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El vocabulario que nos trae la COVID-19

en los tiempos en que andamos, la COVID-19 nos está marcando muchos caminos, en la vida, en la medicina, en el Derecho, incluso en el lenguaje. Así, por ejemplo, si no fuera por la influencia de la pandemia en las relaciones sociales, no sabríamos que vamos hacia lo que se ha dado en llamar ‘nueva normalidad’, ya que entre otras razones tampoco estábamos con la idea de que la normalidad en la que vivíamos era ‘vieja’ o ‘antigua’ y, además, casi nadie se lo había planteado.

Lo cierto es que la normalidad que vivimos, mientras no lleguemos a la ‘nueva’, está introduciendo un vocabulario, que además de inusual se presenta incorrecto, como vemos en los ejemplos que siguen. Nos dicen las autoridades y Simón en sus comparecencias públicas que las curvas tienen ‘pico’, insisten con frecuencia en que llegaremos al ‘pico de la curva’ en lugar del ‘pico de la gráfica’, alejándonos así de que el significado semántico de la palabra ‘curva’ supone que algo no tiene ángulos.

La expresión ‘nueva normalidad’ podría llegar a ser asumible al igual que lo fue en su momento la implantación de la ‘sociedad de socio único’ o ‘sociedad unipersonal’, si se piensa en este caso que socio único o sociedad unipersonal son términos incompatibles. Y también, en su momento y sin que nos hayamos tenido que mover del sitio acabamos admitiendo la ‘nueva realidad’ de que Galicia, que siempre había limitado geográficamente, por tierra, con Asturias, León y Portugal, ahora también limita con Castilla... (sí, con Castilla y León). Por eso, para evitar que la palabra ‘nueva’ sea el canal para introducir sobresaltos definitorios en la normalidad, proponemos que se diga volver a la normalidad (sin nueva).

Utilizar incorrectamente el verbo ‘confinar’ o el sustantivo ‘confinamiento’ en la normalidad en la que estamos induce a un error de percepción que debe evitarse, decir que Santiago de Compostela “está confinada” es un desacierto, que se evidencia más cuando se matiza que Santiago está confinado perimetralmente, transmitiendo así que nos tienen “encerrados” dentro de un determinado perímetro, cuando todos los confinamientos, por definición, son perimetrales. En fin, puesto que ‘confinar’ significa ‘encerrar o recluir algo o a alguien en un lugar determinado o dentro de unos límites’ y se refiere a cosas o a personas, no a territorios lo correcto es decir que “estamos confinados” (los habitantes de la Santiago). Se confina a los habitantes, no a las ciudades.

Llama la atención la expresión ‘conjunto de medidas’ que se adopta para indicar cuáles son los criterios que se han de seguir en el mantenimiento de la distancia social, cuando técnica y gramaticalmente queda mejor decir “medidas para mantener la distancia física”, pues no acabamos de ver la diferencia entre conjunto de medidas y medidas a secas –que ya son un conjunto– salvo que se quiera resaltar la cantidad de ellas que elaboran los diseñadores de la nueva normalidad cada vez que se reúnen (convirtiendo los diarios oficiales en ilegibles).

Puestos a discurrir, si hablamos de ‘distancia social’, la imaginación nos puede llevar a múltiples escenarios, sociológicos, políticos, jurídicos, médicos etc., que nos hará temer por la convivencia en el futuro. Lo cierto es que la expresión vino para quedarse y bien contextualizada da mucho juego, pues la distancia supone alejamiento, pero unida al adjetivo ‘social’, puede llegar a relacionarse con las clases sociales más o menos favorecidas y en la nueva normalidad puede acabar identificándose peligrosamente con la ascendencia, el linaje o la casta para llevarnos al recurrente debate sobre la lucha de clases. Mejor entonces, hablar de ‘distancia física’.

Por último, se consolida el concepto del ‘trabajo a distancia’ en su modalidad de teletrabajo, es decir, el que se lleva a cabo mediante uso exclusivo o prevalente de medios y sistemas informáticos, telemáticos y de telecomunicación. En este campo no habrá que esperar a la nueva normalidad para conocer en qué consiste y su regulación legal. Las posibilidades que ofrece gustan a los trabajadores en la empresa privada y, obviamente, a un gran sector de funcionarios, además de ser un vehículo idóneo para la conciliación familiar. Lo cierto es que ‘trabajar a distancia’ suena mejor que ‘teletrabajo’, más que nada porque el prefijo “tele” es poco solidario si se piensa en los que nunca podrán teletrabajar (por ejemplo, un albañil) y porque induce a identificarlo con la TV. En su diseño se generan muchas dudas, pero en la nueva normalidad cabrá sin límites, y habrá televideo y teletransporte.

La utilización de un lenguaje incorrecto, por personas que se comunican con el público desde sus importantes puestos políticos, coincidiendo con la implantación de un nuevo modelo educativo, genera escepticismo y cierto temor sobre la posibilidad de alcanzar esa “nueva normalidad” que se nos ofrece.

13 dic 2020 / 00:00
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