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Ignotos aleluyas mozartianos

Acostumbrados estamos a poner el ojo de mira en un Mozart que, por una parte, sabemos que es un genio, y por otro, un frívolo de cuidado, quizás por ser muy consentido o admirado siendo aun niño y joven imberbe sin mucho garbo, físicamente hablando.

Elogiamos sus sinfonías y conciertos galantes, los gorgoritos en óperas y arias endiabladas, y, menos es nada, su conocido Requiem, más por el misterio que encierra que por lo que realmente es de su puño y letra.

Esta visión del músico más clásico de los clásicos populares es una realidad sesgada e incluso medio inventada, reforzada desde los últimos años por el film Amadeus (Milos Forman, 1984) que algunos no han conocido y otros preferimos obviar si no fuese por la supervisión y selección de la música que hizo el director Neville Marriner.

Mozart, desde su juventud, fue una persona adulta, un ser que se fue formando en su entorno familiar, con inmejorables profesores y la continua exposición y superación ante sus múltiples oyentes y seguidores.

Es llamativa su música sacra, poco conocida por ser una porción no muy extensa comparada con el resto, pero tan interesante como cercana al nivel de su música sinfónica, de cámara, e incluso operística.

Ya desde adolescente compuso varias misas que fueron como el obrador de su oficio musical, igualmente genial en sus obras en latín.

Cierto es que surgen muchas dudas sobre qué hay en ellas de su autoría, lo mismo que en otras obras de las mismas datas. Algunas ni siquiera llevan su nombre en las partituras. Es fenómeno que no interesa debatir, salvo a expertos y quizás ilusos investigadores que pretenden ir al detalle, midiendo todo escrupulosamente. Para un oyente corriente lo importante es que pasaron por la mente o las manos de Mozart. Eso es suficiente. Dejando al lado esas misas, me centro en tres jubilosas piezas propias de la Pascua: sus tres Regina Caeli, compuestos entre los 15 y 23 años.

¿Qué es un Regina Caeli? Una oración que sustituye al más conocido Angelus durante los 50 días que dura la Pascua, del Domingo de Resurrección a Pentecostés.

Comenzó a rezarse y/o cantarse desde antiguo. El texto es muy simple, existente ya en el s. XII y extendido por los franciscanos durante el XIII. En principio constaba solo de tres versos, con el mismo ritornelo pascual: Regina caeli, laetare, alleluia/ Quia quem meruiste portare, alleluia// Resurrexit, sicut dixit, alleluia// Ora pro nobis Deum, alleluia// Gaude et laetare Virgo María, alleluia/ Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

Es pues, un cántico de felicitación a la madre que, tras la dolorosa Pasión de su Hijo, merece ser saludada con estas palabras de gozo.

La iglesia no lo asumió como canto propio hasta que, por recomendación del papa Benedicto XIV, desde 1742, se incorporó al corpus de rezos marianos. Y, desde entonces hasta ahora, ni otros papas ni concilios lo tumbaron: sigue vigente y se ora en comunidad o a título personal, al mediodía o en otro momento.

Volviendo a Mozart, los dos primeros los compuso en Salzburgo donde había nacido pocos años antes, aunque por entonces ya había viajado por Italia y Francia y conocido la música germana. Por ello, siendo sencillos, emulan a otras obras suyas de esa etapa, un tanto ampulosas para un adolescente. Es evidente su cercanía al estilo italianista de la época y a la orquestación de sus primeras piezas sinfónicas y dramáticas.

Mozart no vivía en una burbuja. Estaba al tanto de lo que se hacía en pleno proceso de formación y, no lo olvidemos, de admiración y asombro constante por reyes, papas y nobles de todas clases. Fue siempre un adulto en ciernes, curtido por la temprana muerte de su madre, tortuosos viajes en carruajes y las enfermedades de cualquier infante, como varicela y altas fiebres.

Esas tres versiones del Regina Coeli corresponden al K 108 (1771), K 127 (1772) y K 276 (1779) del catálogo de Köchel. Si la exclamación del aleluya es la más utilizada en toda fiesta pascual, en estas tres mozartianas se resaltan de modo especial como expresión gozosa, ocupando buena parte de los casi 15, 17 y 8 minutos que duran respectivamente.

Lo relato porque la escucha está difícil, a no ser que se posean los 45 vols. con su obra editada por Philips, bajo el título Complete Mozart Edition, o la caja de los 170 CD de la discográfica Brillant.

Maestros como Harnoncourt con sopranos como B. Bonney o Ch. Margiono, la han interpretado con logrado resultado.

Los múltiples coros y corales, con orquestas reducidas o suplidas por un buen arreglo orquestal, de los tantos y tantas que hay por la geografía gallega, podrían incorporar estas partituras a su repertorio, sobre todo, para interpretarlas en fechas pascuales.

¿Que son difíciles? Tratándose de Mozart, nadie dice lo contrario. ¿Que suenan a ópera? Un tanto, pero no es excusa. ¿Que están en latín?... ¡Nada mejor para resucitar una lengua a la que no se le auguran excesivos aleluyas!

17 abr 2022 / 01:00
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