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Lepanto, la decisiva batalla naval por Europa entre el Imperio Otomano y la Santa Liga

La unidad europea, basada en una cultura y en una historia común, hubiera sido imposible sin el combate de aquella mañana del siete de octubre, cuando en inferioridad de condiciones, soldados y marinos españoles, italianos y alemanes ganaron el que es, hasta la fecha, el combate naval más sangriento de la Historia.

En términos de geopolítica, quizás el acontecimiento más importante de la Edad Media fue el asedio y posterior conquista de Constantinopla (año 1453) por parte del Imperio Otomano. Aquella fecha marcó la caída definitiva del Imperio romano y abrió las puertas a una crisis de identidad en Europa que, a diferencia del Imperio Otomano (cuya fe era el Islam) se había forjado a través de las ideas emanadas del Cristianismo.

Constantinopla –actual Estambul– fue ciudad imperial ya desde el siglo IV, cuando el emperador romano Constantino el Grande estableció en ella el Imperio romano de Oriente (o Imperio Bizantino, así también llamado por haber sido construida Constantinopla sobre una ciudad más antigua, llamada Bizancio) complementado por el Imperio romano de Occidente (con capital en Roma) cuya caída definitiva se produjo en el 476 de nuestra era.

Pero no sería hasta 1453, fecha de la conquista otomana de Constantinopla, cuando se dio por definitivamente finalizado el otrora poderoso Imperio romano de los césares, cuyo vaciado espacio comenzaba, mediado el siglo XV, a ser apetecido por el floreciente Imperio Otomano, sustentado en la fe del Islam.

Como era lógico, lo turcos otomanos tuvieron en cuenta la estratégica situación geográfica de Constantinopla, así como las importantes redes y rutas comerciales (la más célebre “la Ruta de la Seda”) que, desde hacía siglos, en ella convergían y continuaron manteniéndola como capital de su Imperio.

El Imperio Otomano, nuevo e importante actor geopolítico. A tenor de lo visto anteriormente, es fácil comprender que la cristiana Europa no podía permanecer ajena a estos transcendentales acontecimientos. Constantinopla había desempeñado un papel fundamental durante los tiempos de las Cruzadas (desde los siglos XI al XIII) y su conquista significaba que el nuevo y poderoso Imperio Otomano establecía una frontera directa con los beligerantes entre sí reinos y repúblicas cristianas de Europa.

De este modo (y teniendo en cuenta el precedente de la invasión y ocupación musulmana de la Península Ibérica –año 711– que se prolongó hasta 1492, fecha de la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos) la posibilidad del expansionismo turco a través de la Europa continental y del Mediterráneo, se convirtió en una amenaza real. Y más aún cuando sus rutas marítimas y terrestres de comercio y abastecimiento comenzaron a ser hostigadas por corsarios y piratas berberiscos, desde bases establecidas a lo largo de toda la costa del norte de África, principalmente en Egipto, Túnez y Argel.

Y en cuanto a su avance terrestre, el Imperio Otomano pronto entró en colisión –por el Este– con el Imperio ruso (de religión cristiana ortodoxa) en la región de Crimea y por el oeste, con Polonia y Austria, a cuya capital –Viena– pusieron sitio en el año 1529.

De este modo, la toma de Constantinopla (1453) que se produjo en un momento histórico clave de transición –a finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento– convirtió al Imperio Otomano en uno de los actores políticos más importantes a nivel mundial.

La Constitución de la Santa Liga. La toma de conciencia del expansionismo otomano llevó a las naciones de Europa a incrementar sus esfuerzos para establecer coaliciones fuertes, estables y con capacidad real para oponerse a su imparable avance.

Fue así como, reinando en España Felipe II, se llegó al establecimiento de una Liga Cristiana (la Santa Liga) con capacidad para desarrollar una acción conjunta que garantizase la seguridad del comercio en el Mediterráneo. Una unión que no era sencilla, pues si bien las naciones de Europa mantenían la unidad en cuanto a la profesión de una misma religión –la cristiana– subyacía en ellas la división, en función de los propios intereses de cada uno de los reinos y gobiernos.

Así las principales potencias implicadas en la Santa Liga (los Estados Pontificios, España y la República de Venecia) tenían intereses contrapuestos. Los venecianos consideraban prioritario asegurar sus rutas de comercio terrestre a través de Oriente Próximo y Asia, así como el control de plazas a lo largo de toda la costa Adriática para garantizar la navegación de sus naves por el Mediterráneo. Mientras, para España, el objetivo primordial era el control de Túnez y Argelia, para mantener alejados de las costas españolas a los barcos corsarios. Los Estados Pontificios, a su vez, velaban por el mantenimiento de sus propios territorios e influencia indiscutible como cabeza suprema del Cristianismo. El resto de participantes en la Santa Liga fueron la República de Génova y las Órdenes Militares de Malta y de San Esteban.

La Batalla de Lepanto. Perfilados finalmente los dos bloques, solo era cuestión de tiempo que se librara entre ellos la batalla decisiva que había de dirimir el futuro de Europa. Fue la batalla de Lepanto, la cual tuvo lugar el 7 de octubre de 1571, y fue definida como “la más alta ocasión que vieron los siglos” por Miguel de Cervantes, quien como soldado embarcado en la galera «Marquesa», participó en ella y resultó herido en los combates en su brazo izquierdo, el cual le quedó inservible de por vida. De ahí su –impropio, porque el brazo no lo perdió– sobrenombre de «el manco de Lepanto».

La batalla de Lepanto se desarrolló en el puerto de su nombre, frente a las costas de Grecia. Y, curiosamente, tuvo lugar en el mismo escenario que la batalla naval de Accio (año 31 a. C.) que enfrentó a las flotas romanas de Marco Antonio y de Octavio, con victoria final de este último. Así, Octavio se convirtió en el primer emperador de Roma, mientras que Marco Antonio, derrotado, se suicidó junto a su amante, la emperatriz de Egipto, Cleopatra.

Pero remontando 15 siglos desde aquellos hechos, llegamos de nuevo a Lepanto, batalla naval en la que, a pesar de la participación aliada, la victoria puede considerarse que fue principalmente hispana, puesto que el verdadero combate lo sostuvieron los Tercios españoles embarcados.

La gran flota cristiana estuvo integrada por 227 galeras, 6 galeazas y casi un centenar de naves auxiliares. Comandada en su conjunto por el hermano de Felipe II –Don Juan de Austria– contó en la dirección de la batalla con la inestimable colaboración de los almirantes Luis de Requesens, Andrea Doria y Álvaro de Bazán. Las naves venecianas estuvieron capitaneadas por Sebastián Veniero y las pontificias por Marco Antonio Colonna. Y en cuanto a la no menos poderosa Escuadra Otomana (integrada por 210 galeras y 87 galeotas) estuvo la misma dirigida por el almirante Ali Pasha, a las órdenes del Sultán Selim II.

A lo largo de las decisivas horas que duró la lucha, cerca de 170.000 soldados se enfrentaron en el Mediterráneo en “la mayor batalla campal jamás librada en el mar”. Al mando de Ali Pasha iban 90.000 hombres, mientras La Santa Liga contaba con más de 80.000. Del total de la fuerza, la mitad de los embarcados en la flota otomana eran esclavos cristianos; y de igual modo, la mitad de los embarcados en la flota de la Santa Liga eran esclavos otomanos. Unos y otros, encadenados a los remos. Se cree que las bajas totales pudieron ser de en torno a los 30.000 muertos y una cifra incluso superior de heridos. La victoria de la Armada cristiana supuso la aniquilación de la flota turca (280 naves, con 34.000 combatientes) y la liberación de entre 12 y 15.000 esclavos cristianos

Consecuencias de la batalla de Lepanto. Para muchos historiadores Lepanto fue para la consolidación de Europa lo que Waterloo para el final del totalitarismo napoleónico en el Viejo Continente. Lepanto fue la última gran batalla naval en la que combatieron galeras (naves de guerra movidas a remo por galeotes esclavos, con tácticas de embestida y abordaje) y la primera batalla naval en que la acción de los tercios embarcados, combinada con el uso de los cañones, fueron determinantes para la victoria final cristiana.

Ya en el plano político, Lepanto significó el choque entre dos grandes civilizaciones que, en aquel momento, luchaban por la supremacía en el mundo, a través del control de Europa. La principal consecuencia de la batalla de Lepanto fue que la victoria cristiana frenó el arrollador avance del Imperio Otomano y ayudó a salvar a Europa de una –entonces– muy probable invasión. Así mismo, la paz establecida tras la batalla, posibilitó la firma de nuevos acuerdos comerciales y tratados, que garantizaron el desarrollo de las naciones y el establecimiento de un nuevo status quo de convivencia entre una Europa cristiana, que comenzó a partir de entonces a tomar conciencia de su actual identidad, y el Imperio Otomano, el cual (manteniendo su presencia en la costa mediterránea de África) buscó nuevas áreas de expansión en el Asia occidental. Y así hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Pero esa es ya otra historia.

24 oct 2021 / 00:00
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