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A propósito de la Cocina Económica: Costales y Rossini

Música y beneficencia, política y filantropía, cuatro términos -a pares o por separado- que a priori no parecen tener hoy día mucho vínculo.

Música y beneficencia han ido de la mano en múltiples ocasiones. Los teatros (hoy, con auditorios y salas añadidas) de las ciudades gallegas, cuando comenzaron a funcionar, a mediados del s. XIX, concebían su actividad dando por hecho que se mantenían por las cuotas de abonados y demás asistentes a las funciones. Ese público pagaba e incluso adquiría rifas y objetos que se subastaban para favorecer a los necesitados: huérfanos abandonados, niños del hospicio, y otros indigentes, vecinos o visitantes.

La música aquí era un elemento de cohesión social pero también medio idóneo para formar a niños y jóvenes que acabarían -no todos- en las bandas de beneficencia y bandas de los hospicios, que actuaban junto a las bandas militares y municipales.

De esto se ha escrito mucho. Cuando ahora, gratis et amore, disfrutamos de bandas con solistas y directores de renombre, no somos conscientes de lo que hay detrás de esa idílica estampa y, aunque no siempre, dejamos que se diluyan esas agrupaciones por falta de pecunio y apoyo ciudadano e institucional.

Incluso centros educativos de personas con problemas que calificamos de diversidad funcional, se adiestraban en el arte musical.

Ricos y pobres no solo convivían si no que se retroalimentaban entre sí. Todos sacaban provecho de ello y no a costa de ello. Comediantes y músicos ganaban su estipendio y reputación al ver reflejados sus eventos en la prensa, antes, durante y después de sus actuaciones. Los que hoy formarían parte del gremio de restauradores ofrecían sus manjares y, a la vez, exhibían sus productos y mercancías. Y los afortunados que pasaban largas noches entre piscolabis y entretenimientos culturales, satisfacían sus gustos, hacían alguna conquista o tenían nuevo tema para cotillear al día siguiente.

Política y filantropía ya no se explican juntas de modo tan simple. Incluso chocan, pero en casos concretos algunos dirigentes han salido al paso de las necesidades de su entorno.

Caso peculiar es el de Ramón Pérez de Costales (Oviedo, 1832-A Coruña, 1911), médico, escritor, diputado, ministro y un sinfín de cosas más -su vida y obra están bien documentadas- que contribuyó a la fundación de la Cocina Económica de A Coruña (1886), la más longeva de Galicia, aportando lo necesario de su bolsillo.

Propuso el texto sobre el Estatuto de Galicia (idea fallida). Promovió la creación de la Sociedad del Folklore y, a punto estuvo de fundar la Real Academia Galega, de la que fue nombrado a título póstumo académico honorario.

Por no seguir con su largo historial, lo que llama mi atención es lo extraño que resulta ver su nombre estampado en la obra impresa en A Coruña: La cocina económica. Apropósito dramático en un acto y en verso (1890).

De ahí extraigo estos versos del final que retratan el ideario y la visión personal, cuasi religiosa, de la institución por él auspiciada: Caridad, santa virtud,/ del mundo dulce consuelo/ con tu fervoroso anhelo,/ si no hallaras gratitud,/ debieras volverte al cielo./ Pueblo, que esta noche vienes, /por la caridad traído/ a amparar al desvalido, / abierto el camino tienes/ que tu mismo has escogido,/ sigue tu obra comenzada/ con instinto previsor;/ gracias, pueblo bienhechor;/la limosna así empleada/ llega al trono del Señor.

Mientras esto se recitaba en tono solemne, en el libreto se indica: suena La Caridad de Rossini. No es canto muy divulgado, pero la música del italiano era entonces casi obligada y apreciada en toda ocasión. Curiosamente, para Rossini la comida no era algo baladí.

La Charité es parte de la trilogía (Choeurs religieux) para coro y pianoforte, estrenada en París el 20-11-1844, junto a las otras dos virtudes: La foi y L’espèrance.

¿Cabe más? Pues sí. Costales, amigo de los Picasso fue retratado en A Coruña por el pintor que, cuando pasó a Málaga, mantuvo con él un estrecho trato epistolar y personal.

Sobre él escribió Pardo Bazán: Fue siempre un entusiasta que amó la revolución “poemáticamente”, con el sentimentalismo propio de un carácter abierto y noble, que se compadece de las miserias y dolores del pueblo y desea extirparlas de un solo tajo de bisturí, ni más ni menos que si fuesen algún quiste (1887).

A Costales se le retrata con semblante culto y apacible: De voz simpática (...) fue un orador conciso, fluido y elegante, tanto en los clubes como en los ateneos y las Cortes (F. Monge).

Pero, ante todo, fue “médico de los pobres” y político altruista que amó la música... al menos, la de Rossini, apasionado de la cocina.

Ante este cúmulo de coincidencias quizás otro dicharachero médico gallego exclamase: ¡raro, raro, raro!...

14 nov 2021 / 01:00
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