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Los momentos no vividos

Por una cuestión de centímetros de altura el que escribe es uno de esos que en época adolescente le decían: “es un chico alto”. Pero con la altura que alcanzan ahora los quinceañeros casi que me quedo atrás. Además, ya sabemos que con los años algo vamos mermando; por cierto, el mismo tipo de merma que parece tendrán las pensiones el día que nos toquen. Los de esta quinta estamos de enhorabuena con tanta merma.

Lo de alto, en su tiempo, tenía sus ventajas: llegar a los armarios altos, siempre te escogían en el equipo de baloncesto aunque fueras un paquete y llevabas tallas que no eran las de todo el mundo, con lo que en las Rebajas se podían encontrar cosas. Eso sí, en los autobuses siempre hemos viajado con las piernas de cualquier manera.

También tenía la ventaja de que si ibas a una procesión de Semana Santa no pasaba nada grave por estar en segunda o tercera fila, o a un desfile de las Fuerzas Armadas, la Cabalgata de Reyes... Es más, tal y como se educaba antes en las casas, se cedía tu sitio más adelantado para que otros de más de corta estatura pudieran asistir al evento sin estar teniendo que pegar saltos; ya fueran niños pequeños o personas de edad. Y los que teníamos algo más de altura podíamos seguir asistiendo al gran teatro del Mundo desde un par de filas más atrás.

Y esto era así hasta que llegaron los “smart phones”. Me refiero a los de última generación, los que hacen muchas cosas y hasta se puede hablar por teléfono. Y que han facilitado ese último deporte llamado “mira donde estoy”.

No es la primera vez, ni será la última, en la que uno va a un concierto de esos de estar de pie. Todo bien organizado, coges un buen sitio, el escenario está a cierta altura; un concierto de Bryan Adams, por poner un ejemplo. Arranca el show y en ese momento emergen los smart phones de gran número de gente y esa misma gente sube los brazos para poder filmar el concierto. La calidad de grabación ya se la imaginan porque el “técnico de cámara” a la vez que brinca pretende grabarlo. Con suerte consigue que el artista esté más o menos dentro de la pantalla; de la calidad de sonido mejor no hablamos.

Vulneración aparte de los derechos de propiedad intelectual (que es un tema que existe, aunque se ignore) lo cierto es que esa multitud de gente ha “visto” el concierto pero lo de “estar” en el concierto es discutible porque han asistido “a través de”. Y si se trata, simplemente, de verlo “a través” quizá es mejor verlo por la tele o por página web y bien producido.

Los que no vamos con la intención de filmar nada sino solo asistir y sentir el concierto tampoco nos enteramos bien de lo que pasa porque se nos pone delante un bosque de brazos (dos por persona, ni más ni menos). No vale para nada la altura de uno entre tanto mástil.

¿Y todo eso para qué?. Pues lo hace el personal para compartir con amigos o para subirlo a redes sociales instantáneamente. Lo peor es que lo que se ve por esas imágenes grabadas podría ser Bryan Adams, Raphael o alguno que los imita, porque casi ni se distingue. Lo que queda claro es que lo importante es comunicar que “he estado” o “estoy”. Y por tanto no se vive el momento, se escapan los instantes, esos que tienen el valor del recuerdo que dejan bien mezclado de olores, de colores y de codazos.

Que da casi lo mismo haber estado o no, vamos; lo que importa es la foto que da vueltas por ahí. Se contaba un chiste no hace tanto de tres que están hablando y uno pregunta a los otros dos si han estado en Nueva York. Uno de ellos dice que seis o siete veces y el otro, que no se quiere quedar atrás, dice que él ha estado una o ninguna. Posiblemente la diferencia entre ir a donde sea (con la cámara por delante) o no ir lo mismo no es tanta.

Jorge Luis Borges en “Momentos” decía como de pasada: “Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, solo de momentos”. Así que, con permiso, prefiero enterarme bien en esos momentos de todo lo que esté pasando. No son tantos, me temo. Como para andar con otras cosas en la cabeza.

01 ago 2021 / 01:00
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