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Para pedir disculpas

víctima de mí mismo, de mis dedazos que multiplican las pulsaciones de las yemas de los dedos por dos o tres y crean adefesios –estudien sus señorías el origen de esta palabra y pongan al lado la bronca de san Pablo “ad efesios”, a los cristianos de Efeso, en la carta del Apóstol a ellos dirigida– y sepan que mi intención primera también sonaba a bronca aunque, como suele sucederme muy a menudo, no sé por qué.

He vuelto a recoger el tema de mis muchas faltas técnicas en los mensajes porque, aunque ahora ya no puedo decir lo mismo, créanme que cuando era menos torpe no perdía tantos textos modositos, chispeantes, incluso ocurrentes... ¿Por qué iba yo a estropear una buena mañana como la de hoy soltando el primer berrido contra las hediondas gaviotas que habían disparado sus residuos, por qué iba yo a gritar por sus huellas churretonas de intentos homicidas, sobre las seis y media, sentado como estaba viendo crecer el colorido del monte, pero sin necesidad de la amanecida..., despertando, tal vez, a mi mujer de su mejor sueño, que suele acaecer cuando menos ganas tienes de levantarte?. Durante los años de internado, mis compañeros ahorraban palabras y alusiones, y me llamaban de golpe “el despertador”. Hoy tengo razones para suponer que levantarme a las seis, ◘–seis y cuarto–, empieza a ser inconveniente. Voy a contar, someramente, lo que pienso hoy sobre el tema.

Esa era la hora justa y precisa a la que me alzaba si quería llegar a tiempo a los escalonados deberes y obligaciones de cada día. Desayunos, pues a primerísima hora –primero el de nuestro gato Ío, después el de todos nosotros; a las siete y diez salía del garaje rumbo a la universidad, a las siete y media entraba en el recinto del despacho, tras dejar el coche cómodamente instalado en el aparcamiento, y más allá, fuera, la cola que ya se estaba formando de todo aquel cementerio de automóviles que seguían llegando y querían entrar en Madrid por Cea Bermúdez o Isaac Peral.

Cea Bermúdez, digo, y se me viene encima Pepe Villacís, que hoy merece el nombre de nuestro Alonso Fernández del Madrigal, alias el Tostado, obispo de Ávila por la mitad del siglo XVI, muerto sólo dos años después de ser consagrado obispo, que supo aprender en Salamanca lo que nadie sabe pero él si sabía. El Abulense, también llamado así, dejó catorce tomos de escritos en latín en la edición príncipe veneciana.

Pues el Tostado se encuentra desde hace dos días en mi casa de Boiro ocupando, con su nueva novela, –y ya estoy hablando de La Palabra, la novela del profesor José Villacís, nuevo Abulense y novísimo Tostado por el rimero de obra escrita y publicada de que disfruta en mi biblioteca... En veinte años, sin hacer el recuento, tengo otros tantos títulos del profesor de Economía, de todos los géneros literarios que sabemos, de grafología, de economía, por supuesto, y hasta de sociografía, porque... le ha dado su real gana. En sus dos últimas novelas se toma la venganza y viene a presentarlas a Boiro, desplaza mi fama de mal escritor en mi pueblo y me halaga con sus piropos... No, no, sigo hablando de literatura. Pero no me da tiempo a hablar de mi producción y tengo que volver a hablar de la suya. Me pone... ni sé si soy el Sosias de Plauto o su “Anfitrión”, pero sigo apareciendo de nuevo donde no debía, pues mi pequeña autoridad en el mundo de la Literatura no alcanza a más de lo que perfila un doctorado y una cátedra de Literatura Universal Contemporánea y Comparada. Paciencia, que decía el riojano de Quel, don Manuel Bretón de los Herreros: “El cielo anuncia tronada,/ ¿saco el paraguas? No hay nada./ No lo saco y aquel día/ un diluvio nos envía /la divina providencia./ Paciencia”. “¿Viene a visitarme Blas? No me halla en casa jamás./ Seguro que ha de encontrarme /el que venga a molestarme/ con alguna impertinencia./Paciencia”.

Pero eso tenía algún sentido hace ya muchos años... Hoy no tengo por qué, hoy sigo siendo un habituado –de hábitos inamovibles– o así. Así que, como decía el asturiano Vital-Aza en el remate de su Oda al Sol: “Cuelgo la lira y voyme de paseo/ a ver si se me quita este mareo”.

¿La señora? Está planchando a 28 grados de temperatura, os envía saludos. Yo, últimamente, ni “tostadito”, sin dar golpe seguro en el violón de letras que maltrato. Pero, por favor, querido alumno y escritor de vocación tardía: no me envíe más de lo que escribe. Como le decía en el acuse de recibo de La palabra, y después de l eer y subrayar las doscientas y pico páginas, sigo sin saber cual es el mensaje –de expresión cifrada, evidentemente– que usted quiere enviarnos a sus lectores, muchos de los cuales y yo tampoco, sabemos en qué idioma escribe.

18 jul 2020 / 20:42
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