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OBRADOIRO CAB: 50 AÑOS DE UN CLUB ESPECIAL (6) De origen peruano, fue el segundo entrenador en la historia de la entidad y dirigió al equipo en su primer ascenso en el año 73 // Defendió la camiseta del admirado SEU // A sus 80 años, y desde su retiro en Ferrol, sigue declarándose un obradoirista más TEXTO Cristina Guillén

Vitolo: notario del baloncesto santiagués más ‘romántico’

“Nunca se me hubiera ocurrido que el Obradoiro hubiese llegado a los 50 años de existencia. Vi tanta evolución... porque no solo fue el SEU, también el Juventud, el Compostela que fueron flor de un día, que cuando se fundó el Obradoiro, con mucha base eso es cierto, pensé lo mismo, que duraría 5 o 6 años y luego desaparecería. Nunca creí que llegaría a tener esta continuidad de éxitos y de sacrificio en el deporte. Me alegro, soy feliz de que haya sucedido. La suerte es que se fue haciendo poco a poco y luego tiene una enorme ventaja, y es que todos los que juegan en el Obradoiro terminan siendo obradoiristas”. A sus más de 80 años, con la tranquilidad, el sosiego y la sabiduría de quien sabe lo difícil que puede ser ver pasar el tiempo, Raúl Víctor López Wiese, Vitolo, defiende con cariño y orgullo su pasado en el club compostelano.

Fue el segundo entrenador en la historia de la entidad una vez que José Manuel Couceiro cede el testigo en el banquillo, apenas dos temporadas (1972/73 y 1973/74) y de su mano llega el primer ascenso, un salto a una Segunda División que confirmaría la solidez de un proyecto imberbe en experiencia, pero sobrado de ilusión y ambición por parte de todos los que lo integraban.

Médico de vocación y profesión, depositario del delegado de aquel admirado equipo del SEU de los Santana, Chivia y Chavo, Vitolo conserva una memoria privilegiada para dar testimonio de un Santiago muy diferente al de hoy en día, de una sociedad que ahora nos sería extraña, y sobre todo de un baloncesto donde todavía los sentimientos tenían más fuerza que el dinero. “Nosotros éramos unos románticos”, se ríe al evocar el pasado.

De sus palabras se traducen muchos porqués y sobre todo avivan la admiración hacia quienes, con valentía, caminaron los primeros pasos de la historia del Obradoiro, pero es sobre todo el relato de su vida el que mejor ayuda a enmarcar cómo era la Compostela que vio nacer a un club que ahora celebra sus bodas de oro.

De ahí que sea imprescindible comenzar su testimonio desde el principio... “Yo llegué en el curso 57/58 a Santiago para estudiar Medicina. Llegaba desde Perú a un país extraño, llevaba dos semanas muerto de frío porque allá era todo sol y aquí todo lluvia, y en un momento se me acerca un compañero, Mareque, que me pregunta si jugaba al baloncesto. Era la primera vez que oía esa palabra pero me hizo el gesto de botar la pelota y me di cuenta que se refería al básquet, como se llamaba allá, y le dije que sí. Me preguntó qué tal lo hacía, y lo cierto es que en mi tierra toda mi familia jugaba, aún hoy lo siguen haciendo, yo lo hacía mucho y tenía tíos que habían sido internacionales incluso, y lo cierto es que me llevé una sorpresa de que aquí también hubiese este deporte”, recuerda. “En Santiago la liga se jugaba dentro de la Facultad de Medicina, divididos los equipos por cursos, y de ahí se sacaba una selección. Yo fui a verlos al Gimnasio, no llevaba zapatillas ni nada, iba con el clásico traje gris marengo y se enfrentaban 6.º contra 1.º que era con quien se suponía que iba yo”, continúa. “En un momento Mareque me pregunta si puedo jugar y le digo que sí, ‘en ambos lados’, y con zapatos y todo, poniéndome la camiseta por encima de la camisa y la corbata, cuando salí a la pista la verdad es que era casi un chupón porque como los demás no jugaban yo me lo comía y me lo guisaba”, afirma aún con orgullo 60 años después.

“La suerte fue que el capitán del equipo de 6.º era entrenador en San Clemente y al terminar me invitó a cenar en el colegio. Con los tres que me tocó sentarme era compañeros de la mesa de disección de la Facultad y entonces fue cuando me dijeron si quería ir a vivir con ellos. Salieron todos en tromba a mi hotel a por mi baúl y me metieron en una habitación. Ahí estuve 3 años viviendo y jugando al baloncesto”, cuenta.

Y es a través del baloncesto por tanto como Vitolo no solo comienza a integrarse en la ciudad sino en un mundillo deportivo focalizado también en gran parte a través de los colegios mayores pero donde el nivel, de aquella, distaba mucho del de su Perú natal. “Yo era el tuerto en el país de los ciegos”, reconoce.

En su segundo año ya se forma un equipo para la Tercera División en el San Clemente y ese supone su primer salto importante como jugador compartiendo cartel con nombres míticos de la época. “Estaba un pívot titular de la selección cubana como Santana, estaban Chivia y Chavo de la selección de México y leyendas del baloncesto de Santiago, el pollo Rodríguez que era capitán y entrenador de los Capitanes de Puerto Rico y muchos de fuera porque en esa época casi la mitad de los estudiantes eran sudamericanos. No éramos cuatro memos”, puntualiza y añade: “Luego de aquí estaba Jorge Palacios, que era de Oviedo, un tío que para esa época medía 1,98, Carlos Lamela que era base, un fenómeno, Pardo que fue internacional español con la Bazán... Todos ellos jugaban y por ahí es por donde surge el ramalazo del básquet en la ciudad, aunque en Santiago se entendía aquello como un pasatiempo, no como una profesión, como quien juega al fútbol en el barrio”, detalla aunque apostilla: “Después fue cogiendo más auge y se comenzó a interpretar ya de otra forma”.

Se ríe Vitolo a la pregunta de cuál era su posición dentro del equipo: “Ahora soy enano pero de aquella, con 1,86, era alto. Pero es que Santiago creció muy rápido ya que comencé en Medicina siendo pívot, a los dos años era alero, a los cuatro base... y a los ocho ya me pasé a entrenador. ¡Los demás crecían mucho! Se debió de modificar la alimentación porque hubo un boom de gente alta”.

Un paso de gigante. Fue el SEU (el equipo del Sindicato Español Universitario, el organismo que surge durante la Dictadura de Franco para la captación de los estudiantes universitarios para el proyecto fascista de Falange) el que acabó absorbiendo al San Clemente en el momento en que éste subió “hasta inscribirlo en la Liga oficial de España y ya entonces viajábamos a Salamanca, Valladolid, Oviedo, pero sobre todo por Galicia”.

Fue tal la adhesión a este equipo, que ante la limitación de aforo en el Gimnasio, Vitolo recuerda que se tuvo que habilitar durante dos años al aire libre una cancha en la Praza da Quintana. “Ahí estuvimos jugando con lluvia y todo hasta que nos lo prohibieron desde la Iglesia. Supongo que molestábamos con los gritos de la gente. Terminamos donde dios nos dio a entender, por campos todos de tierra. La verdad es que los comienzos fueron duros, aunque es cierto que todo el mundo nos apreciaba”, asevera.

Pero aunque Vitolo describe otra Compostela y transmite los rigores de otra sociedad, hay cosas que aún a día de hoy no han cambiado: “Lo que más me gustaba era el compañerismo entre universitarios. Era un gran foco de amistad. El deporte nos unía en todos los sentidos. Eso era lo verdadero. Es lo que yo llamo el baloncesto romántico. Jugábamos por amor al deporte, no por otra cosa”.

Al banquillo. Tras su etapa en el SEU, Vitolo también defiende la camiseta del Bosco de A Coruña durante 4 años pero ya con 28 años decide colgar las zapatillas “porque me veo apurado con los estudios y ya teníamos que viajar mucho”. Sin embargo, se mantiene ligado al básquet como entrenador logrando ascensos también con el propio club herculino y con el OAR Ferrol, ciudad donde comenzó a ejercer como médico y donde aún reside hoy en día.

“Pero en Santiago seguía arrastrando una especial de familia y un día me llamaron para que los entrenase. No tenía muchas ganas de continuar en el baloncesto porque la Medicina me absorbía mucho tiempo pero me cogieron estos amigos, Couceiro, Harguindey... y fueron mis dos últimos años. Hicimos lo que hicimos, lo pusimos donde lo pusimos, y cuando ya estaba salvado me fui. Ya andaba siempre con problemas de guardias en el hospital, mi jefe entonces me obligó a elegir y opté por la Medicina, obviamente”, recuerda Vitolo.

UN AMIGO DESDE HACE MÁS DE 60 AÑOS
“Siempre estaré con Couceiro”

··· Aunque no desde la primera línea, Vitolo confiesa que estuvo al tanto siempre de cómo se trabajó en la fundación del Obradoiro pues su “familia” de Santiago le mantenía al tanto de cada paso. Por eso no deja aún de admirar la capacidad de José Manuel Couceiro, su tenacidad y su inteligencia. “Siempre ha sido un cabeza loca (se ríe). Yo lo conocí desde que tenía 16 años, era uno de los estudiantes más jóvenes de Medicina, siempre fue un hombre trabajador que antes de ir a clase ya andaba repartiendo pan en una bicicleta. Soy su amigo. Llevo viviendo en España más de 60 años y siempre estaré con él”, subraya. “Para la vida siempre ha sido un hombre positivo, cada cosa en la que se metía, cosa que salía bien. Era un terremoto”, y continúa: “Fundó el baloncesto en Santiago porque implantó el minibásquet en la ciudad y siempre andaba por los colegios buscando a chicos para jugar”.

“Quien me describe y siempre me hace reír es Caldas. Decía que yo era un filósofo del baloncesto”

Con su hablar tranquilo, didáctico, reflejo de un hombre culto y acostumbrado tanto a escuchar, como a contar, Vitolo esboza una sonrisa cuando se le pregunta cómo era el baloncesto de aquellos años 70 en los que nace el Obradoiro. “Era un abismo de baloncesto con respecto al de ahora. Solo hay que ver lo que entrena hoy en día el Obra. Se dedican a ello, no tienen otro trabajo pero mi en época entrenábamos los martes, jueves y viernes de ocho a diez de la noche, nada más”, cree.

“Ahora existen los televisores, los técnicos, el apuntador... antes el entrenador lo tenía que hacer todo solo. Yo tenía una libreta donde tenía apuntado con una fotografía los nombres de los jugadores de toda Galicia y casi casi de todos los rivales de España con su estatura, su nombre, su apodo, de qué jugaban, de qué no jugaban y a los míos les decía: ‘a ti te toca ese, se llama fulanito, es muy bueno, te va a atacar por ahi...’ y es como lo hacía yo”, confiesa. “Quien me describe muy bien que siempre me hace reír es Caldas. Decía que yo era un filósofo del baloncesto. Yo solo lo hacía lo mejor que podía”, añade.

En su modestia tampoco quiere insistir demasiado en que, bajo su dirección, el Obradoiro logró el primer ascenso de su historia en su tercer año de vida: “No le tomo mucho interés a eso... Me basta con que mis compañeros de Santiago sean muy grandes amigos míos aunque les lleve cerca de 20 o 30 años a cada uno y me respetan y me quieren como amigo. Con eso me basta”.

Con suspense. Lo cierto es que aquel equipo que dio el salto de Segunda a Tercera en la temporada 1972/73, acabando segundo la liga regular comandado por el emblemático Tonecho Lorenzo, tuvo que pelear duro por su primer gran hito. Primero superó un play-off en Oviedo, una posterior repesca que acabó venciendo tras levantar en casa un average de -13 al Empresa Municipal de Transportes de Madrid (84-66), y finalmente una eliminatoria decisiva con el 13.º clasificado de Segunda, el Celta, con triunfo del Obra en Santiago (79-46), y empate en Vigo (53-53). “Fue una locura ya en Oviedo. Si contara las anécdotas del hotel sería para reír y llorar”, evoca.

Es tajante a la hora de poner en un pedestal a quienes compartieron con él aquellos dos años tan ilusionantes para el club. “Tenía un gran equipo de jugadores, entre ellos Tonecho. Yo siempre decía lo mismo cuando me preguntaban ¿qué equipo te gustaría? Pues tener a un gran base como Pablito (Pérez) y a nueve Tonechos porque lo hacía todo, tenía orgullo, no le gustaba perder, era muy habilidoso, para sujetarlo había que defenderlo a trompadas porque el tío se metía con todo a pesar de ser muy delgadito. Era una estrella. Hubiera sido también una estrella en este tiempo porque gente como él hay pocos además de tan buena persona”, insiste.

10 dic 2020 / 01:00
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