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El niño y el pez

era una bonita mañana del mes de julio, y en la gran playa, bajo el cálido sol, bullía la alegría.

Las sombrillas de lona rayada emergían, de entre la multitud, con sus pequeñas cúpulas, bajo las que descansaban, tumbadas y somnolientas, varias generaciones de una misma familia.

Los niños llenaban pozos en la arena, construían castillos, corrían, chillaban, daban volteretas contentos, libres, salvajes entre las dunas y el mar. Otros nadaban viendo acercarse enormes olas, vigilados por sus padres. También traían agua en sus calderitos de colores chillones, y corrían felices perseguidos por montañas de espuma. Brincaban, saltaban y se zambullían entre risas y algarabía.

Bandadas de gaviotas volaban, mecidas por la brisa, indolentes, mientras otras se abandonaban a las olas.

La gente paseaba a la orilla del mar, y contemplaba el horizonte, al tiempo que sus mentes vagaban lejos de las cotidianas preocupaciones. Un hombre rubio, corpulento salió del agua y gritó a sus hijos, mientras en su mano brillaba algo con destellos metálicos. Era un pequeño pez que había atrapado. Los dos niños se acercaron, el mayor lo miró y no le dio importancia, siguió jugando con su pelota de colores. Sin embargo, por los ojos del otro pasó un relámpago de feroz alegría.

Este era un muchacho también rubio, como de unos diez años, con el pelo muy corto, un pendiente negro en la oreja derecha, gordito, chato. Llevaba un traje de baño azul con motivos vegetales, grande, que le llegaba hasta la rodilla, estaba bastante moreno.

Él niño cogió el pez por la cola y lo zarandeó levantando el brazo, este se agitó con la boca desmesuradamente abierta, entonces lo sumergió en el mar, sin soltarlo. Su padre y su hermano nadaban y lo llamaban para que los acompañara, pero él estaba muy ocupado con el pobre pez. Me acerqué y le dije : “Es un ser vivo y sufre con lo que le haces, lo estás torturando y lo vas a matar. Él tiene sus amigos en el mar y es feliz con ellos, igual que tú con tu familia. Tienes que dejarlo ir”. Sin hacerme caso, lo volvió a zarandear, lo sumergió, lo tiro en la arena, le saltó encima y le aplastó la cola. Como insistí y avisé a sus padres, se escapó con su presa y le arrancó una aleta, después otra, mientras el animal se retorcía entre espasmos de dolor. Lo metió en el agua, lo apretó, le sacó los ojos, lo aplastó con el pie, hasta que el pez ya no se movió, lo volvió a sumergir, y lo golpeó, pero seguía sin moverse, las tripas le salían por la boca, tenía la piel destrozada, se le veían las espinas, estaba completamente machacado. El padre y el hermano seguían llamándolo entre las olas, él siguió un rato en la orilla tratando de reanimar al pez para seguir torturándolo, aunque ya la esencia del pequeño animal había abandonado su cuerpo descuartizado y había ido a reunirse con el espíritu de todos los animales que pasan por este mundo y se van.

El niño tiró, con rabia, el pez muerto al mar y su cuerpo lacerado pasó a formar parte del ciclo de la vida, de la cadena nutriente de otros animales marinos. Pero un pedacito del corazón del niño se volvió negro, y su alma se hizo un poco más dura y egoísta. Era insensible al dolor y al sufrimiento que podía causar, y capaz de ir arrancando partes de un ser vivo sin inmutarse. Alegrarse y sonreír ante la desesperación y el desamparo.

Entonces fue a reunirse con su padre y su hermano, su madre que tomaba el sol los miró y después de un rato se fueron a caminar.

Todos los animales son un gran regalo que Dios, bondadoso, nos han hecho. Ellos viven con nosotros, nos sirven de compañía, de alimento, son nuestros amigos, nunca podemos ser sus verdugos. Todos hasta el más diminuto, forman parte de la naturaleza, tienen una dignidad y deben ser respetados. Su vida, su entorno, su bienestar deben de ser para nosotros una responsabilidad, incluso los más dañinos merecen una muerte tranquila.

Nunca un animal inocente puede ser torturado por un niño como diversión, será un adulto cruel, despiadado, caprichoso y lo demostrará siempre. Las personas perversas son un mal para la sociedad y eso puede corregirse haciéndoles ver en la infancia la crueldad de sus actos.

Si Nerón obligó a Séneca, su tutor, a suicidarse y de paso arruinó un imperio ¿Qué podemos esperar de una sociedad educada, mayoritariamente, por una televisión violenta y manipuladora, que llena de malos ejemplos las mentes infantiles, ante la indiferencia de sus progenitores?

16 may 2021 / 01:00
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