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Pescador de merluza y espía de guerra

Se cumplen cuatro décadas del final de la guerra de las Malvinas, un enfrentamiento entre Argentina e Inglaterra. Como en todo conflicto armado siempre hay daños colaterales. Una de esas historias colaterales es la del Usurbil, un pesquero que fue militarizado por el Gobierno argentino y que durante veintiocho días efectuó labores de espionaje.

El conflicto bélico entre Argentina y el Reino Unido en 1982, mundialmente conocido como la Guerra de las Malvinas, fue un enfrentamiento armado en el que se disputó la soberanía de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, ubicadas en el Océano Atlántico. Durante los 74 días que duraron las batallas, murieron 650 combatientes argentinos y 255 británicos, además de tres civiles: aunque la Organización de las Naciones Unidas continúa considerando los tres archipiélagos con sus aguas circundantes como territorios disputados, la victoria militar inglesa logró mantener dichos territorios bajo su posesión hasta el día de la fecha.

La propiedad inicial de España sobre las islas Malvinas es indiscutible ya que sus navegantes fueron los primeros exploradores que avistaron y cartografiaron las islas desde que Alonso de Camargo las descubrió en 1539 dentro de las rutas marítimas y comerciales que utilizarían luego durante casi dos siglos. Cuando Argentina declaró su independencia, obtuvo el derecho sobre todas las posesiones que antes pertenecían a la Corona: las islas eran parte del Virreinato y así fueron heredadas por nuestro país, las cuales le corresponden también históricamente por criterios de continuidad geológica y cercanía geográfica. Pero los ingleses, aduciendo su supuesta pertenencia debido a una visita a la zona de John Davis en 1592, usurparon las islas en 1833 y expulsaron a los pobladores de la Confederación Argentina.

Fue entonces cuando en 1982, el gobierno argentino intenta recuperar las islas y aunque sufre una dolorosa derrota frente a un ejército con mejor equipamiento, entrenamiento y logística, los enfrentamientos fueron parejos en varias oportunidades gracias a la valentía en el desempeño de los combatientes de todo el país. Y si donde hay un argentino siempre hay un gallego, el ejemplo no podría faltar justamente en un acontecimiento de tal magnitud: el pescador Fernando Otero, nacido en Bueu, Pontevedra colaboró activamente en la guerra como espía para localizar de la mejor manera posible la ubicación y los movimientos de la Task Force, la flota de ataque naval enviada por Margartet Thatcher, por entonces Primer Ministro del Reino Unido.

Fernando Otero había llegado desde Pontevedra a Buenos Aires ese mismo año, dejando en Bueu una hija de apenas cinco meses. Enseguida hizo base en Bahía Blanca, al sur de la provincia, para embarcarse en el Usurbil, un barco pesquero bautizado en Vigo que fue vendido a una empresa argentina un par de años antes. Con una gran experiencia en dichas labores, se dirigió al mar particularmente en busca de merluza, que se pescaba a solo dos millas de las Islas Malvinas y tenía un precio altísimo. En el barco se enteró de la recuperación argentina de las islas y de la posible llegada de los ingleses: pensaba en pescar con normalidad, creyendo que si algo pasara podría volver a casa sin imaginar el rol que iba a terminar ejerciendo en el conflicto.

Tenía contrato para pescar solo dos mareas más y regresar, acostumbrado a pasar largas temporadas en el mar, cuando de repente subieron a la embarcación miembros de la Prefectura Naval Argentina y el Ejército. Recién cuando finalizó su turno como jefe de máquinas el médico del barco le contó el motivo de la visita: los tripulantes del Usurbil debían colaborar en la misión de traslado de equipamiento de salud y asistencia de emergencia para los pilotos caídos en combate. De un momento a otro el barco se militarizó, prohibieron las comunicaciones con la familia y un oficial de la Marina intentó tranquilizar a los trabajadores diciéndoles que “un misil vale un millón de dólares y los ingleses no van a gastarlo en un barco de pesca”.

Al día siguiente la tripulación se enteró que no debían enfocarse solo en el movimiento de equipos médicos sino también informar sobre la ubicación de la armada británica. La única formación que recibieron fue cuando los militares desplegaron mapas y marcaron los barcos rivales para que concretaran los seguimientos: debían hacer inteligencia, prácticamente enfrentarse con la flota enemiga sin conocimientos previos. Como era de esperar entraron en pánico e incomunicados, pensaron que no volverían con vida; los primeros días salieron junto a otro pesquero, el Nerwal y después continuaron solos, en reiteradas ocasiones avistando aviones y helicópteros de la Armada inglesa.

Durante sus días de espionaje, merluza, ballena o calamar se convirtieron en palabras que formaban parte de un códigos interno para denominar a los cruceros, buques o fragatas que divisaban y tras ser anotados en una libreta cada día al finalizar su turno, debían ser notificadas a las autoridades. El peor recuerdo de Fernando Otero es del atardecer del 8 de mayo de 1982, cuando quedaron paralizados al ser sobrevolados por un Sea Harrier (moderno avión de caza y ataque) y un helicóptero de combate que giró alrededor de la embarcación varias veces apuntando con sus reflectores. Pensaron que iban a ser bombardeos pero sobrevivieron a la embestida: aún no se sabe a ciencia cierta si salvaron su vida al no ser reconocidos como espías o tenían información de la presencia española en el barco e Inglaterra no quería más conflictos internacionales.

La misión secreta del Usurbil, tras detectar e informar con exactitud los movimientos de 12 naves enemigas en las gélidas aguas del océano Atlántico culminó con éxito y sin víctimas fatales. Hoy la embarcación, luego de sufrir un incendio en el puerto de Bahía Blanca, fue remolcada hasta una zona aislada de la ría donde se encuentra en un proceso de preservación como patrimonio municipal, mientras que el Nerwal, el otro barco de pesca militarizado para funciones de guerra no tuvo la misma suerte y fue ametrallado y bombardeado días después por las fuerzas inglesas con el saldo de dos muertos, varios heridos de gravedad y el resto de la tripulación prisionera de la Real Marina Británica.

Fernando Otero regresó a Galicia y en 1995 volvió a Buenos Aires nuevamente por trabajo: no tuvo temor de retomar su empleo de toda su vida para embarcarse otra vez en los mares del sur. En una entrevista para el diario La Nación detalló que “caminando por la calle Florida en la Capital Federal, vi a un hombre al que le faltaban las piernas. Pedía limosna con un cartelito que decía: ‘Veterano de Malvinas’. Y pensé: ‘Ostia, veterano de Malvinas también soy yo’. Descubrí que mis compañeros argentinos habían sido reconocidos como ex combatientes y que cobraban una pensión desde 1993. Todos estuvimos en el mismo barco y yo quería el mismo reconocimiento que ellos”.

Jubilado desde 1999, su reclamo fue finalmente escuchado en 2016 declarándolo Veterano de Guerra y un año más tarde el Agregado de Defensa y Naval argentino en España, Capitán de Navío Julio César Hoffman, visitó Bueu y lo condecoró con medallas del Congreso nacional y la Armada por “Operaciones en Combate” saldando la deuda de nuestro país con el combatiente más de tres décadas después. Durante todo ese tiempo formó parte de los cientos de heroicos soldados de Malvinas que dieron la vida por la Patria y que aunque gozan del eterno agradecimiento de la sociedad fueron injustamente olvidados e ignorados por los sucesivos gobiernos argentinos.

Civil y español, sin ningún tipo de entrenamiento previo y con una mínima instrucción recibida, Fernando Otero llegó a nuestro país para pescar merluzas y terminó siendo un espía en la guerra que más nos duele cooperando para la recuperación de las islas. En una de sus últimas entrevistas, consultado sobre su demora para iniciar los trámites de reconocimiento como Veterano de Guerra, el gallego confesó: “Nadie me pidió que guardara silencio, pero pensé que era lo que correspondía por lealtad a Argentina”. Y desde este lado del océano, tanto a usted como a todos los héroes de Malvinas, la mejor manera en que podemos responderle es poniéndonos de pie para ofrecerles un aplauso interminable.

Una disputa muy lejos de resolverse

Hace 40 años las tropas argentinas deponían las armas ante la evidente superioridad de las fuerzas británicas, poniendo fin a 74 días de combates en las australes islas Malvinas, una rendición que, sin embargo, no saldó en absoluto la histórica disputa por la soberanía del archipiélago ni cerró las heridas abiertas por el conflicto bélico.

Tras la caída de Puerto Argentino -el nombre que los argentinos dan a la capital de Malvinas-, las fuerzas del país suramericano firmaban su rendición avanzada ya la noche del 14 de junio de 1982. Casi un día después, en un mensaje por cadena nacional, el entonces presidente de facto, el general Leopoldo Fortunato Galtieri, admitía la derrota.

“El combate de Puerto Argentino ha finalizado. Nuestros soldados lucharon con esfuerzo supremo por la dignidad de la nación. (...) Enfrentaron con más coraje que armamento la abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de los Estados Unidos”, decía un altisonante Galtieri, el penúltimo de los jerarcas que comandaron la sangrienta dictadura que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. El conflicto armado, que se había iniciado el 2 de abril de 1982 con el desembarco de tropas argentinas en Malvinas, se llevó la vida de 649 argentinos, 255 británicos y tres isleños.

La guerra reafirmó el poderío que el Reino Unido tiene en este enclave del Atlántico sur desde 1833, cuando fuerzas británicas ocuparon las Malvinas y desalojaron a sus habitantes y a las autoridades argentinas. Desde entonces Argentina nunca dejó de reclamar sus derechos soberanos sobre el archipiélago y logró en 1965 que la Asamblea General de Naciones Unidas llamara a ambos países a entablar “sin demora” negociaciones para encontrar una solución pacífica a la controversia. En los hechos, solo hubo negociaciones entre 1966 y 1982, sin acuerdo alguno y que quedaron truncadas por la guerra.

Londres nunca volvió a la mesa de diálogo, pese a las insistentes peticiones de todos los gobiernos argentinos que, desde el fin de la dictadura, han reclamado sin excepciones retomar las negociaciones, con un apoyo internacional cada vez mayor. Al perseverante reclamo argentino en cuanto foro internacional tiene a su alcance se añaden reiteradas denuncias por la explotación de recursos pesqueros y petroleros que habilita el Reino Unido en torno a Malvinas y que Argentina considera que le pertenecen.

Además de la irresoluta disputa con Londres, la guerra dejó otras heridas abiertas: la tragedia de los jóvenes argentinos obligados a luchar sin instrucción militar, sin comida y ni abrigo suficientes en un clima hostil y, en ocasiones, bajo las ordenes de jefes militares que les maltrataban e, incluso según denuncias bajo investigación judicial, les sometían a vejaciones. El regreso al territorio continental tras la derrota ahondó sus heridas. Fueron escondidos por las autoridades militares y, luego, revictimizados por lo que en Argentina se denomina proceso de “desmalvinización”, un intento finalmente infructuoso por borrar de la memoria colectiva lo que supuso aquella guerra. Muchos de los excombatientes se suicidaron.

Otros hallaron resiliencia en la lucha por el reconocimiento de sus derechos, en mantener viva la memoria y la verdad de lo que ocurrió en 1982 y en ayudar a otros compañeros que, al volver, debieron cargar con las secuelas físicas y mentales de la guerra o sufrieron discriminación laboral y social.

03 jul 2022 / 01:00
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