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del mundo

llovía copiosamente, era una cortina de cuentas de lágrimas, son lágrimas que manan sin cesar de mi corazón, imparables con tal fuerza que es imposible detenerlas, deslizándose como plegarias infinitas de rosarios de lágrimas pendidos del cielo, habíase desbordado el cáliz de mi corazón, largo tiempo contenido, se ha ido mi mater admirable, mi compañera, mi amiga, como tú mismo decías “éramos las amiguitas”.

Eras una hormiguita trabajadora silenciosa, una heroína en la sombra, los grandes hombres están en la oscuridad, y tú eras una gran mujer, una gran señora, con tu sencillez, discreción y humildad, siempre en segundo plano acompañando a papá, tu alma gemela, en todas sus aventuras, así reza la dedicatoria de uno de sus libros dedicados a ti, La Traslación del Apóstol Santiago, “a mi esposa constante impulsora de mis afanes e inquietudes”... sin denuedo, admirándolo como a un dios. Nunca hubo amor tan grande como el que profesabas a papá y a tus seis hijos, como tú decías siete con papá, pues en tu amor inmenso estábamos todos al mismo nivel hijos y marido. Y el inconmensurable cariño que como mamá Carmiña (Maniña así te bautizó tu nieto Javi) dispensabas a tus siete nietos, mi gratitud por el prodigado a mi hijo Javi, que se crió en vuestra casa, erais para él abuelos-padres, pues tú nietecito Javi y yo, comíamos invariablemente a diario con vosotros desde que nació hasta que la muerte te arrebató. Pues si alguien se merece el título de madre y esposa amantísima eras tú, eras el paradigma del instinto maternal, cuidándonos sin desvelo, siempre anteponiendo tu familia a cualquier otro interés, con una generosidad sin límites, educándonos con cariño, con respeto, con esa dulzura tuya tan innata, la mirada de frente, limpia, soñadora, que emanaba bondad, una creyente sin par, permaneciendo siempre fiel a tus sólidos principios, con una gran personalidad, inculcándonos ese inmenso caudal de valores, impregnados del espíritu de la secular tradición franciscana, y esmerada educación que atesorabas en tu interior, y que se desprendía con tu innata naturalidad en cada uno de tus delicados gestos, plagados de una genuina femineidad sin afectación.

La barca apostólica con tus restos emprendió lentamente su viaje hundiendo delicadamente sus remos en las plateadas aguas, rompiendo el hechizo de la luna, bajo el manto níveo de la luz crepuscular, Papá te aguardaba en la otra orilla, amorosamente te acogió ciñéndote entre sus brazos, fundiéndose vuestras almas en eterno abrazo más allá del tiempo y del espacio, en una sinfonía sin fin, para guiarte quedamente al prometido jardín del Edén y, velarnos desde el empíreo, convertidos ya eternamente en nuestros afectuosos y magnánimos ángeles de la guarda. Las personas como tú nunca mueren, permanecen indeleblemente en el interior de los corazones de los que te amamos. Infinitos besos te acompañen en tu singladura hacia esa otra vida eterna prometida. Mami querida nunca te olvidaré.

In memoriam de mi querida madre Carmiña Mariño Cuevas, (Viuda de J.L. Sánchez-Agustino)

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