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Parlamentos de verano

volvía el que escribe de esforzarse un poco por las barrancas de una de las Castillas pensando que andan algo más empinadas cada vez. No sé si será cierto o es por la edad de uno, aunque duele pensar que pueda ser por lo segundo. El camino se hizo buscando la umbría donde la había, pero el sol ahí estaba dando lo suyo, con lo que las ganas de llegar al bar con terraza y derrumbar el cuerpo en una silla me aligeró las ideas y apreté el paso.

Ya instalado y trabajando el segundo botellín (porque el primero fue solo para remojar) me dediqué a la contemplación discreta del entorno como hago siempre. Esto lo hacemos todos, solo que uno lo reconoce sin ambages. Y allí me encontré uno de esos “parlamentos a cielo abierto” en donde se habla de lo mismo que en el otro Parlamento (el de los leones a la puerta) pero más suelto. Por lo que pude escuchar se siente el parroquiano medio bastante desatendido y anda quejoso porque se le prometen cosas todo el tiempo – ahora con la pandemia montones de ayudas y subvenciones - que luego no se cumplen, para ponerse inmediatamente después a prometer otras poco lógicas (del tipo de nacionalizar empresas eléctricas y otras cosas imposibles en el tiempo que nos ha tocado vivir).

Y decían que lo único cierto es que el recibo de la luz va sin control sobre todo cuando sube, a pesar del tiempo que dedican “los que defienden nuestros intereses” a decir que lo van a arreglar.

También se habló de alquileres, de toques de queda que ya nadie es capaz de seguir salvo que consultes diariamente, corruptos que se escapan vivos... Les contaría más cosas pero me parece que son las mismas que se oyen en otras terrazas. Lógicamente, también se dio un repaso a cómo andan hijos y nietos, ya saben... Al escucharles – y me incluyo- pienso que al final practicamos un servilismo y sumisión atávicos que nos lleva a no saltar y a no criticar en los foros adecuados, a no tener en definitiva un movimiento ciudadano real que frene los pitorreos.

Seguí a lo mío cuando de repente me llevé la alegría de ver llegar a la terraza al buen amigo Serafín Tardiello. Llegaba con esa cara de medio cabreo que se le pone cuando a algo le va dando vueltas. Serafín es buen tipo, reflexivo y que no da puntada sin hilo. Nos saludamos, se sentó, preguntó por la familia y en seguida entró en la materia que venía rumiando (se le veía con ganas). Me recordó que el comienzo de las autonomías (tan antigua es nuestra amistad) a él ya le pareció cosa apresurada; mucha bandera y mucho himno pero no veía claro el futuro de aquello. Le parecía que esa manera de pasar de regiones a comunidades autónomas (desde despacho) no parecía que pudiera ser operativa al final. Y lo decía por el ya sabido hecho de que algunas provincias cayeron donde querían estar y otras no. Incluso algunas no querían estar en ningún sitio de momento pero ocurrió (de nuevo, las prisas) que se decidió por ellas. Segovia fue un ejemplo.

Con las autonomías se pretendía gran descentralización, que era uno de los objetivos, en aras de una mejor distribución de la riqueza. Se pensaba que al estar los centros de poder más cercanos al ciudadano llegaría mejor ese dinero y, por tanto, los servicios y la población que lo recibía estaría más nivelada en cuanto a calidad de vida. Pero en la práctica se observa que lo que se ha creado es un número importante de pequeños países que hacen la guerra por su cuenta, a la par que unas burocracias que a veces complican la vida al ciudadano.

Siguiendo con esta lógica me argumentaba que al ser países casi independientes lo normal es que cada uno lleve su propio ritmo y las diferencias entre unos y otros habrán de ir incrementando en todos los aspectos. Del mismo modo que no es lo mismo Alemania y Austria por cerca que anden una de la otra.

Por tanto, la pretensión de igualar impuestos en toda España que proponía algún político de responsabilidad hace unos días parece que no va a ocurrir, aunque no hubiera sido malo de cara a mantener una cohesión de país que hoy vemos como se desgaja. Resultado: que el capital se mueve como le da la gana y los humanos también y parece que migran hacia lugares en donde hay más trabajo, prosperidad y menos impuestos.

Se vino arriba Serafín y siguió. Este verano de este bendito país entre estas pulsiones y otras (todas internas) se nos irá y seguiremos más o menos a lo mismo. Otros países, de los que no paramos de hablar, no andan con tanta lucha intestina; siguen muy de cerca lo que ocurre en Afganistán, no solo por cuestiones de humanidad, sino porque es país de grandes riquezas minerales e importancia geopolítica y no se quiere perder comba. Los mismos países y otros más andan con sus mejores cabezas investigando y corriendo en una nueva carrera espacial que, no seamos ingenuos, no persigue que el humano llegue a los confines del universo sino poder colonizar (tremenda palabra) y hacerse con materiales que se saben que tienen asteroides y planetas (como el helio-3) y que serán de importancia crucial en los próximas décadas en este planeta. Y está claro, los primeros que lleguen se lo quedan y no es descartable que los nuevos territorios se puedan convertir a algo parecido a colonias como las del pasado.

Me dijo Serafín al final, tan irónico siempre, que aquí en los últimos años lo más parecido que hemos tenido a viajes espaciales es cuando la folclórica saltó del helicóptero. Serafín se marchó después de despedirse y me dejó como siempre, algo inquieto.

29 ago 2021 / 01:00
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