de aquella época es difícil de cerrar: “No hubo nada como aquello. Yo recuerdo la semana que ascendimos, creo que no pagué una Coca-Cola ni un café en un mes. Era tremendo, ir por la calle y que la gente se parase a hablar contigo. Se paraban, te invitaban, te abrazaban, fue tremendo... guardo un recuerdo absolutamente imborrable y ese fue con diferencia mi mejor año como profesional. Porque Sar es ahora una maravilla pero yo recuerdo a Arturo Corts, que tenía un dos caballos, y un día lo metió en un bache y hubo que llamar a una grúa para sacarlo porque rompió el eje. Había goteras, un parqué endiablado, la gente con mantas, los del bombo no paraban, pero poníamos el pabellón viejo a reventar”.

Bofetada de realidad. Y tras la gloria, llegó la primera de sus grandes desilusiones. La elite nunca fue como había soñado. “Se dieron un cúmulo de desgracias como yo no he vivido en ningún equipo. Solo nos faltó quedarnos embarazados. Nos pasó absolutamente de todo”, resume la campaña 1982/83, la del debut del Obra en la 1.ª División.

“A toro pasado es fácil decir las cosas, pero creo que ahí Pepe Casal pecó a la hora de fichar a Todor Lazic que era un entrenador yugoslavo con un currículum bestial, que se lo recomienda mucha gente de Barcelona porque había estado muchos años allí y venía de entrenar a jugadores como Cosic, Dalipagic o Delibašic, que habían sido campeones olímpicos y europeos, pero con una filosofía de trabajo completamente distinta y lo que era lo peor, sin conocer la liga española. Encima se fichó a un jugador americano, blanco y pequeño que eso no lo hacía nadie”, asume al recordar a Chuck Verdeber. “Se optó por un equipo pequeño pensando que íbamos a correr, pero eso lo haríamos con Pepe, pero llega Todor y dice que no, que íbamos a jugar a meterlas todas y la historia cambia completamente porque si no las metes no había gente para coger el rebote”, añade.

El conjunto compostelano arranca la temporada apalizado por el Real Madrid de Corbalán, Iturriaga, Delibasic, Romay y Martín pero en el debut en casa gana al Caja de Ronda. “La gente ahí flipó”, dice Popocho que enseguida añade: “Fuera volvimos a perder y ya fue contra la Penya, otra vez en Sar, cuando Verdeber estaba cortando por la zona y de repente se cae. Se había roto el talón de Aquiles y jamás volvió a jugar. Ese fue nuestro primer vía crucis, a partir de ahí Gil se rompe el codo, en diciembre a Lazic se lo llevan para operarlo de corazón abierto y ya no vuelve, y comienzan todos los problemas porque tampoco nos pagan y la bola se hace cada vez más grande hasta que decidimos hacer la primera huelga de jugadores de baloncesto y no ir a Granollers”.

“Recuerdo esperar a Carlos Calvo en el coche a que bajase de su casa para ver si nos daban algo pero es que ellos no tenían dinero, hubo que pagar a Verdeber y traer a Nate Davis, las taquillas tampoco eran tan boyantes, no se generaba en publicidad... Santiago estaba lleno de estudiantes pero poco más había”, lamenta. “Nos prometen que nos van a pagar una parte de un dinero de la Xunta o de la Diputación y jugamos los últimos partidos que quedaban, pero estaba claro que íbamos a descender”, apostilla.

Cuesta abajo. Ese verano Modrego buscó desvincularse ya del Obradoiro. “Quería que me diesen la baja federativa porque me debían 6 meses y el Fórum de Valladolid estaba interesado en ficharme, pero no me la dieron. Carlos Calvo se negó”, admite aún con resquemor: “Ahí ya fue cuando decidí que pasase lo que pasase al final de temporada yo me iría”. “Me quedé pero sufriendo como un loco. No te imaginas lo que fue ese año. El equipo estaba muy mal hecho. Sin ir más lejos, los bases éramos Ricardo Aldrey, yo, fichan a Joserra Lete, Tato Abadía que en paz descanse que viene del Joventut operado del tendón de Aquiles y cojeando ostensiblemente y Augusto de la Concepción de Vigo que no es un base pero sí un alero pequeñito de 1,88. Solo quedaban 7 fichas más porque Alberto Abalde ya estaba muy metido en el banco, entrenaba y jugaba pero solo lo podía hacer una vez al día y no hay nadie más como postes”, se enfada aún al hacer memoria.

“Jugábamos tan mal que bajamos. Hubo muchos cambios de entrenador, Jorge Peleteiro que nos hacía entrenar a las 6 de la mañana, otro que no conocía y que aquello parecía una cárcel, Malvar, y era tremendo. El único que le puso un poco de pausa a ese año fue Alfonso Rivera. Le puso un poco de lógica a aquella sinrazón pero entró muy tarde y era prácticamente imposible evitar el descenso”, lamenta. Y con el Obra en Segunda, Popocho dice adiós a su primera etapa en Santiago.

Rumbo a Andorra, pero un accidente mortal le trae de regreso a Santiago

Finiquitada la temporada 83/84, y durante una cena -“Una encerrona”, aclara Popocho- en casa de su excompañero José Antonio Gil, el catalán cambia su plan inicial de regresar a Barcelona y ficha por el Club Ourense Baloncesto donde permanece cuatro campañas, las dos primeras en 2.ª -“La primera nos quedamos sin ir a la fase de ascenso porque fue el Obra”- y las siguientes en 1.ª B. Un nuevo curso convulso en el COB le convenció de que había llegado la hora de dejar Galicia.

“Lo tenía casi hecho con Andorra porque me quería Edu Torres pero, las cosas de la vida, mi agente, Del Río, se mata en un accidente volviendo a casa y como de aquella no había móviles ahí se corta la comunicación con Andorra”, relata. “Yo estaba en Orense esperando. Pasan los días, no me llama y ya me parecía raro, hasta que un día lo hizo su mujer para explicarles lo que había pasado. En esa semana Andorra ficha a Colom, y ya me quedo con el verano avanzado y sin equipo”.

“Entonces me llamó Julio (Bernárdez) diciendo que tenía que volver... y regresé”, explica su retorno al Obra: “La vida te va marcando, te zarandea y te lleva de un lado para otro y tienes que ir adaptándote a lo que buenamente te viene”. Pero la mala experiencia anterior le hace ser precavido. Antes del sí definitivo quiere una garantía, hablar con Ghaleb, ahora presidente: “Nos reunimos en el Araguaney. Me quería dos años y le dije que si estaba él en el club no habría problema. Pero luego se le pasó a Besada y ya pensé ‘la cagamos’ pero nos salvamos en Huelva en el último partido de un play-off que lo ganamos porque ellos cometieron dos errores: dejarme sin marca para tirar y cuando me salen dos para defenderme dejan en una esquina solo a Abarca, se la paso y dentro, y en la siguiente acción igual. Había 5.000 personas en el pabellón y para sacar de banda había que apartarlos. Fue espectacular”. “Ahí se sentó la base para que en la 89/90 jugásemos el ascenso contra el Júver ”, asume Modrego.

“Dimos con el único equipo que nos ganaba por físico”

Y arranca la temporada 1989/90, otro curso clave en la historia del Obradoiro CAB. Con Pirulo en la dirección, Modrego cuenta ahora como compañeros con íntimos amigos de su niñez en Barcelona como Pepe Collins y Paco Dosaula -“Con los que jugaba en alevines ya”, apostilla- junto a buenos jugadores como Anger, Criado, Baeza o Solsona. “El equipo se hizo con criterio”, insiste. Bajo la tutela física de José Andrés “nos pusimos como motos, jugábamos además un buen baloncesto, con una buena defensa, muy rápido y siempre con un tirador abierto”. “Encima teníamos a Paco Dosaula, mi queridísimo Paco, que es un bailarín de claquet, el hombre que con su 2,02 mejor movía los pies de la Liga. Era darle un balón interior para que jugase de espaldas al aro y coger una palomitas y disfrutar. Creo que Olajuwon aprendió de él”, enfatiza Popocho. “Pero tuvimos la mala suerte de que fuimos a dar con el único equipo que nos podía ganar muy claramente por físico porque tenía a un pívot como Mike Phillips que venía de la ACB, un armario empotrado, dos muy buenos jugadores por dentro y tres exteriores que marcaban la diferencia. Uno era un gran tirador de 3, se llamaba Esteban Pérez y estaba muy acostumbrado a la distancia porque en su país ya llevaba tiempo con la línea y aquí era algo a lo que aún nos estábamos ajustando”, lamenta.

“Se acabó el partido y yo estaba sentado en la primera fila del autocar dándole vueltas a la cabeza y entra un tío en el autocar que me pide hablar con el entrenador. Como Pirulo estaba en la rueda de prensa le dije que yo era el capitán y si le podía ayudar y me dice que es padre de Esteban Pérez, el supuesto padre ‘porque ese chico no es mi hijo’ y que tiene los papeles que lo demuestran”, recuerda; “Y de ahí salió un equipo de Liga ACB”.

AMARGO EPÍLOGO... PERO UN FINAL FELIZ EN LA ACB
Dos estocadas certeras

··· Pero al golpe que supuso no poder ascender le siguió otro aún mayor en la temporada 90/91. Un problema en la entrega de los avales fue aprovechado por la FEB para decretar el descenso del equipo hasta la 1.ª Autonómica con un Modrego ‘atado’ por su ficha federativa y un contrato de 5 millones de pesetas que el propio presidente Recouso, al no querer liberarle, le promete cumplir. “Salías a jugar y lo hacías como un búfalo. Entrenábamos como un equipo profesional, como si estuviéramos en 1.ª B. Ganábamos todos los partidos de 40 puntos y eso sí, los rivales hacían un juego muy duro y repartían estopa”, se ríe al echar la vista atrás.

··· Aún quedaba un curioso epílogo: “Acabamos la temporada y supuse que, como ya nos habían devuelto la plaza, me quedaba pero la sorpresa fue que habían fichado a Azcón, Abarca, Martín de Francisco, a Dosaula y a mí no me llamó nadie pese a que di bastantes ruedas de prensa dando la cara por el club, echándome en contra a muchos equipos de la ACB y a mucha gente que luego me puso la cruz. Ahí se acabó mi historia con el Obra”. Pero dicen que a veces el destino devuelve lo que nos ha quitado y, apenas cuatro meses después, el COB le ofrece la opción de debutar en la ACB.

25 feb 2021 / 01:00
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