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Tiempo de ajetreo... y muchos cambios

Piensen en lo más inmediato: en los cambios de regalos que nos han traído los magos como no mucho antes lo hizo papá Noel. El nombre y la manera de entrar en la casa -chimeneas, ventanas semiabiertas o atravesando paredes- son lo de menos. Lo importante es que ya están en nuestras manos.

De cambios, sí. En eso estamos. Pero no piensen en cómo amoldarse a otros hábitos de vida, de cómo acometer el futuro, de ver cómo el pasado parece ya no existir, etc. Piensen en lo más inmediato: en los cambios de regalos que nos han traído los magos como no mucho antes lo hizo papá Noel. El nombre y la manera de entrar en la casa -chimeneas, ventanas semiabiertas o atravesando paredes- son lo de menos. Lo importante es que ya están en nuestras manos.

Bienvenida sea la fecha, por quienes han cavilado y trabajado pensando en nosotros -que es lo primero que se nos pasa por la mente-opor el desahogo que revierte en una economía maltrecha de tanto vaivén acumulado y ahora casi desbocado.

Llevados por ese resquicio de cándidos infantes que nos sale de vez en cuando, lo celebramos y como inocentes niños, mal disimulamos el gozo que sentimos: ¡a quien le amarga un dulce!

Además, quien más quien menos, de alguna manera ha sucumbido y ha tirado de imaginación y de billetera, tarjeta bancaria, pay pal o lo que sea, para no sentirse ajeno o rezagado en costumbre tan arraigada, aunque digamos que no es más que por ver las caras de contento de los destinatarios. Hemos buscado desde la goma verde de Milan 430 hasta el más original par de calcetines termales, para agasajar al más incrédulo -o incluso al totalmente crédulo- haciendo lo que todos hacen.

Ahora que han pasado las fechas llega otro trabajo: desandar lo andado, que, traducido al caso, supone volver a vivir un mes devolviendo o cambiando eso tan bien calculado y apañado.

En medio de esto me llega una noticia, con comentario añadido, que me apea del carruaje y me sitúa en la realidad de lo que está pasando. Me dice alguien allegado: No entiendo por qué se gasta tanto dinero en socorrer a los náufragos y víctimas de los conflictos sociales y no se pone remedio para no empujarlos a que lleguen a ese lamentable -y mortal, por desgracia- estado. Quedo parada procesando, aunque, para mis adentros, pienso de antemano que esa pregunta es como un pensamiento lanzado al aire, sin respuesta razonable alguna. Cambio de registro. Leo la prensa y los informativos y de nuevo, me sobresalto. Simultáneamente dan cuenta de lo que nadie niega: la magia de las navidades, la impaciencia de los niños -y no tan niños- que aguardan encontrarse con el arsenal de objetos y deseos que han pedido -o no, pero deseado al menos- y muestran entrañables y espontáneas escenas: niños que corren y rasgan con premura los paquetes, mirando a cámara. Como noticia, aun sea repetida año tras año, no está mal. Algo hay que contar para llenar un espacio de supuesta novedad.

Pero el titular que sigue me altera si cabe, aún más. Se refiere al nuevo (¿?) síndrome que está calando, ya desde la tierna infancia. El síndrome del niño hiperregalado. Y lo explican, por si no nos hemos percatado: cuidado con sobrecargar de regalos porque llega un momento en que el cerebro se satura y se cruzan los cables creando frustración o insatisfacción y otros traumas. De verdad ¿esto es nuevo? ¿Es noticia, ahora? Como diría un amigo: ¿me lo dices o me lo cuentas?

Vuelvo a pensar en los náufragos y otras personas que viven un infierno. Y a mí también se me cruzan las ideas o los cables. ¿Será -pienso- que estos también han desarrollado el síndrome de escapar o huir de una situación que creen agobiante sin serlo? ¿Vociferan, patalean o deambulan sin ton ni son? ¿No será este otro de los tantos síndromes que surgen en cada rincón del orbe y, en especial, desde que las noticias no corren, sino que vuelan?

Bajo de la nube al sonar el teléfono. Es un vecino entrado en años que pregunta dónde puede comprar Ratribom. Como no respondo al instante, entre tanto asombro, él mismo me lo explica: es para matar ratas y ratones. Y, por poco, no me sale un sonoro grito. ¿Matar? ¿Matar animales? Por un instante reparo que ha dicho ratas y ratones, nada de perros y gatos. Suspiro y respondo lo mejor que puedo, a la vez que aprovecho para darle noticias recientes: lo de las mascotas abandonadas y la obligación de fichar a canes y felinos. Y le recalco: Es una novedad de los nuevos tiempos.

Tal cual lo digo, me aterra pararme a pensar, aunque sin querer lo hago: ¿está nuestro cerebro preparado para tanto cambio, alguno con ley y obligación de asumirlo so pena de penalización?

Bien ideado está el título del tema de Fangoria, Momentismo absoluto. ¡Vaya letra!: Vivo minuto a minuto/ Al futuro lo he dejado atrás/ El ayer me atormentaba, el mañana me asustaba/ Solo creo en el momento actual // Todo lo demás se queda en pura fantasía/ Carpe Diem es la única verdad/ Tenemos que seguir, burlando el porvenir/ lo que será, será.

Corran a escucharlo. No sea que desaparezca, cambie o mute. Aunque viniendo de ella imaginación tiene para crear otro, en igual sentido o en el contrario.

Ajetreo de cambiar regalos y no sé si casi nacer de nuevo. Lo que será, será, pese a que aquí pega más un malo será!

16 ene 2022 / 01:00
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