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El lienzo azul en el que se tejió la historia del hombre

Los océanos nos cuentan las historias del pasado: el Atlántico es una crónica sobre la esclavitud, el Índico un recordatorio de nuestros errores geográficos y el Pacífico una desconocida épica de la navegación. Lincoln Paine traza la historia de la interacción humana a través de las principales masas de agua del planeta y analiza nuestra relación con ellas.

En la mayor parte de la historia humana, los mares y los océanos han supuesto la principal forma de intercambio y comunicación de larga distancia entre pueblos, tanto para el comercio como para la expansión de ideas. Los mares han sido el origen de las más fascinantes civilizaciones de la Antigüedad: Egipto, Grecia y Roma; testigo del nacimiento y desarrollo de tres de las mayores religiones: judaísmo, cristianismo e islam; y bañan los cinco continentes: Europa, Asia y África, América y Oceanía. Para los pueblos que se han asentado en sus costas, han actuado como cuna y tumba, como vínculo y frontera, como bendición y campo de batalla. Y han inspirado a grandes escritores de todos los tiempos, desde Homero y Virgilio hasta Byron, Shelley o Keats, entre otros.

Sabemos parte de la historia de la humanidad gracias a los pecios que se encuentran hundidos bajo el mar. Los océanos nos soplan las historias del pasado: el Atlántico es una crónica sobre la esclavitud, el Índico un recordatorio de nuestros errores geográficos (Ptolomeo creía que era un mar cerrado) y el Pacífico una desconocida épica de la navegación.

Lincoln Paine nos brinda un trabajo monumental sobre la historia mundial a través del prisma marítimo. Desde cómo el ser humano inició sus primeros contactos entre sí gracias a los océanos, ríos o lagos, hasta cómo productos, lenguas, religiones y culturas enteras se expandieron por el mundo a través de las rutas marítimas, mezclando civilizaciones y definiendo el mundo y al ser humano tal y como es hoy en día.

El mar y la civilización (Antonio Machado Libros) es un fascinante recorrido por las gestas navales, desde las primeras grandes migraciones a las grandes culturas comerciales marítimas de la antigüedad, desde las barcas de remo de la dinastía Song a los gigantescos portaaviones y barcos de carga. Lincoln Paine lleva al lector a una aventura intelectual iluminando la historia con una nueva y original perspectiva en el que el mar es el territorio supremo, al fin y al cabo el setenta por ciento del mundo es agua. Pero sobre todo Paine nos explica algo que no había sido tan estudiado, cómo la creación y caída de los imperios a lo largo de la historia están conectados con el mar. Un ciclópeo trabajo histórico lleno de detalles y conclusiones reveladores que se ha convertido en un libro de referencia.

Nos adentramos en la riquísima y turbulenta historia de estos mares y las civilizaciones a las que han acogido, desde los fenicios al Tratado de Versalles, pasando por la conquista árabe de Siria y el norte de África, el Sacro Imperio Romano Germánico y las Cruzadas, los Reyes Católicos y la Santa Inquisición, los largos asedios de Rodas y Malta por Solimán el Magnífico, los piratas berberiscos y la batalla de Lepanto; Nelson y Napoleón; la Guerra de la Independencia Griega y el Risorgimento italiano, la trágica campaña de Galípoli y la batalla de Aqaba con el famoso Lawrence de Arabia. Esta es una novedosa crónica que narra con elegante estilo y ritmo trepidante la historia del mar que vio nacer al mundo occidental.

De los acontecimientos que han marcado el siglo XX, hay uno al que quizás no se ha prestado excesiva atención, pese a suponer una revolución en el progreso de la humanidad: los barcos dejaron de ser el medio más utilizado para los desplazamientos entre largas distancias y han sido sustituidos por el avión e incluso por el coche (salvo en el transporte de mercancías, en el que los grandes buques siguen siendo insustituibles). Si echamos la vista atrás, descubriremos cómo esa transformación rompe con una práctica milenaria, pues la mayoría de las civilizaciones se crearon y prosperaron mirando al mar. Roma, la Monarquía Hispánica o el Imperio inglés, por citar tres ejemplos, lograron dominar grandes extensiones de terreno gracias a su control de los mares. Los barcos eran, en esos imperios, los vehículos más rápidos y seguros para desplazarse, aunque sus travesías entrañasen peligros y estuviesen a merced de las caprichosas condiciones del mar.

La historia humana está indisociablemente unida a masas de agua, ya sean ríos, lagos, mares u océanos. Casi todas las grandes capitales del mundo y las ciudades más importantes se fundaron en torno a los márgenes de un río o en enclaves costeros, siendo anómalo encontrar un pueblo que no se apoyase en las redes fluviales o marítimas para prosperar y comerciar. Los costes y las limitaciones que conllevaba el transporte terrestre empujaron a los comerciantes a volcarse en el mar. La industria naviera fue siempre una de las punteras y se hicieron importantes descubrimientos que buscaban perfeccionar las técnicas de navegación. Lo mismo sucede con las fuerzas navales: durante siglos (y quizás aún hoy), la nación que contase con la mejor armada tenía una ventaja cualitativa sobre sus adversarios. Y junto a comerciantes, bienes y soldados, viajaban nuevas ideas y formas de pensar.

Estudiar la historia de los mares es estudiar la historia de la civilización. Esto es precisamente lo que hace Lincoln Paine en su magnífica obra. El suyo es un espléndido -y descomunal- trabajo, que ofrece una perspectiva diferente sobre la relación entre el hombre y el mar. A lo largo de sus páginas expone la estrecha simbiosis entre el desarrollo humano y los océanos y cómo los distintos pueblos han surcado y utilizado estos para expandirse, explorar, comerciar, luchar y viajar.

El viaje de Elcano, o cómo dar la vuelta al mundo sin mapas. Si la llegada del hombre a la Luna hace 50 años en una nave tecnológicamente inferior a un teléfono móvil nos pareció una aventura increíble, el viaje de Juan Sebastián Elcano no lo fue menos: el marino dio la vuelta al globo sin mapas y equipado únicamente con cuerdas, un reloj de arena, un cuadrante y una brújula. El viaje que empezó Fernando Magallanes y terminó Elcano fue el cenit de la edad de oro de los descubrimientos españoles iniciado en 1492 por Cristóbal Colón.

Colón quería llegar a las Indias abriendo una ruta por el oeste pero en su camino se encontró con un nuevo continente. La consecuencia del descubrimiento fue el Tratado de Tordesillas que para evitar conflictos navales obligaba a los españoles a navegar hacia los mares del oeste y a los portugueses hacia el este. Los españoles, por tanto, solo podían navegar el Atlántico hacia América pero en 1513 Núñez de Balboa descubrió que al oeste del Nuevo Continente se abría un nuevo mar, un hallazgo que inspiró la expedición de Magallanes: desde ahí intentaría llegar al Lejano Oriente sin vulnerar el Tratado.

Cinco naves y 245 hombres. Quinientos años han pasado desde que Magallanes partió de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) con cinco naves y 245 hombres. Y lo consiguió. Accedió al Pacífico por el estrecho que hoy lleva su nombre y llegó hasta Filipinas, donde murió tras involucrarse en las revueltas locales. Y aunque el mundo confiera a Magallanes el mérito de la primera circunnavegación, la hazaña fue de Elcano quien tomó el mando de la expedición y apostó por regresar navegando desde las Molucas hacia el oeste, una decisión casi milagrosa y contraria al objetivo de la misión.

Mil días después, dieciocho hombres llegaban a Sanlúcar de Barrameda y completaban la circunnavegación, un asombroso viaje realizado con una tecnología casi de juguete. Y es que Elcano dio la vuelta al mundo equipado con una cuerda con nudos para calcular la velocidad, otra con un peso para sondar la profundidad, un reloj de arena que había que girar cada media hora -con las imprecisiones que eso genera-, un cuadrante y una brújula.

Con estas herramientas, cada treinta minutos, y a partir de la velocidad obtenida con la cuerda y con la dirección marcada por la brújula, podían saber aproximadamente cuánto habían avanzado y en qué dirección, y marcar un itinerario para situarlo sobre los mapas de la época, tan rudimentarios e inexactos como el instrumental.

Esta técnica les ayudaba a determinar las direcciones de un viaje y a señalar los puntos conflictivos del trayecto, desde accidentes geográficos a lugareños problemáticos.

Pese a la precariedad tecnología, Elcano regresó a Cádiz, en un agónico viaje de más de cinco meses por el sur de Asia y por África, y alejado de las costas para no ser descubierto por los portugueses.

Un punto de inflexión para la cartografía. Aventuras aparte, el viaje fue fundamental para la cartografía porque provocó una carrera internacional para explorar el mundo desconocido y trazar mapas más precisos, tomando como base la Geografía de Ptolomeo, el atlas diseñado por este geógrafo griego en el siglo II que y cuyo uso se recuperó en el siglo XV.

Ptolomeo aplicó principios geométricos a la geografía y diseñó las coordenadas que marcan la latitud (distancia con el ecuador) y la longitud (distancia desde el meridiano de Greenwich), dos referencias que marcan exactamente cada punto del globo terráqueo.

Pero para calcular la posición en la navegación, los marinos solo disponían del astrolabio, que les marcaba la latitud pero no la longitud, un parámetro que no se obtendrá hasta el XVIII. La expedición de Elcano fue un acicate para que las potencias presionaran a la incipiente comunidad científica para desarrollar tecnología capaz de mejorar la navegación y obtener la longitud, que era un dato fundamental para calcular las posiciones. Así, diseñar un reloj náutico se convirtió en una prioridad internacional, a la vez que el astrolabio evolucionó en los siglos siguientes hacia el cuadrante, el sextante y el octante que daban latitudes cada vez más exactas.

Más allá de la ciencia. Pero las aportaciones de Elcano fueron más allá de la ciencia y la tecnología y su viaje tendría un impacto muy importante en la revolución científica del XVII impulsada por pensadores y científicos como Isaac Newton, Francis Bacon (pionero del pensamiento científico moderno) o Galileo Galilei, y que dio lugar a la creación de la Royal Society, entre otros avances.

En cien años se produce una transformación cultural o ideológica de gran impacto en toda Europa. Se abre paso una nueva mentalidad: la importancia del conocimiento, el concepto del descubrimiento y también el de ser el primero en lograrlo.

La nueva ola de pensamiento genera competencia por ser el primero, por la autoría y por la autoridad que otorga el saber. Ser alguien y obtener reconocimiento empieza a ser importante y aunque el mundo inexplorado se estaba acabando, la ciencia acababa de empezar su andadura. Además, a partir de ese momento se vuelve importante saber organizar bien la información; tomar datos que sean válidos para los siguientes, que es una idea con una concepción intergeneracional de la empresa científica. El viaje de Elcano, por tanto, no solo fue una gesta de valientes, sino el detonante de una nueva época, con una mentalidad más moderna que definitivamente cierra el medievo.

El Mediterráneo, cuna de civilizaciones. El Mediterráneo es el mar más antiguo. El mismo al que ha cantado Homero, el de los fenicios, son las aguas en las que se pierde Ulises volviendo a casa, el que navegaron las flotas de Cartago y las trirremes de Roma, el de los piratas berberiscos y de las galeras venecianas, de los torpedos tripulados italianos, de las pateras y del turismo de masas. Un mar repleto de islas y puntos estratégicos. Sicilia y su situación clave sirvieron de premisa para la Primera Guerra Púnica, las fuerzas aliadas en el Mediterráneo establecieron sus bases en Malta durante la Segunda Guerra Mundial, e incluso hoy en día, el estatus de Chipre provoca tensas disputas entre Grecia y Turquía. Es el Mare Nostrum de los romanos, el Akdeniz (mar blanco) de los turcos, el Yam gadol (Gran Mar) de los judíos, el Mittelmeer (mar de en medio) de los alemanes, incluso el Gran Verde de unos egipcios que hace cinco milenios forjaron una civilización que sobre todo focalizaron en el río Nilo.

Es el mar de los viajeros, los comerciantes y los guerreros que surcaron sus aguas, de este a oeste, de norte a sur, que crearon ciudades, imperios, factorías; el mar que siempre estuvo en constante movimiento. El mar de las historias que ya conocemos o de aquellas otras que nos parecen nuevas: la historia de la judía Gracia Nasi, nacida Beatriz Mendes de Luna (siglo XVI), que puso en jaque el comercio en el Adriático cuando casi estranguló a la ciudad de Ancona con un boicot comercial. La historia de la Geniza, los mercaderes judíos establecidos en El Cairo en los siglos IX-XI y que se aprovecharon de la expansión económica (una de tantas) en un mar controlado por los califatos abasida, fatimí y cordobés. La historia de la Sicilia de los normandos en el siglo XI, centro del Mediterráneo por un tiempo, lugar de encuentro, disputa y acuerdo comercial entre cristianos, judíos y musulmanes. La historia de cómo Menorca pudo estar a punto de caer en manos rusas en el último tercio del siglo XVIII, con la aquiescencia británica (por oposición a los franceses), y también de los sueños utópicos del zar ruso Pablo I.

28 nov 2021 / 00:00
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