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Munich 72 los Juegos de la infamia

La idea era hacer los Juegos Olímpicos más alegres y más abiertos de la historia, mostrar que Alemania era otra a la que había organizado los Juegos de Berlín en 1936 bajo la bandera nazi y durante los primeros días todo apuntaba a ello pero llegó el 5 de septiembre, el día en que se rompió la paz olímpica.

“¡Veinticinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial, los judíos siguen siendo asesinados, atados de pies y manos, en suelo alemán!”. Con esta mezcla de impotencia e ira contenida se expresaba Golda Meir (Primera Ministra de Israel) tras el asesinato de 11 atletas israelíes, el 6 de septiembre de 1972, a manos de terroristas palestinos, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Munich.

El 26 de agosto de 1972, el presidente de la República Federal de Alemania, Gustav Heinemann, había inaugurado solemnemente en Munich la XX Olimpiada, la cual se iba a celebrar bajo el lema “Los Juegos de la Alegría”. Toda una declaración de buenas intenciones con la que Alemania (partida por un vergonzoso muro en dos: la Alemania libre de la RFA y la RDA, útil marioneta contra Occidente de la dictadura comunista de la URSS) trataba de lavar la espartana y racista imagen que, 36 años atrás, habían proyectado sobre la opinión pública mundial las Olimpiadas de Berlín. Aquellas habían sido organizadas por la Alemania nazi de Hitler, cuya triunfante y enfermiza voluntad habría de desembocar en la Segunda Guerra Mundial y en el asesinato sistemático y programado de 6 millones de personas judías. El mayor genocidio cometido contra un grupo étnico y religioso en toda la Historia de la Humanidad.

Las dos primeras semanas de aquellas alegres Olimpiadas de Munich 72, en que los policías responsables de la seguridad vestían no de uniforme, sino de sport y sombrero de playa y las policías obsequiaban con ramos de flores a los espectadores, habían transcurrido felizmente. El nadador judío-estadounidense Mark Spitz había copado todas las portadas al hacerse con 7 medallas de oro; y similar éxito había cosechado la jovencísima atleta alemana Ulrike Meyfarth, al lograr la medalla de oro en el salto de altura, con tan solo 16 años de edad.

Pero el 5 de septiembre todo iba a cambiar de manera repentina y brutal en el devenir de aquellos alegres Juegos. En la madrugada de aquel día, ocho asesinos de la organización terrorista palestina Septiembre Negro (creada en 1970) armados con rifles, pistolas y granadas de mano, saltaron sin dificultad la increíblemente desprotegida valla de la Villa Olímpica e irrumpieron violentamente en uno de los apartamentos donde se alojaban los deportistas de la delegación israelí. Los terroristas asesinaron inmediatamente a dos de ellos: al entrenador del equipo de lucha, Moshé Weinberg y al luchador Yossef Romano. Mientras tanto, alertados por los gritos y disparos, muchos de los deportistas israelíes habían logrado huir de los apartamentos próximos, pero nueve de ellos: (André Spitzer, David Berger, Ze’ev Friedman, Joseph Gutfreund, Eliezer Halfin, Amitzur Shapira, Kehat Shorr, Mark Slavin y Yakov Springer) quedaron rehenes de los terroristas.

“Las bombas en las oficinas de El Al (Compañía Aérea de Israel) no hacen nada por nuestra causa [Palestina]. Tenemos que matar a su gente más famosa e importante. Y como no podemos acercarnos a sus políticos tendremos que matar a sus artistas y deportistas”. De este modo se había expresado, poco antes de la acción, el palestino Al-Shamali uno de los instigadores del ataque terrorista, cuyo verdadero responsable y cerebro organizador (si bien no formó parte del grupo de asesinos que lo perpetraron) había sido Mohamed Daoud Odeh.

Tras la toma de rehenes y aprovechando la privilegiada mundial audiencia (solamente la cadena estadounidense ABC había desplazado a 300 reporteros, que elevó a 400 con motivo del ataque) los terroristas pronto hicieron públicas sus reivindicaciones: el intercambio de los 9 atletas israelíes por 236 palestinos presos en las cárceles de Israel y otros 5 terroristas que cumplían condena en Alemania. Entre ellos –evidenciando una colaboración manifiesta entre ambas bandas criminales de extrema izquierda– Andreas Baader y Ulrike Meinhof, fundadores del grupo terrorista radical alemán Fracción del Ejército Rojo.

Así mismo, el comando palestino amenazó con matar a un rehén cada 2 horas si no se cumplía su exigencia de tener a su disposición un avión que los llevase a cualquier nación árabe, excepto a Jordania, país a cuyo rey, Hussein, Israel había ayudado militarmente tras la invasión (18 de septiembre de 1970) de su territorio por varias columnas de tanques sirios. Dicha invasión era la respuesta del presidente de Siria, Al-Atassi, al ataque que dos días antes había realizado el ejército jordano sobre las posiciones palestinas de Amman e Irbid. Aquellos sucesos de septiembre, junto al reciente acuerdo de paz jordano-israelí, que mermaba las aspiraciones de los palestinos, fueron los que alimentaron la creación de la organización terrorista palestina Septiembre Negro.

En un principio, Egipto bajo los últimos días de la presidencia de Abdel Nasser, ofreció el aeropuerto de El Cairo para que aterrizara el avión. Los negociadores alemanes así lo comunicaron a los terroristas. Pero apenas unas horas después, temeroso de posibles represalias de Israel, Egipto retiró su ofrecimiento. Para entonces, la Policia alemana (a pesar de que los centenares de cámaras de televisión apostadas en la Villa Olímpica, que retransmitían sin cesar cuanto sucedía, habían captado en numerosas ocasiones a agentes hablando de manera distendida, amicalmente incluso, con algunos de los secuestradores) ni siquiera había logrado averiguar cuántos eran los terroristas que integraban el comando secuestrador. Por si fuera poco –un error policial que escapa a toda lógica– los terroristas acababan de ver por televisión ¡en directo! cómo sobre sus cabezas, a apenas unos metros, algunos policías de asalto (camuflados con casco, chándal de deporte y portando armas) se desplazaban sobre el tejado del edificio.

Este fue el detonante que llevó a Masalhah (el jefe del comando) a poner fin a las negociaciones. Así las cosas, la Policía alemana puso a disposición de los terroristas 2 helicópteros que los transportó, a ellos y a sus rehenes, hasta la base aérea de Fürstenfeldbruck, donde aterrizaron a las diez y media de la noche. Allí les aguardaba un 727 de Lufthansa (a los terroristas no se les habia comunicado que Egipto se había negado a acogerlos) con un presunto destino a El Cairo.

Cuando 4 de los terroristas comprobaron que el avión no tenía tripulación, comenzaron a correr hacia los helicópteros, donde habían quedado sus otros 4 compañeros custodiando a los rehenes. En ese momento 5 francotiradores de la Policía alemana abrieron fuego sobre ellos. Los terroristas empezaron entonces a disparar sobre los rehenes y hacia las posiciones de los francotiradores, hiriendo de muerte al policía alemán Anton Fliegerbauer. Pasaba ya la medianoche cuando uno de los terroristas lanzó una granada de mano al interior de una de las dos aeronaves. La explosión hizo que se desatara el caos y se reanudó el fuego cruzado. A la una y media de la madrugada, los 3 terroristas que quedaron vivos se rindieron a la Policía y fueron apresados. En la pista quedaban muertos los 9 atletas israelíes, 1 policía y 5 de los 8 terroristas.

Sin embargo, en otro error tan incomprensible como inadmisible, un portavoz oficial del gobierno alemán había comunicado poco antes a la prensa que todos los rehenes habían sido liberados. Los familiares de los atletas israelíes, rebosantes de alegría por el feliz desenlace que falsamente se les anunciaba, no tardarían en cambiar por amargas lágrimas el champán con el que se disponían a celebrar la liberación de sus seres queridos.

Como continuación a la infamia, la solemne decisión del entonces presidente del COI, el estadounidense Avery Brundage, anunciando (a despecho de los asesinatos y toma de rehenes, cometidos prácticamente al pie de la pista central del estadio olímpico): “show must go on”: Los Juegos deben continuar. Un insulto a la memoria de los atletas israelíes, al espíritu olímpico y a la nación de Israel, solamente reivindicados (la culpa salpica también a todas las naciones participantes, que no retiraron a sus representantes) por la dignidad de varios deportistas que motu proprio decidieron abandonar los Juegos tras los sangrientos sucesos.

Y como colofón a la infamia, la puesta en libertad, por parte del Gobierno alemán, de los 3 terroristas supervivientes y responsables de la masacre de los Juegos, respondiendo positivamente a la petición de un comando palestino que, en la mañana del 29 de octubre de 1972, había secuestrado un avión de la compañía Lufthansa mientras volaba desde Beirut a Frankfurt. Al anochecer de ese mismo día los terroristas fueron recibidos, en el mismo avión, en el aeropuerto de Trípoli (Libia) por el presidente del país, Muamar el-Gadafi, quien se permitió hasta dar las gracias a la tripulación por su ayuda en la liberación de los 3 terroristas palestinos.

El pasado 6 de septiembre se cumplieron 50 años de los sangrientos sucesos de Munich. Y hasta pocos días antes de aquella fecha, el Gobierno alemán ni siquiera había pedido aún oficialmente perdón a los familiares de los atletas asesinados, por la responsabilidad en sus muertes.

Las familias exigen de Alemania que abra todos los archivos de este caso y también lo que consideran una justa indemnización por el irreparable daño sufrido. Demanda a la que (quizás la primera buena noticia en esta trágica historia) el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, en una declaración conjunta con su homólogo israelí, Isaac Herzog, respondió positivamente el pasado 31 de agosto, al anunciar que Alemania pagará 28 millones de dólares de indemnización a las familias de los 11 israelíes asesinados en Munich.

La gran lección de aquellos sangrientos sucesos es que jamás puede haber la más mínima condescendencia con las acciones terroristas. Alemania tiene por ello la obligación moral, para que se sepa toda la verdad, de hacer públicos todos los archivos referentes al atentado terrorista de Munich 72, que convirtió a la que debería haber sido una universal y alegre celebración olímpica, en los Juegos de la infamia.

10 sep 2022 / 20:42
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