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Comercio electrónico

Ultra fast fashion: los peligros de una moda desaforada

El negocio y las ventas de plataformas Shein o Temu crecen disparados. Sus amenazas a la sostenibilidad o las industrias europeas, también

Un taller de Shein en China, en una imagen de archivo.

Un taller de Shein en China, en una imagen de archivo. / Levante-EMV

Juanma Vázquez

Valencia

Shein. Temu. Hace solo unos años los nombres de este tipo de plataformas con origen en el continente asiático resultaban desconocidos para la mayoría de la ciudadanía. A pesar de que la sociedad poco a poco iba adoptando las compras online, la apuesta por la conocida como 'ultra fast fashion' -caracterizada por la producción, adquisición y descarte constante de prendas a bajos precios- era aún muy reducida.

Sin embargo, hoy este escenario ha dado ya un giro de 180 grados, colocándose como una tendencia ligada a la moda que crece desaforada en España y Europa. Y, con ella, también sus riesgos, desde aquellos que afectan a los consumidores a los vinculados al ámbito económico, pasando ineludiblemente por el grave impacto medioambiental. Un momento de alza reflejado en unas cifras que no dejan dudas de su crecimiento.

Cogiendo como base a Shein, los datos comunicados por la propia plataforma ya señalaban que en 2023 su facturación en el Viejo Continente alcanzaba los 7.684 millones de euros, un auge disparado respecto a los 4.582 millones del ejercicio previo. En nuestro país, mientras, su avance no está siendo menos destacado. El último balance de la consultora alemana ECDB cifraba en el 11% su cuota de mercado en la moda online. Por su parte, el caso de Temu -nacida en 2022 y cuyo posicionamiento en España está cogiendo vuelo- tampoco está pasando desapercibido. Tanto que los ingresos a nivel mundial de su matriz PDD Holdings solo en el primer trimestre se elevaron un 131 % hasta los 11.135 millones de euros.

Una combinación de motivos

Pero, ¿qué factores explican estos incrementos exponenciales? El primero, esencial, es el coste. Como señala el secretario general de la Unión de Consumidores de la Comunitat Valenciana, Francisco Rodríguez, cuando hay “problemas de inflación, de mayor gasto en vivienda o en comida, lo que más se mira es el precio”. También en una ropa que es “imprescindible”, especialmente en unas generaciones más jóvenes que con las redes sociales -en las que estas plataformas llevan a cabo campañas “muy agresivas”- “parece que tienen que exponerse más”, creando con ello “el caldo de cultivo perfecto” para estas plataformas.

Coincide en esta línea Joaquín Aldás, investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) y catedrático de Comercialización e Investigación de Mercados de la Universitat de València (UV), quien destaca que “el consumidor está recurriendo a estas compras porque le aportan valor. En un contexto en el que la clase media se ve con menor capacidad adquisitiva y presionados en sus expectativas por crecimientos muy bajos de las economías y los salarios, la ropa barata y a la moda resulta algo atractivo”. Un diagnóstico que comparte Julia Manresa, con estudios de moda y experta en este tipo de tendencias, quien insiste en esos bajos precios como un motivo clave para “hacer que se recurra a estas prendas, aunque sean de menor calidad”.

Lo sabe bien Sara Pérez, una de esas clientas habituales de Shein o Temu que a sus 22 años reconoce que estas plataformas “han creado una necesidad”. Aunque en su caso no es más de una vez al mes, afirma que sí suele hacer “un pedido grande, de 100 o 150 euros, con el que te puedes comprar 30 productos sin exagerar”. Adquisiciones a gran escala que beben también de “las ofertas que hay, que cuadriplican las de una tienda normal”. El suyo, sin embargo, está lejos de ser una situación única, incluso entre consumidores de edad más alta.

Para María Dolores García, un caso más adulto de estas adquisiciones, los precios que te encuentras en estos espacios “son imbatibles”. Y es que, aunque suele hacer pedidos conjuntos con sus amigas, sí remarca que en este tipo de plataformas “según como te levantes un día, te puedes poner a comprar cosas que no necesitas solo por el precio y al final te puedes gastar un pastón”.

Pero el coste no es el único factor que tira de las compras. Tanto Pérez como García también valoran la “comodidad de pedirlo desde tu casa y no tener que ir”, además -añade la segunda- de la mayor “variedad” que tienen en aspectos como las tallas, ya que “encuentras algunas, sobre todo grandes, que en una tienda física te cuesta mucho más”. Todo puntos que acaban haciendo que cada vez se recurra más al comercio en este tipo de plataformas.

Como prueba de ello, hace casi un año el estudio 'Conductas sostenibles de la población española’ elaborado por Triodos Bank señalaba que casi uno cada cuatro ciudadanos ya adquiría mayoritariamente sus prendas de negocios de ‘ultra fast fashion’. Una realidad que no parece que se vaya a revertir. “El sentimiento de placer que conlleva buscar, comprar y poseer supera el saber que se está contribuyendo a un daño social y medioambiental”, asegura Aldás. Tampoco parece influir que la “garantía para las personas consumidoras sea más difícil de exigir”, añade Rodríguez.

De la industria propia a los residuos

Aunque, tras este hábito consumista, se esconden otras realidades aún más negativas. Como resume Rodríguez, “estamos perdiendo calidad, industria propia y también arraigo y concienciación ambiental, ya que no siempre lo más barato es lo mejor”. Una situación adversa que se está notando en ámbitos como el de la fabricación local. En palabras de Pepe Serna, vicepresidente del Consejo Intertextil Español, con la proliferación de estas plataformas “cada vez es más difícil competir”.

“Ellos están compitiendo con precio, pero nosotros no podemos porque tenemos mayores costes medioambientales o laborales. Estamos en desventaja”, asegura el dirigente textil, que cree que el ‘boom’ de este tipo de comercio online es “un daño que se nos hace al sector productivo europeo y nacional”.”Se está sustituyendo ese mercado tradicional por otro que es fácil, barato y que no tiene costes añadidos. Y eso se está notando en nuestra economía”. Unos menores costes que vienen derivados de realidades como la deslocalización en su fabricación.

Como explica Aldás, “por lógica económica esa producción siempre se producirá en países con peores condiciones laborales”. Sin embargo, el investigador del Ivie distingue la importancia de diferenciar si este término hace referencia a costes laborales más bajos -que aún así pueden equivaler a salarios más altos para lo que es normal en estos países- o a “condiciones que vulneren las regulaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), incluyendo trabajo infantil o salarios por debajo del nivel de subsistencia”.

Casos estos últimos -recuerda- como el que desveló en 2021 un informe de la oenegé Public Eye, que señalaba que los trabajadores de Shein en la ciudad china de Guangzhou tenían jornadas de 75 horas semanales con solo un día libre al mes. O, mucho más cerca, “las denuncias sobre las condiciones precarias de trabajo”, con salarios por debajo del mínimo establecido, que hubo en el almacén que la compañía china tiene para devoluciones en Lieja (Bélgica). “Si esto ocurre en un entorno de fuerte regulación y sindicación como es el europeo, hay que mirar con preocupación a lo que puede estar ocurriendo en otros países”, alerta.

Sin embargo, la ‘ultra fast fashion’ también amenaza otro aspecto, el medioambiental. Su propia idiosincrasia implica que sus prendas se diseñan para una vida fugaz, desecharlas y que el consumidor adquiera nuevos artículos. Un ciclo consumista veloz de graves consecuencias. Por un lado, por el uso intensivo de recursos como el agua para fabricar tejidos como el del algodón. Y es que dentro de una industria de la moda que se estima que genera el 20 % del desperdicio hídrico global, la elaboración masiva de este tipo de ropa juega un papel fundamental. Producir un kilo de algodón puede requerir hasta 20.000 litros de agua. Y a más prendas, más gasto.

Temu y Shein, dos de las plataformas que quiere regular Bruselas.

Temu y Shein, dos de las plataformas que quiere regular Bruselas. / EFE/HANNIBAL HANSCHKE

Junto a ello, remarca Aldás, está también el uso de productos “altamente tóxicos” para procesos como los teñidos de las prendas. Unas acciones que pueden provocar vertidos de azufre, mercurio o cromo, este último encontrado en altas cantidades en ríos como los de Lesoto, teñidos de azul por los tintes usados en las elaboración del tejido de los vaqueros. Todo ello, además, sin olvidar los enormes vertederos de prendas desechadas. “Hace cinco años, los residuos que generaban estos procesos eran de 16 millones de toneladas anuales. Ahora son más de 90 millones de toneladas”, señala Manresa sobre una tendencia que duda que vaya a bajar.

¿Regular o concienciar?

Ante esa previsión al alza, algunas instituciones ya han dado pasos en busca de una mayor regulación. El Parlamento Europeo votó a favor la semana pasada de imponer un arancel de dos euros a cada paquete que llegue a la UE desde plataformas como Shein o Temu, una medida con la que busca ralentizar la entrada de artículos que no cumplen con su legislación. Además, Francia aprobó en junio un proyecto de ley que propone, entre otras medidas, gravar con hasta diez euros por prenda a aquellos fabricantes cuyas emisiones contaminantes o perjuicio para el medioambiente sea más alto; vetar la publicidad de este tipo de plataformas o sancionar a los ‘influencers’ que promocionen su uso. Propuestas que no terminan de convencer ni a productores, ni al ‘retail’, ni a los expertos.

Como resalta el director de Comunicación de la patronal de la gran distribución en España (Anged), David Gracia, lo que se necesita es “que todos tengamos unas mismas reglas de juego y se haga un debate serio sobre la modernización del comercio”, ya que con el funcionamiento de estas plataformas “no tiene mucho sentido restringir los horarios comerciales o mantener restricciones sobre cuando se pueden hacer promociones”. “Pedimos unas condiciones de ventas más estrictas para esas plataformas”, asegura por su parte Pepe Serna, que avisa también de que Europa “debe ser más dura, porque sino nos vamos a quedar sin industrias y, cuando queramos reaccionar, será tarde”.

Por su parte, Aldás cree que medidas como las adoptadas en Francia serán “contraproducentes”, ya que cree que los fabricantes repercutirán ese coste extra en el precio y “todo recaerá en el consumidor”. De ahí que apueste más por la concienciación de la sociedad como camino para avanzar, especialmente dando valor a la calidad o a que “lo importante es el coste-por-uso de la ropa”, o por favorecer alternativas como el alquiler de ropa y accesorios o la reutilización de esas prendas.

Porque este último punto, destaca Manresa, es cada vez más otra tendencia al alza. Favorecida por la segunda mano y con apps como Vinted, “la balanza poco a poco se está equilibrando. La gente es más consciente de la situación con la ‘ultra fast fashion’ y busca alternativas”, remarca sobre una visión que también comparte Rodríguez. “Las prendas pueden tener una calidad mejor y más duradera que las de bajo coste y por temas de sostenibilidad resulta interesante”. No obstante, cree que lo principal es que “el consumidor esté concienciado y que no sea tan fácil ir a por prendas por el precio a costa de la calidad”.

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