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daniel innerarity, escritor y filósofo

“En política hay un exceso de dramatización del antagonismo”

El éxito de ‘Una teoría de la democracia compleja’ (Galaxia Gutenberg) traía a Daniel Innerarity de un lugar para otro, hasta que, poco después de su visita a Galicia, surgió la epidemia del coronavirus. Ahora, mientras trabaja en su casa de Navarra, a la espera de volver a la carretera, y a las montañas que tanto ama y que contempla desde su despacho, el filósofo vasco observa como algunas de sus teorías sobre la política contemporánea se van cumpliendo. En esta larga entrevista, Innerarity analiza los aspectos que hacen más frágiles las democracias y explica cómo la acción política ha de cambiar drásticamente en un entorno complejo como el que se avecina // Texto: José Miguel Giráldez

Hablar con Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) es siempre un placer inmenso. Activo como pocos en el debate contemporáneo, el filósofo vasco vive estos días confinado (como todos) en su casa rural, desde la que ve pasar el mundo. Pero Innerarity nunca está apartado de la realidad: su trabajo consiste, precisamente, en analizar lo que nos pasa, en estudiar nuestra democracia y nuesta sociedad, el tema central, por cierto, de su último gran proyecto.

Innerarity entiende la apuesta del filósofo como la de aquel que busca las explicaciones al universo en que se desarrolla nuestra vida actual, la tarea de entender el mundo y de hacerlo más comprensible para sus semejantes. La tarea, también, de hallar las mejores soluciones, las que nos hacen más felices. Se trata, por tanto, de un papel fundamental. El papel del filósofo, oscurecido en estos tiempos, lejos del brillo de otras épocas, se perfila, sin embargo, como decisivo para salir de algunos atolladeros. La fragilidad que esta pandemia nos revela, las complicaciones de la política, la necesidad de un nuevo contrato social y una apuesta por la naturaleza como única forma de supervivencia, dan sentido a una de las profesiones más bellas de la antigüedad. Los amantes de la sabiduría. Innerarity es uno de esos filósofos que mide sin cesar las constantes de la sociedad actual, es un filósofo profundamente integrado en el turbulento río de las aguas contemporáneas, y a cada paso nos da cuenta del estado de la cuestión. Y uno diría que las conclusiones no son precisamente muy optimistas.

Hablo con el filósofo vasco apenas un par de semanas antes del brote epidémico. No hay señales evidentes de lo que está por venir. Innerarity acude solícito y divertido, acompañado de Núñez Seixas, tras pronunciar una conferencia.

En su mano, su último libro ‘Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI’, publicado por Galaxia Gutenberg. Un tratado apasionante sobre la nueva y necesaria gobernanza, sobre los cambios y las transformaciones que necesita la política contemporánea. Hace tiempo que se atisba que esos cambios son muchos. La situación global, aún antes de esta pandemia, es alarmante por muchas razones. Movimientos autoritarios, derivas de control ciudadano, graves problemas derivados del calentamiento global, la crisis ecológica como oscuro horizonte, agravado ahora por la presencia de un peligroso virus que corrobora las teorías de algunos epidemiólogos. La acción política está más sometida a debate que nunca.

El siglo XXI, con dos décadas a sus espaldas y aún envuelto en una gran vocación adolescente, discurre a gran velocidad, con el inexplicable vértigo que proporciona la superficialidad, las ingenierías mediáticas, el crecimiento de los dogmatismos, la ausencia de referencias sólidas, el desprestigio de los intelectuales desde los atriles del brutalismo político, la demagogia como herramienta de comunicación, o la lucha en el barro que tiene lugar, sobre todo, en las redes sociales.

Le digo a Daniel, bromeando un poco, que con un apellido así es más fácil triunfar. Innerarity es un tipo cercano, deseoso de la celebración del lenguaje. Me cuenta que su apellido es el resultado de un error de transcripción, porque el origen está en Inverarity. “Mi abuelo salió de Aberdeen, y entre Aberdeen y Dundee hay un lugar que se llama Inverarity, ya sabes, ‘la ribera del río’, ‘la boca del río’, eso es lo que significa. Mi tatarabuelo y su hermano llegaron con 16 y 14 años respectivamente a Pensacola, en Florida (el año pasado estuve en la Biblioteca Nacional en Washington, y llegué a identificar el barco en que llegaron), sin dinero, sin nada. Y entonces, en el registro de entrada, el ‘inver’ les sonaba ‘inner’, y así acabó el apellido, como es hoy. Por eso soy muy indulgente con los que lo escriben mal: es que ya está mal escrito. Así que bueno, soy un poco escocés, sí”, me dice divertido.

Y esa condición de escocés, o de medio escocés, ¿se nota en tu personalidad? Tú eres un gran amante de las montañas, por ejemplo.

No sé qué decirte. Mi padre no era montañero. A mí me encantan los paisajes salvajes.

Eres como los poetas románticos ingleses. Te vas a pasear por las montañas.

Sí, siempre que puedo. Oye, y yo a los románticos ingleses me los he leído a todos. Entre el 85 y el 89 estuve en Alemania, porque tenía una beca y estaba estudiando a Hegel y el Romanticismo. Me fui a Múnich. Allí me leí a los románticos y luego escribí, ya ves qué casualidad, un artículo (creo que se titulaba ‘La invención cultural de la naturaleza’) sobre esa pasión romántica por las montañas. Claro, en Múnich no las tenía demasiado lejos.

Los vascos suelen ser amantes de las montañas, y también del ciclismo. Bueno, y de fútbol ya ni hablamos.

Yo en materia de fútbol soy agnóstico. En cuanto a la bicicleta, te diré que me caigo con sólo mirarla. La bici es un artefacto inventado por el diablo. Pero yo vivo en la falda de una montaña [en Zarikiegi]. Estoy en mi ambiente, no te lo voy a negar. Yo desde ahí, desde la ventana, veo los Pirineos nevados... Y estoy al borde del Camino de Santiago, por ejemplo: a 750 kilómetros, dice el cartel a la entrada de mi pueblo. Juego con mis hijos a adivinar en qué idioma nos va a preguntar la siguiente persona que nos encontremos.

Tú que te has definido como europeísta y solidario, imagino que ves en el Camino de Santiago una vía extraordinaria para articular el continente. Tuvo ese significado, quizás ahora el turismo y la profundidad vertebradora se confunden... no sé qué piensas.

Por mi pueblo hace veinte años no pasaba nadie. El bum del Camino de Santiago lo ha cambiado todo. Se oyen idiomas, se ve pasar mucha gente. A mí eso me encanta, me gusta mucho. Me siento muy bien en los sitios de mezcla, de paso. Yo estoy muy a gusto allí, pero a los dos o tres años necesito irme, cambiar de aires. Y cuando cambio de aires, a los dos años estoy deseando volver.

Este libro, ‘Una teoría de la democracia compleja’, me parece un librazo. Todo lo tuyo está ahí. Comparto esa idea de que la política se ha ido convirtiendo, peligrosamente, en un hecho excesivamente simple. Y maniqueo. Aunque tal vez sea una visión más general, de toda la sociedad. La gama de los matices se ha perdido, cuando la política tendría que ser el reino de los matices.

Todo eso es cierto. Pero yo tengo una obsesión en esto de la política. Lo que suele haber es más bien un error cognitivo, una chapuza de gestión, pero no maldad. Nuestra manera de dirigirnos a la política es hoy demasiado moralizante. No paramos de hablar de buenos y malos, de falta de voluntad... En fin, el maniqueísmo que dicen, la ausencia de matices. Lo que ha demostrado Kanheman, que es un autor que me encanta, es que nuestra capacidad de percibir el mundo real es limitadísima, porque está llena de sesgos y de prejuicios. En esta conferencia de hoy sobre las identidades, por ejemplo, dije que hasta en el origen del un problema tan terrible como la violencia machista subyace un pequeño error cognitivo: y es que los varones creemos que somos la norma. Ese ángulo ciego de los varones lleva, yo creo, a conclusiones horrorosas. Pienso que nos hace falta formación para ver esto.

También escribes a menudo sobre cómo el exceso de reglamentismo puede desplazar algo mucho más importante, que es la reflexión. Es decir, que la política debe ir más allá del mero afán legislativo, porque no es lo único.

A veces no se pueden cambiar las cosas de manera directa, aunque sean cosas que la sociedad quiere modificar. Hay una cosa que se llama Gobierno del contexto, o que la llamo yo, o Gobierno del condicionamiento estructural de las decisiones, etc., que puede producir esos mismos efectos. Las formas jerárquicas de ordenar la sociedad, y la legislación es una de ellas, fracasan a menudo en los entornos complejos. Pero resulta que necesitamos entornos complejos, como explico en mi libro. Hay que dar incentivos, información. Mira, hemos acabado prácticamente con el tabaquismo. Y eso no lo hemos hecho con el Código penal. En absoluto. Se ha hecho con información, incitando a la gente a la reflexión. Hay batallas que hay que hacer de manera más sutil. Yo también dejé de fumar cuando supe lo que suponía hacerlo. Hay que dirigir a las personas hacia la reflexión, hacia el pensamiento.

Dicen que la izquierda, empujada por el populismo, las urgencias electorales o mediáticas, se ha pasado a un exceso de pragmatismo de lo inmediato, a esa necesidad de eficacia visible, en lugar de potenciar la reflexión pausada, el razonamiento crítico, que venía siendo una filosofía mucho más habitual.

El problema que tenemos es que un discurso muy articulado, con una buena gama de grises, en el corto plazo tiene todas las de perder. Hoy un discurso así no es sexy. Si tú hablas de equilibrios entre consensos y desacuerdos, la cosa se complica. Se buscan mensajes de otro tipo. Mira la frontera entre Estados Unidos y México. Hay zonas de violencia, de dificultad, es un problema que no se soluciona fácilmente. La mejor manera de no hacer nada y que parezca que estás haciendo algo es construir un muro. Porque un muro es una cosa rotunda. Todos sabemos que no sirve para impedir el paso de nada, tiene además un efecto perverso, porque realmente incrementa el sentimiento de inseguridad y sobre todo incrementa el miedo al otro.

Este libro, que resume, como decimos, gran parte de tu obra, y de tu filosofía política, largamente desarrollada en otros escritos y en tu numerosa presencia en fotos de debate, proyectos de investigación, artículos, etc, está teniendo una gran acogida. Reconozco que está muy bien escrito. Así que quizás haya una esperanza.

He encontrado que hay mucha gente que lo quiere leer. Estoy contento, sí. Me gusta escribir, y eso que de joven quería ser pintor. Mi padre, que era ingeniero náutico, consideraba que siendo pintor no me ganaría la vida. Así que le dije que quería ser filósofo. Juraría que tampoco le satisfizo mucho... pero me dejó. Pensé que de alguna forma acabaría estudiando Bellas Artes. Pero resulta que la filosofía me enganchó, me entusiasmó. Y ahora, escribir filosofía tiene para mí algo de aquella incipiente afición a la pintura. Escribo como si estuviera pintando. Aunque te confieso que tengo algún cuadro a medias...

Haces un estudio sobre las razones por las que fracasan las democracias, por qué sus mecanismos o sus maquinarias pueden quedarse obsoletos, etc. Y entonces, en ese afán de presentar la nueva democracia como algo necesariamente complejo, hablar de que tendrá que ser social y ecológica. No puedo estar más de acuerdo.

Hay una propuesta en el libro... Hay cuatro electorados, digamos, que hoy no están suficientemente presentes: los vecinos, las generaciones futuras, las mujeres y la naturaleza. Se ha acabado el monopolio de la democracia electoral. Hay que ir a introducir obligaciones horizontales con aquellos que comparten espacios de afectación. La democracia consiste en hacer coincidir los que deciden con aquellos que son afectados por las decisiones.

Hoy, las decisiones que se toman aquí tienen consecuencias en todas partes. Y hay otro asunto social: las tecnologías, que están condicionando el futuro de mucha gente que no vota. Hay intereses contrapuestos entre los mayores y los niños que vivirán con la tecnología. Pero ellos van a padecer [el deterioro] del medio ambiente, los residuos nucleares... Todo esto es un factor de gran innovación política. Igual que la presencia masiva de mujeres en política, que está modificando el reparto de tareas domésticas. Lo cual hará que los varones tengan que implicarse mucho más en los cuidados, etc. Y, claro, hay que reintegrar la naturaleza, no sólo a la vida, sino a la política. Desde Hobbes, que lo dijo muy claro al hablar del estado de la naturaleza, sabemos todas estas cosas. Y propongo el modelo biológico de ecosistemas, de entornos naturales, pensar las políticas con categorías biológicas, del estilo de cómo funciona el sistema inmunitario...

Los políticos deberían leer este libro para comprender que lo importante no es la simplificación o el maniqueísmo sin matices, sino la complejidad.¿Sabes si ya lo están leyendo algunos?

Sí, sé que algunos ya lo tienen.

Deberían leerlo de inmediato. Porque, como tú dices, las herramientas que se están usando para hacer política, en un mundo tan avanzado, sin embargo, no coinciden en absoluto con las necesidades de lo que hay que hacer. Estamos sometidos a una crispación absurda y banal, a una tensión continua, sobre cualquier tema, el que sea, como si hacer política tuviera que ver sólo con eso. La reflexión serena está olvidada.

Yo no desprecio esa dimensión de combate, de gestión de lo inmediato, de lucha con el adversario político. Entiendo que es algo lógico. El problema es que la dimensión de reflexibilidad, de las estrategias a largo plazo, del establecimiento de sistemas más cooperativos que competitivos, está siendo devorada por la primera. El momento electoral invade todo el proceso político. Nos devora, como tú señalas, el histrionismo.

El otro día me preguntaron qué libro recomendaría a un político. Y como no iba a recomendar el mío, que es de mala educación, pues dije que el libro que yo les aconsejaba de verdad era uno quizás no muy conocido aquí, un libro de Sten Nadolny, escritor alemán, que se llama ‘El descubrimiento de la lentitud’. Con ese libro aprendí yo el alemán que sé. Esa escena en la que [John] Franklin, el protagonista, está en una encrucijada, se echa la noche, baja la temperatura, y la tripulación le pide una decisión. Y al final toma una decisión correcta. Y dice Nadolny: acertó porque fue más lento que la muerte. Hay ciertas cosas que sólo las podemos solucionar con lentitud. No se llega antes por acelerar los procesos. El más vago es casi siempre el que más se agita.

¿Está ausente el humanismo en la política? ¿Falta empatía con la gente? ¿Es eso lo que tendríamos que recuperar también?

Sin duda. Hay mucho lenguaje intimidatorio por ahí. Hay mucho actor político intimidando también al adversario. El otro día le decía a un político que no podemos gestionar la relación con el adversario si no empatizamos un poco con su mundo interior. Aunque sea un extremista impresentable. Tendemos a minusvalorar aquello que despreciamos. Pero en este país, la incapacidad de no ponerse en la piel del otro lleva a que muchas cosas no se puedan hacer. La lógica electoral de competición lleva a un enfrentamiento continuo. Ese político me dijo: me gustaría mucho que mis relaciones con el resto no fueran siempre en términos de confrontación. Creo que no hay tiempo para otras cosas. Lo que pasa es que no hay tiempo para la lentitud. Todo se construye en plan acusador y dramatizando el antagonismo. Todo está teatralizado. La política tiene una parte de teatro, lo acepto, pero eso no se puede llevar a sus máximas consecuencias.

16 may 2020 / 23:34
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