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La tarde noche aquella, hace 40 años

eso es... Hace cuarenta años justos... 23-F. Los que vivimos aquella tardenoche, sin excluir la madrugada, tardaremos en olvidarlo; los que estuvimos metidos en medio de la emoción inevitable del evento, podemos olvidar algún que otro nombre; la traición, y más si es con violencia, sella los rasgos de los personajes puestos en el trance de mostrar su valor o de dejar escapar chorros de miedo insospechados por el mismo, en situación nunca encontrada pero que puede, tal vez, volver a darse. Y puede que algunos personajes en la escena aquella tarde noche acaben difuminándose y pierdan cualidades y calidad en la memoria: el valor del teniente general Gutiérrez Mellado, la serenidad del presidente Adolfo Suárez, el miedo fisiológico de aquella mujer, secretaria de Estado ella, Rosa, encantadora en su temblor, a la que acompañe dos veces hasta la puerta del cuarto de baño próximo.

Me los había encontrado de frente cuando entraban por la puerta giratoria y yo pretendía salir por ella, porque habíamos quedado con mi mujer en el cine Pompeya, en la Gran Vía, convocados unos cuantos amigos de Manolo Sumers para un pase, preestreno, de su película recién facturada para el público, Ángeles Gordos, y hacia el cine pretendía enfilar el paso, tras entrevistarme con el presidente Suárez en el bar del Congreso, antes de despedirse de la política y del rey, que seguía sin saber de memoria su importante papel en la historia de España.

– Voy a ver al rey a la Zarzuela, me informó el general Armada, sin reconocerme siquiera, agarrotado por su nerviosismo.

– Lo ha llamado él o alguien importante en su nombre?

– No... tenía...?

– No, ni se le espera...

En los veinte minutos de charla con Suárez, aprendí dos o tres cosas importantes: primera, el presidente no sospechaba –aunque sí temía– una iniciativa militar semejante; y, desde luego, no tenía la menor noticia de que ya estaba en marcha y en manos de un pelotón de emergencia y sin categoría alguna; segunda, el rey sabía lo del complot e, ingenuo como es todavía hoy, dudaba si decir que sí al fiel Armada o enfrentarse con los dos o dos y medio capitanes generales que hacían la guerra por su cuenta. Pero Armada había dejado de ser fiel. Por eso mi comentario de que no se le esperaba en La Zarzuela.

Cuarenta años justos de un extraño sucedido que aun hoy sorprende pese al marchamo de la historia, que fija los hechos sin hacer justicia de las intenciones. Mi crónica de lo sucedido en el Congreso de los Diputados se encuentra en cualquier hemeroteca. Fue lo primero que hice, en toda la noche, a partir de las diez y de mi expulsión del edificio: pergeñar la crónica de lo sucedido in situ y sus alrededores, que llegaban hasta La Zarzuela.

– ¡Hola, Sabino! ¡Lo has convencido?

– Si: no ha costado mucho. Le gusta ser un héroe...

He renunciado a todo lo escrito después del asalto. Cuarenta años son demasiados, sobre todo cuando no son para celebrar. Lo extraño, y lo malo, es que los que aun no habían nacido o iban a hacer la primera comunión no han aprendido nada y creen que pueden jugar con las cosas de comer y los valores históricos que han hecho grande a nuestro hoy pobre país. ¿Algo nuevo, Sabino?

21 feb 2021 / 01:00
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