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Sara Montiel / Actriz

“James Dean no me gustaba para nada”

Nacida en Campo de Criptana (Ciudad Real), la actriz y cantante manchega fue una estrella que conquistó a millones de espectadores en todo el mundo. Una cantante que reinventó un género. Una mujer que rompió moldes y burló censuras. Sara Montiel no solo fue la primera española en triunfar en Hollywood, sino un auténtico mito del cine y la canción gracias a su arrolladora personalidad y su innegable talento.

El diamante negro. Hace pocas semanas se cumplía el octavo aniversario de la desaparición de nuestra estrella más internacional durante décadas. En sus últimos años Sara, Sarita, Saritísima se contemplaba ante un espejo que ya no le devolvía la imagen que cautivó al mundo entero, pero dibujaba los recuerdos con un aliento mágico en el que ya no había tanta literatura como en la época dorada. La mirada profunda sobre los oropeles del éxito de una existencia de leyenda permitía vislumbrar su verdadera esencia.

He querido transcribir la entrevista exactamente como la hice, para que no perdamos ahora, con el paso de los años, el valor de sus palabras. En aquellos momentos sorprendía su colaboración en una película...Ya no era la dama sin camelias...

Ha sorprendido su regreso al cine después de mucho tiempo sin estar delante de las cámaras. En su momento usted afirmó que jamás volvería a rodar un filme....

Desde 1976, cuando empezó el cine del destape, que me parecía horroroso, me ofrecían muchísimos guiones que no aceptaba porque decidí que eso no era para mí. He hecho películas maravillosas que se han distribuido y se han dado a conocer en el mundo entero. En realidad, no es que haya regresado al cine. La película está realizada por castellano manchegos en su totalidad, y me pidieron que interviniese representándome a mí misma. No me pude negar, porque salgo en televisión como Sara Montiel, y me pareció que esto era lo mismo, así que acepté. El rodaje es en un pueblo de esta comunidad y todo el equipo, el elenco de actores y los productores son de allí. De hecho, la historia transcurre en un pueblo de La Mancha.

Sin duda es una grata noticia para todos los que desean verla en la pantalla. ¿Qué le ha motivado para tomar esta decisión?

Me dijeron que les habían concedido una subvención muy pequeñita y que les gustaría poder contar conmigo. Una vez se había terminado de rodar casi toda la película, lo último que se filmaron fueron las escenas en las que aparezco. No tenía tiempo y para estar en el pueblo dos días tenía que compaginarlo. La intervención me parecía muy graciosa y divina. Aunque en pantalla no llega a los diez minutos de actuación, puedo adelantar que es muy divertida.

En su momento usted le dio una negativa a Pedro Almodóvar.

Eso fue hace mucho tiempo. Cuando me lo propuso estaba trabajando en Brasil con un contrato de un año de duración con una productora muy importante, así que no pude aceptar. Soy una admiradora de Pedro y sabía que iba a dar el golazo que ha dado. Me han ofrecido infinidad de películas desde que decidí retirarme. No hace mucho me propusieron una muy buena, con un guion fantástico, pero tampoco me animé a hacerla.

Su última película, dirigida por Pedro Lazaga, fue Cinco almohadas para una noche, ¿cómo recuerda aquel rodaje?

Era una comedia muy simpática. El rodaje fue muy bien. Tuve la suerte de trabajar con actores que eran unos amigos maravillosos y todos lo pasamos estupendamente. En la película había pocos números musicales, pero eran espectaculares. Aun así, era una comedia intranscendente.

En aquella cinta se la veía a usted en un registro que sorprendía por el erotismo que desprendía en esos momentos...

Bueno, en mi opinión estaba mejor en la película que había rodado anteriormente, Varietés. Mis mejores películas son, a parte de esta que acabo de mencionar, El último cuplé, La Violetera y Esa mujer de Mario Camus.

¿Cómo era como director Juan Antonio Bardem, con el que rodó Varietés?

Muy bueno en aquel momento y en lo que había dirigido en los años cincuenta. Era un poco político al ser comunista, pero una persona estupenda. Quise que me dirigiera en una película. Era muy válido y tenía mucho prestigio como director. Lo conocí en el año 1944, cuando yo tenía dieciséis años. Nos unía una amistad muy grande, porque sus padres habían hecho de mis padres en la ficción en dos ocasiones en sendos largometrajes.

Usted, que había trabajado en Hollywood, ¿cómo veía los directores españoles en aquellos momentos?

Cuando hice El último cuplé, el talento lo tenía Juan de Orduña. Ya lo había demostrado con Locura de amor y muchas películas más. El cine europeo es completamente diferente al americano. Están las películas francesas, que para mí tienen el defecto de ser muy lentas. Son muy buenas, pero un poco pesadas. No tienen la agilidad y el timing que tienen las americanas. El cine inglés me gusta también mucho, pero depende de los temas que traten. Cuando regresé a España estaban directores como Rafael Gil, Juan de Orduña y otros que eran muy buenos con películas estupendas rodadas anteriormente.

¿Cuáles fueron los motivos reales para que usted rompiese el contrato que tenía con los estudios de Hollywood?

No sabía que El último cuplé iba a ser un bombazo mundial, porque no fue solo español, lo fue en todo el mundo. Cuando volví después de casi seis años, a ver a mi familia con mi madre, estaba contratada por la Warner para filmar dos películas más. Yuma y otra que tuve la suerte de deshacer el contrato porque me había convertido en una estrella internacional gracias a las películas que había rodado en España. Quería dejar de hacer de india. Entonces los latinos estábamos muy mal vistos y te encasillaban en papeles que yo no quería seguir interpretando. Decía siempre que era de España y no sabían dónde situar el país. Eran muy incultos en ese sentido. Pensaban que estaba en México, a lo que respondía que ese país tenía frontera con ellos y que yo era europea. Era evidente que te clasificaban por los rasgos y la procedencia. En aquel tiempo, allí, no había un negro con una bandeja ni para servirte una copa... El único que trabajó en aquellos años fue Sidney Poitier, que no se sabe quién lo empujo o metió en el cine en una época en la que los negros no podían entrar en los restaurantes de los blancos.

En Yuma fue dirigida por otro de los grandes directores norteamericanos, Samuel Fuller, ¿cómo fue aquel último rodaje en Estados Unidos?

Aunque tenía el contrato con la Warner me pasaron a la RKO para poder rodar Yuma, algo que era muy habitual entre los grandes estudios de Hollywood. Sam Fuller, que era un director extraordinario, me había visto en Veracruz y se había enamorado de mí. Se empeñó en tenerme para esta película que coprotagonicé con Rod Steiger y el rodaje fue maravilloso.

En un momento estuvo a punto de rodar una película con Clark Gable, La esclava libre...

Eso fue mucho antes. Él estaba rodando Cuatro reinas para un rey y yo la película con Samuel Fuller. William Wyler era íntimo, incluso habían tenido un romance, de Yvonne de Carlo, que era amiga mía. Le dio el papel a ella y me lo quitó a mí, pero con la actriz tenía muy buena relación y supongo que las motivaciones para esa decisión radican en la relación que había entre ellos.

También estuvo a punto de rodar El americano, con Glenn Ford.

Sí, estuvimos en Brasil durante dos meses, pero al productor no le fue bien y tuvo que parar el rodaje. Tanto Glenn Ford como yo teníamos importantes contratos firmados. En la película figuraba César Romero como actor de reparto. En un momento determinado nos dijeron que no se podía seguir rodando. Habíamos, incluso, grabado la promoción de la película. Nos pagó integro lo estipulado porque, en mi caso, perdí muchos trabajos en México.

¿Qué hay de cierto en los supuestos celos que tenía Joan Fontaine de usted en el rodaje de Serenade, conocida también como Dos pasiones y un amor?

En absoluto. Ella era una señora maravillosa y se portó conmigo estupendamente. Cuando Samuel Fuller quería que rodase con él Yuma, Joan Fontaine tenía muy buenas relaciones con la RKO. Le preguntaron qué le parecía que yo protagonizase la película y ella dijo de mí que era una actriz estupenda. En la película Dos pasiones y un amor hay un final larguísimo en el que cuento cómo es una corrida de toros, siendo ella el toro. Tenía que matarla en un giro extraño de los personajes. No solamente me ayudó, sino que era adorable. Coincidíamos con Natalie Wood, a la que maquillaba como yo salía en Veracruz, e incluso la vestía del mismo modo, porque tenía que hacer de india en una película. Hace tres años todavía me enviaban desde los estudios de la Warner los polvos que utilizaba entonces para este maquillaje. Los hijos y nietos de aquellos maquilladores han ganado varios Oscar al Mejor Maquillaje desde entonces.

Otra de las cosas que sorprenden es que no protagonizase El Cid con su marido Anthony Mann.

No me dejaron los productores. El rodaje de El Cid se lo propuse a mi marido. Anthony se había enamorado de los paisajes de Andalucía en el rodaje de Carmen, la de Ronda y le dije que tenía que hacer una película importante en España porque los exteriores eran idóneos para hacer un western americano. Pensando en una película para que la hiciera aquí, se me ocurrió El Cid porque él era especialista como realizador de cine épico. Las cuadrigas de Ben-Hur y los exteriores de Lo que el viento se llevó, con tan solo veintiocho años, habían sido obra suya. Me informé sobre el personaje a través de Menéndez Pidal, que era el único en esos momentos en España que podía informarme para poder reflejarlo en un largometraje. Fui yo quien le propuse a mi marido que fuera Sofía Loren quien la interpretase porque me encontraba en pleno éxito de El último Cuplé e iba a rodar Pecado de amor, que se convirtió en otro éxito sin precedentes. Hay que tener en cuenta que a los productores españoles no les interesaba que yo la interpretase porque tenían contratos establecidos con los distribuidores para varias películas incluso antes de rodarlas tras el éxito que supuso El último cuplé.

En esos años también conoció al maestro Alfred Hitchcock, que también era su admirador, ¿qué recuerdos tiene del director?

Un hombre muy agradable, al que le gustaban mucho las mujeres rubias. Con el humor negro que siempre me ha caracterizado, le decía: “Qué pena que no te guste porque tengo el pelo moreno”, y se reía mucho. Tuve mucha relación con su hija, que montaba las películas de su padre, coincidiendo a menudo en la sala de montaje. En América es muy importante la figura del montador, cosa que no ocurre en España. Allí, un mal montador puede destrozar una buena película.

Este año ha desaparecido Elizabeth Taylor, una de las grandes estrellas de Hollywood...

La señora que trabaja conmigo desde hace más de veinte años me dijo cuando falleció que se había muerto una actriz que estaba conmigo en una fotografía que tengo encima de una mesa. Ella tenía una belleza distinta a la mía, más judeo-inglesa, con unos ojos preciosos, negros con mucha luz. Se pintaba las pestañas moradas para dar el efecto por el que se le ha recordado, pero no los tenía de color lila, ni muchísimo menos.

¿Hubo realmente un romance con James Dean?

No, no... no hubo ningún romance. No me gustaba para nada. Era pequeñito, no veía, miope... Lo que ocurría es que coincidíamos mucho en el almuerzo de los estudios y me invitó a verlos actuar un día que yo no trabajaba. El creador de los Globos de Oro, que me adoraba, nos hizo unas fotografías riéndonos justo dos días antes del accidente en el que falleció. No le acompañé porque tenía rodaje ese día. Se mató porque no llevaba las gafas.

¿Le hacía realmente el desayuno con huevos fritos a Marlon Brando?

No se lo hacía. Le invité a unos huevos fritos a la manchega, con ajos, y un café, que me salía muy rico. Él estaba rodando Sayonara y pasaba al estudio para ver cómo interpretaba, aunque ya le había conocido en 1951 cuando rodó un musical con Frank Sinatra.

El éxito de El último cuplé motivo su decisión de regresar a España, ¿dejó de realizar proyectos interesantes en América a raíz de ese impacto popular?

Cuando se estrenó había vuelto a Estados Unidos con mi madre y Anthony Mann, con quien llevaba casi un año de relación. La película la había hecho a trancas y barrancas, sin apenas dinero. Un día se rodaba y al día siguiente no se podía porque el director no tenía para comprar la película virgen... Lo pasé bastante mal realizándola, llorado muchísimo y cuando la terminé me desentendí. Al estrenarse en mayo de 1957 me había olvidado de ella y estaba previsto que rodase una con Paul Newman. Era la última que él tenía que filmar con la Warner porque quería marcharse de los estudios. La propuesta que le hicieron no le gustó, así que me quedé colgada con una película por rodar según mi contrato con la Warner. Tras el estreno de El último cuplé se pusieron en contacto conmigo los dos grandes productores españoles que había en ese momento, Cesáreo González y Benito Perojo, junto con Manuel Goyanes para ofrecerme contratos en España. Como no sabía del éxito de El último cuplé, les dije que no firmaba nada hasta que no regresase ya que tenía un compromiso con la productora americana. Lo hicimos tan bien que el abogado de mi marido consiguió liberarme de realizar la película que estaba pendiente. Como todos son judíos, se apañan entre ellos... “tú me haces un favor hoy, y yo te lo hago mañana”.

¿Qué supuso en su carrera El último cuplé?

La película supuso un éxito tremendo y fue el motivo para volver. Firmé, en principio, ocho películas, cuatro de ellas con Cesáreo González, cobrando treinta y ocho millones de pesetas por cada una, que al cambio era un millón de dólares. Así que me quedé en Europa porque era la única artista que tenía aquí películas musicales. Se hicieron en coproducción con Francia, Alemania e Italia...

Una vida para contemplar el sueño cumplido de las primeras mañanas de una niña que amaba lo bello.

16 may 2021 / 00:15
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