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El “Stabat” en presente

Cualquier ciudadano que se exprese en castellano advierte la dificultad de un extranjero al utilizar los verbos “ser” y “estar”.

Cualquier ciudadano que use una u otra lengua es consciente de que con ella no consigue expresar todo aquello que quiere transmitir.

Es la riqueza del lenguaje, sustancia del pensamiento. Toda palabra tiene su aquél, matices y resabios, sutilezas. Y ahí reside también su insoslayable pobreza.

El idioma es un medio para hacernos entender, pero no todo se puede decir a través de él por muchas reglas gramaticales que sepamos. Son necesarias vías alternativas.

Todo esto nos afecta en la vida ordinaria, en lo más inmediato. Y lo vemos en grado extremo en los medios de comunicación existentes en nuestros días. Cada palabra tiene un precio y un truco. Se la mide al detalle, se le incorpora figuras y símbolos, iconos y emoticonos, silencios o cadencias para que suplan sus carencias.

Bien lo saben los millennials y los centennials que sobrevienen tan deprisa que casi unos y otros se pisan.

Entre ellos, un grupo limitado en número, pero de ilimitada difusión, dan voz a libreros y librerías, con técnicas adquiridas en el presente sobre diseños de antaño y anhelos de futuro. Son los bookstagrammers, jóvenes adolescentes que divulgan sus gustos literarios a través de las redes sociales. Tienen un buen reto por delante pues, tanto ellos como quienes les siguen, deben sortear la dificultad de expresar en mínimos lo que ha ocupado otrora cantidad de páginas.

¿Cuál será la impronta de estos influencers o actores que abren más aún la brecha digital? Lo sabremos en la próxima parada del tranvía en el que viajamos aun gran parte de la gente. Me pregunto, por ejemplo, cómo despachar ipso facto realidades como dolor y gozo, ideas aparentemente antagónicas, o gozo en el dolor unidos en un mismo sujeto y acto.

Son hechos humanos que impregnan el Stabat Mater. Es un himno, recitado o cantado, donde la pasión y muerte del hijo nos atraviesa desde la mirada y presencia de la madre, muda por fuera, pero plena por dentro.

Todos los que tienen corazón de madre sufren y aman. No es cuestión carnal, ni de tez ni raza. Y hay una que sufre, en presente, con y por todas ellas. Es la Dolorosa: la madre que stabat al pie de la cruz contemplando la agonía del ser de sus entrañas. Estaba allí y sigue estando, viendo cumplirse la profecía de que una espada le atravesaría el alma. Es una imagen que encierra un misterio. Y por serlo es difícil penetrarlo y meterse dentro.

En el plano musical abundan compositores que ofrecen diversas visiones y versiones en las más de 200 obras basadas en ese stabat. Las melodías, aun siendo torpes, suplen o van más allá del ámbito verbal. Es labor ingente referirse a todas esas piezas, por lo que apunto una selección y que cada cual elija la que le parezca.

Exceptuando los cánticos a una sola voz, dentro del repertorio polifónico propongo a pares, sin ir hiladas, la de J. Desprez y Palestrina, de Vivaldi y Pergolesi, de Hadyn y Boccherini, de Rossini y Verdi. Reflejan estilos musicales de los últimos cuatro siglos. Según el momento, la interpretación y otros factores, poseen caracteres tan diferentes que todas inspiran en diversos tiempos.

El texto del Stabat Mater Dolorosa se atribuye al franciscano Jacopone da Todi (s. XIII). Se eliminó como secuencia de la liturgia oficial tras el Concilio de Trento, restaurándose al misal en 1727. Figuró luego en el oficio del Viernes de Pasión, antes de Semana Santa. Ahora ocupa lugar primordial el 15 de septiembre unida a la Exaltación de la Sta. Cruz (que honra al hijo crucificado) y a La Virgen de los Dolores (que repara en el dolor y gozo de la madre).

Impacta el homónimo oratorio del checo Antonín Dvorak (1841-1904) que no figura entre los grandes de la música sacra. ¡Quién lo diría al adentrarse en ese Stabat Mater para solistas, coro y orquesta a lo grande!

Es monumental y solemne. Rebosa belleza, majestuosidad, destreza y habilidad de voces y timbres sutilmente combinados. Pero lo más logrado es la desnuda sencillez con la que traza el recorrido del sufrimiento y muerte que conduce a la vida, mediante la purga o catarsis de la meditación de la que stabat contemplando ese inefable instante, en que dolor y gozo se entrelazan y culmina en el fin donde la vida triunfa sobre la muerte.

No es composición que llegue a todos, pero creo que de modo ácrono e inespacial sí llegaría. Basta meterse en ella para dar cabida a esa experiencia espiritual y humana, lejana a realidad tangible y más a la virtual. Con credo o sin él, emociona sin igual.

Los bookstagrammers y musicstagrammers, si los hubiera, tomen nota. Y los bibliófilos y melómanos que por fortuna quedan, contagien amor al libro y a la música en la sociedad vigente sin temor a tanto mutante andante.

28 nov 2021 / 01:00
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