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El ministro y candidato Illa

alguien tendrá que explicarme, digo yo, de quién habla con saña tanta gente: le dicen ministro en el trato normal, añaden el dicasterio que maneja –Sanidad y Filosofía a partes iguales–, y ahora, aseguran, lo vamos a convertir en el nuevo presidente de la República Coaligada y casi Imperial de la nueva Cataluña. Y lo dicen, lo proclaman, lo jalean... Pero, ¿qué ha hecho este pobre señor que tiene muy buena pinta y, cualquier día, con tanto bandazo político, se va a encontrar en la plaza del Rey, sólo y abandonado, sin cargo ni destino, soltando un mitin sobre el programa, inexistente, del Gobierno para salvar el medioambiente y no engañar a la gente con unas ideas ni siquiera puestas en limpio en las cuartillas, eso sí, “grandes ideas , con un gran futuro” para la limpieza de la mugre que envenena al mundo?.

Unos días antes del cinco de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, me llamó a su despacho el subsecretario de la Presidencia del Gobierno, al que asesoraba full time, y me dijo: “Tienes que ir a Barcelona el día 5 y dar un mitin de los tuyos, como cuando hablas de James Joyce, entonado, emotivo, como si fuera un hermano tuyo recién fallecido..., como podía sucumbir el mundo entero si no detenemos el deterioro antes de que acabe el siglo XX... El programa del gobierno sobre el medioambiente...”. “No tenemos ningún programa sobre eso...”, interrumpí al superior. “Lo inventas”, me dijo con falsa dureza. Se detuvo, bajó la cabeza y me miró sonriente por encima de los quevedos que amenazaban con caerse desde el puente de su nariz. “Tú mandas”, jefe. Y salí del despacho.

Me fui a mi cubil, recogí un poco la mesa sembrada de papeles del día y me marché a trabajar a casa. Como crítico de libros que seguía siendo de mi periódico, recibía “la tira” de ellos. Parte los guardaba y parte los regalaba a los alumnos de la universidad el día o con motivo del cumpleaños de cada uno; además de los que enviaba directamente a la biblioteca de la facultad. Miles de ejemplares, digo, quedaban en mis doscientos metros cuadrados de vivienda en la Ciudad de los Periodistas de Madrid, en la que vivía.

El mitin salió bien, pero, sobre todo, convenció a los presentes en la plaza del Rey de que el orador traía un nuevo mensaje y, además, no improvisaba nada. Desde El código de Hamurabi al grueso volumen de una tesis que había dirigido yo mismo y que estaba en mi despacho esperando una posible publicación, di un repaso a lo más notorio de la materia y, sobre todo, soprendí, por él ímpetu y el cambio de tono de mis palabras... Ventajas de haber estudiado un asignatura denominada Oratoria, que estuvo muy en boga en los parlamentos europeos de finales del XIX y medio siglo XX.

Yo supongo, y me permito suponer porque veo que al filósofo y ministro de Sanidad se le está poniendo cara de cerdo degollado con tanta responsabilidad o tal vez miedo, que el último golpe que ha recibido de sus propios congéneres es inadmisible y rastrero: retrasar las elecciones... ¿Y eso? Por la pandemia, dicen. Pues, del 14 de febrero, día marcado ya, al último de mayo que ahora parece fijarse, va un mundo y miles de contagiados más, porque, al parecer, el señor presidente del gobierno, tan seguro en tantas cosas, no tiene agallas para imponer los protocolos y reglamentos y los cierres... No tiene eso o no le interesan las elecciones catalanas celebradas en su día marcado, porque ya no se fía del ‘efecto Illa’, que nunca ha sido una certeza para nadie, pobre, sólo con Simón y él cantando, por Garfunkel, la palinodia de los muertos que ocuparían menos espacio que un pequeño rebaño de corderos. ¿De verdad alguien ha encontrado en el candidato Illa el menor indicio de una vocación política discreta, incluso discreta?

Guardo del mitin que di en la plaza del Rey de Barcelona un recuerdo agridulce. Primero, cuando el micro comenzó a carraspear, los caminantes, volvían la cabeza para encontrar la fuente de donde manaba el “uno-dos”, “uno-dos”, se detenían en su paseo, preguntaban sin palabras pero con el ocico arrugado... Alguno buscaba el banco para sentarse... No tenían prisa. Pero, en un momento dado, los parados eran más que los peripatéticos... Vi destellos de luz de algunas cámaras fotográficas. ¡Qué bien, hay fotógrafos!

Me habían reservado habitación en el Hotel Princesa Sofía. Me fui dando un paseo y pensando. Me tranquilizó el hecho de que yo no era candidato a nada. Cuando llegué al despacho de Madrid al día siguiente, temprano como siempre, me fui derecho a ver al subsecretario. ¿Qué tal?

– Muy bien, macho; Demóstenes y tú, ¡vaya dos!, dijo el subsecretario. ¿Has leído la crónica de Vigil?

– No he tenido tiempo.

– Pues te pone...

– A parir, claro.

Intervino el presidente:

–Prepárate por si hay que meterte en lista...

– En mi vida me he afiliado a ningún partido.

Después, una tarde, apareció Tejero con pistola donde no debía.

24 ene 2021 / 00:00
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