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Nuestra vida en Roma

tú no tienes por qué acordarte del general Giordano... Desde París, y en tren, fui primero a Roma, desde París, a ver el piso que Campa, agente medio español de confianza, nos había reservado en Monte Mario, una de las famosas siete colinas de Roma, detrás del Hotel Hilton y del estadio Olímpico, lugar hermoso y peligroso... a la vez, por ejemplo, para ti, Begotxu. Los muy guarros de nuestros vecinos de arriba... a los que yo, al menos, no tuve el disgusto de conocer, despeñaban a nuestro jardín todo tipo de basuras, desde colillas semiapagadas a gomas, al parecer bien utilizadas... Nuestro jardín acababa siendo el destino sin sello de sus relaciones de pareja, pero también con nosotros... Te lo cuento.

O sea, Bego, que no te dejábamos salir al jardín, que tú, nuestra hija parisién y de la revuelta de mayo, cuando, ya afirmados tus pasos, en Roma, salías por tu cuenta y sin peligro... al pequeño y escalonado jardín de rosas florecido... “Una mañana –te cuento- mamá había bajado al hiper, muy cerquita. Jugabas sobre la hierba... te avizoraba por una ventana desde la mesa en la que escribía, y vi que que recogías algo del suelo... en el jardín. A punto estuviste de darte de morros con cualquier cualquier cosa... Salí corriendo, atropellé un rosal, pero llegué a tiempo de impedir que metieras tu hallazgo en la boca...

Siguiendo tus buenas costumbres, te asustaste –era para asustarse-, lloraste un poco pero, sobre todo, te quedaste con los ojitos fijos en mis ojazos –desorbitados por el susto- como exigiendo una explicación que nunca llegué a darte... Había tres o cuatro gomas de color amarillo... Los muy guarros...

Y el general... El general Giordano era el dueño del piso y ejerció unos días como tal. Tenía llave y se plantaba de vez en cuando en “su” casa ... Madrugador, como buen militar, podía pillarnos durmiendo o saliendo del baño. En la segunda visita le dije: “Senta, generale, lei non puó intrare alla nostra intimitate senza ...”. “Pero el piso sigue siendo mío y vengo a regar las rosas...”. “Y después limpiará el cuarto de baño y la cocina, pondrá ...el lavaplatos...” Oiga –se puso muy serio- que yo luché con Franco en su Guerra Civil...”.

¡Caray, qué argumento! Después supe que, en efecto, unas brigadas italianas fueron aerotransportadas a las islas Baleares, pero la suya nunca llegó as entrar en combate... Así que...

Unos días más tarde nos hizo otra buena... Esta vez sonó el timbre y salimos mamá y yo -Un cura con roquete y estola y un calderito de bronce con hisopo se dispuso a entrar en casa: -Un momento, le dije, ¿a dónde va usted, Padre?’

- Voy... Pero la cabeza sin pelo del general ya había asomado detrás del clérigo.

-Va a purificar la casa y librarla, así, de los malos espíritus.

Mamá y yo nos miramos, levantamos los hombros y, sin decirlo, dijimos: “Bueno, malo no creo que sea...” Salón, habitaciones, escaleras incluso, jardín, cuarto de baño... ¡Ah, no, el cuarto de baño no tenía derecho a recibir el hisopazo de agua bendita.

-Dele algo, me dijocuando el clerigo iniciaba la desescalada supongo que con todos los virus a cuestas...

-Déselo usted, que para eso lo ha contratado...

Pero no nos llevábamos tan mal como puede parecer. A veces venía algún cardenal, obispo o ministro español a cenar. A Alberto Martín Artajo, exministro de Exteriores, padrino del romano Luis Ignacio, al que apadrinó en la pila de san Pedro del Vaticano, mamá le zurció un día una manga de la chaqueta que tenía desgastada y hasta un poco deshilachada... Tenía conocimientos de zurzido. Ya sabes, las monjas, las Esclavas. Si no servías para el piano, servías para zurcir.

06 jun 2021 / 01:00
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