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Las ágiles esculturas de Fernando Suárez Reguera

Fernando Suárez Reguera (Oviedo, 1966) es un artista enormemente versátil que trabaja de forma preferente con el hierro y el bronce que conjunta a su vez con nuevos materiales como las resinas, en las diversas líneas de su trabajo: hombres en acción, animales, vehículos, construcciones urbanas...

La figuración es una de las mejores vías para expresar nuestro tiempo. Términos como incertidumbre, incomodidad, inseguridad, incerteza, se pueden y deben materializar a nivel plástico y sobre todo cuando hoy los sufrimos más que nunca a causa del covid-19 y en vano conseguimos eliminar de nuestro día a día.

Lejos de agotarse, hoy la escultura figurativa se plantea plural, diversa y muy activa como demuestra la propuesta que el artista Fernando Suárez Reguera (Oviedo, 1966) plantea en la compostelana galería Luisa Pita, con el significativo título Incertidumbre. Vía plástica aborda precisamente esa perplejidad que embarga al ciudadano a todos los niveles, por afrontar retos, sobresalir de la media, alcanzar metas o superarse así mismos. Así, torsos incansables ya en solitario ya en pareja o formando grupo exhiben esa inquietud y suponen retos a nivel compositivo. Son espejo y reflejo para confrontarnos con ellos y a la vez con nosotros mismos.

A veces los presenta al filo de la navaja por una cultura impregnada y obsesionada en la aniquilación del hombre. Con maestría se empeña en singularizar la contingencia o la inestabilidad como delata la pieza Desequilibrio u Hombre hueco. Es la idea de cómo lo fortuito, un mero accidente, en cuestión de segundos puede desestabilizar o convertir en tragedia nuestro cómodo bienestar. Si lo plasmó en pintura David Hockney así lo materializa en el plano volumétrico Fernando Suárez en varias obras como Entrepalos. El cuerpo lejos de acabar empalizado no es atravesado y aniquilado por las vallas, tan sólo se convierten en mero bache pero no atraviesan ni traspasan la voluntad humana, sino que la caída del individuo se convierte en mero aliciente para proseguir la ardua trayectoria vital. En la obra de este autor no hay lugar para la rendición ni la derrota.

Nunca como hoy el ser humano ha tenido la posibilidad de transformarse tanto para abolir lo que creemos son debilidades e imperfecciones corporales. Queremos alcanzar la perfección, incluso lo poshumano a través de ejercicio físico, implantes, cirugías. Fernando Reguera presenta cuerpos pulidos, moldeados a base de ejercicio, siempre vitales, sanos y potencialmente activos, antes que reconocibles, caracterizados en una pose, singularizados en una emoción, en un esfuerzo físico, aunque a veces valore el descanso.

El artista siente nostalgia del pasado clásico, así pues usa el bronce o el hierro para infundir a la materia perdurabilidad y permanencia. Por ello moldea con una técnica totalmente personal a base de superponer pellas de barro colocadas en tiras a modo de vendajes que, lejos de inmovilizarlos, les inyecta un vitalismo propio de seres casi robóticos.

El potencial dinámico y ágil del mundo del cómic cobra sentido en la infatigable actividad que reproducen las esculturas de Fernando, conectan con la estética del cómic y el cine de ciencia ficción que nos ha bombardeado con la imagen del superhéroe. Son los superdotados que saltan y vuelan con la flexibilidad de un Tarzán, colgados de ganchos y cables conquistando el espacio galerístico. Intentan emular a toda esa nómina de seres únicos como Spiderman saltando o trepando edificios o muros verticales en la jungla asfáltica. Pero además de los fantásticos recoge el cuerpo fuerte e infatigable regido por el modelo hetero normativo que se nos impone, ejercitado en el deporte. Así lo delatan sus nadadores, porteros, escaladores, luchadores o gimnastas actuando en las paralelas o sobre la barra fija.

Más lejano en el tiempo, el vuelo de Ícaro y sus alas impulsoras de su célebre ascensión es otro referente a señalar. Estas gráciles figuras consiguen el efecto de volar o mantenerse en frágil equilibrio a pesar de sus potentes volúmenes, tan solo sostenidos por tenues estructuras metálicas propiciatorias para impulsar los ejercicios acrobáticos. Cables que a su vez le sirven para estabilizar a los personajes o coordinar sus pasos pero también para desarrollar una dimensión conceptual muy rica en sugerencias. Salto al vacío evoca el conocido salto recogido en la fotografía de Yves Klein en 1960. Asimismo, nos devuelve las caídas mortales que hicieron las delicias de los pintores románticos.

Si en pintura o fotografía abundan los modelos de gente bañándose o haciendo piruetas acrobáticas como nos enseñaron los frescos de Cnosos adornando los palacios de la antigua Grecia, al abordar las tres dimensiones el peso corporal supone un reto mayor de planteamiento y por ende a nivel económico. El artista congela la guinda de un momento en el espacio. Se aprecia en el grupo Sincronizada II donde eterniza la secuencia del movimiento acuáticos bajo el agua, al estilo de Boccioni. Consigue solidificar la filigrana, eterniza ese instante que puede acabar en fractura u aparatosa lesión, pero que como cabe esperar puede elevar a las sugerentes féminas al podio de la fama y del honor.

Hombre árbol, es una hibridación entre el ser humano y el elemento orgánico. Inmerso en la soledad, muy simbólico emergiendo del suelo para metamorfosearse en vegetal. Metáfora de los circunloquios mentales del individuo, su posición en el mundo, pero al mismo tiempo a retomar las raíces, congraciarnos con el planeta.

Su producción gira en varias direcciones; la galería ha abordado la línea humana, pero a la vez desarrolla un trabajo muy comprometido de cambio climático, una línea de protesta provocada por los tiempos revueltos que nos tocan vivir. Cabe esperar que la galería nos brinde otra muestra que la complemente.

15 nov 2020 / 00:00
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