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Mis ferreteros y yo

A ELLOS: SE LO MERECEN.

El penoso trance que todavía estamos viviendo ha sido, y sigue siendo, pródigo en extrañas situaciones, de las cuales, mejor o peor, hemos ido saliendo a flote. No sé si he contado que ya voy teniendo algunas dificultades estructurales en la espina dorsal y que camino como el primer astronauta que pisó la luna un día de junio de 1969. Vivíamos en París y no tuvimos más remedio que aceptar las dificultades que, un año antes, nos había impuesto, “gratis et amore” la “revolución” del llamado “mayo francés”. Todo era paz y sosiego en nuestro pequeño y luminoso apartamento con jardín, salvo cuando nuestra hija mayor decidió irse a Madrid como si la cigüeña no tuviera nido en Paris y el pediatra, quince días después de nacida, la puso a régimen tan severo que el hambre la despertaba y la hacía protestar de madrugada. La verdad, fueron mañanitas de serenatas...

Hasta que un día de esos, llamaron a la puerta y apareció nuestro portero, el bretón Guy, que había servido al rey de España en 1928 –luego era Alfonso XIII- en el banquete que el Presidente francés le había servido en el Elíseo. Detrás de Guy, dos o tres mujeres en bata husmeaban el interior del apartamento, pero ahora no se escuchaba nada. Bueno, no se escuchaba. Era, al parecer, una pausa de escucha por parte de la cría que, de inmediato, renovó el llanto de sus quejas. Guy, entonces, inclinó a la derecha su cabeza, señalando... Me fui al fondo, tranquilicé a mi mujer y volví con la niña que tomaba el biberón como una santa... Ni sollozos ni gaitas... Era la segunda ración y seguía tragando y mirando de reojo... a aquella embajada de cotillas. Con mucha delicadeza arrimé la puerta. Y la cerré. Fui a la cocina y mientras, tras eructar como un arriero, se quedó dormida en el capazo, lavé al cazo en el que había calentado el biberón, que más parecía sartén que cazo.

Esta mañana, a la hora de preparar el desayuno, cuando mi hija ya ha dejado atrás unas cuantas décadas de su vida, en el profundo cajón de las cazuelas, cacerolas y sartenes estaba aquella, la francesa, la de los primeros biberones que había preparado en mi vida.

Y recordé que tenía que ir a la ferretería a recoger una sartén que había pedido no sé si a Marisé o a Manolo, tal para cual. Era la tercera vez que iba por ella; las dos anteriores no la habían recibido. Dos días... y ya habían pasado cuatro; dos días, y ya habían pasado seis. Pero, como estábamos sumidos en la pandemia del siglo... y tampoco, supongamos, tenía nietos en casa, ni estábamos en Paris sino en Boiro... Por fin, llegó la sartén de mis deseos, la que iba a soportar mis lanzamientos al aire de la tortilla francesa de dos huevos, doradita, olorosa... Sí, sí, pesaba un... perdón, dos huevos, casi tanto como una que yo tenía, y era solo dos centímetros menos de embocadura...

Dos días más tarde comenzaron en Madrid las caceroladas... contra el gobierno. Primero en el Barrio de Salamanca y después en otros barrios de modestia económica reconocida... Más tarde, en seguida, se extendió por ciudades y pueblos de toda España -- Claro, ahora me lo explico: en los días anteriores había habido una gran demanda de cacerolas... Y, claro, en esos momentos emotivos, uno siempre procura sacar el mejor de sus bombos de ocasión... Bueno, no sé, yo no suelo salir a la calle cuando otros me preceden y me ganan en entusiasmo. Ahora, eso sí; si salgo lo haré con chaqueta verde de Augusta, sin corbata y con el mejor utensilio que tenga a mano, sea una sartén, nueva, o un... no, no, un bate de beisball tampoco... ¡juega uno a tantas cosas!- un driver de golf. Por la patria, digo. Y, a lo mejor, hasta saco el banderín de lujo con borla de remate que me regaló Jesús Hermida Cebreiro cuando él era ya presidente del Comité Olímpico Español y yo, a sus órdenes, dejé de ser vicepresidente de Deportes Atléticos Universitarios, con bandera rojigualda y el águila bien centrada con todos los atributos. La tengo colgada frente al mar y el sol se ha ido tragando la rúbrica de Hermida. Lástima...

Jesús, a sus 87 años, que vive, creo, en Pontevedra, fue parte importante de la desescalada política de la dictadura. Recuerdo, más mirón que actor, los pasos silentes por aquellos pasillos de los ministerios en busca del personaje que podía informarme y darme “tela” para la columnilla diaria en el YA. Un día el presidente Adolfo Suárez me leyó el borrador de la futura ley de Asociaciones Políticas, portillo por el cual iba a empezar a colarse la democracia plena. Tal como le prometí, no hice uso del privilegio de conocer aquello... Pero, yo iba de sartenes. El último domingo supe el por qué de la escasez de sartenes. Ustedes comprenderán que los “pijos” no van a salir a la calle, sartén y cazo en mano, con instrumentos viejos y de “punto limpio”. No casa con el driver de mil y pico euros... Los “pijos” de Vallecas o de Cuatro Caminos tienen un gusto relamido... Pero les juro que lo mío era para cuajar artísticamente una francesa de dos huevos.

30 may 2020 / 22:21
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