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Todo bien

    Acabo de regresar de Navarra. En Tudela pude conocer como los propósitos de varios distinguidos ciudadanos, llevaron a crear la Real Sociedad Tudelana de los Deseosos del Bien Público, inspirada en el modelo de la de Azkoitia (Gipuzkoa). Eran tiempos dieciochescos, con Carlos III como rey dispuesto. Las actividades y proyectos fueron numerosos: un plan metódico para la formación de cuatro comisiones, las de Agricultura, Ciencias y Artes útiles, Industria y Comercio, Historia Política y Buenas Letras.

    Además se hacían referencias a las diversas actividades como el aprovechamiento de lanas de Tudela, fomento de la industria de las materias del país, listado de las bibliotecas particulares de los socios para su consulta en cada caso, informe sobre tejidos de paños, informe sobre las fábricas de lanas de Navarra, y causas de su decadencia, y otras iniciativas en pro del país. Además del fomento de la cultura intervino y promocionó obras como el camino de Alfaro (1830), la construcción de la Real Casa de la Misericordia, inaugurada el 8 de diciembre de 1781 y la desviación del Ebro (1886), obra transcendental para los campos tudelanos. La prosperidad tudelana debe buena parte de su bienestar actual a aquellos buenos hombres con mejores intenciones, sensatas iniciativas y hábiles haceres. Hasta aquí, todo bien.

    La intención ha de acompañarse de acción. La bonhomía ha de completarse con formación, esfuerzo y respeto. Y, por ende, la acción política ha de arrullarse con integración, consenso y voluntad de cumplir los compromisos. Algo muy necesario en una sociedad como la actual, amenazada de enfermizas globalidades. El ejemplo de aquellos guipuzcoanos y navarros debería cundir y aproximarnos a una sociedad más exigente consigo misma y con sus dirigentes, en la que se promueva un entorno colaborativo, de sumas en positivo, de entendimiento del otro, de determinación de objetivos comunes. Y en esto no todo parece ir bien.

    Los tiempos han cambiado casi todo a peor y el COVID ha llegado para alterar aún más lo que ya de por sí no parecía marchar de forma adecuada. Y lo más dramático es que parecemos no enteraros de lo que nos corresponde a todos: primero, conservar la salud, y luego reconducirnos en una situación de gravedad económica extrema, lo que afecta al empleo, al turismo, al comercio, a la industria y a la propia estabilidad social y política. Si a ello añadimos los temas irresueltos en ámbitos como el cambio climático, las desigualdades, la drogadicción, el terrorismo, las mafias, las guerras, el hambre, los refugiados, etc., es posible que nos estemos alejando de un utópico mundo feliz que determinadas ideologías, quizás todas, pretendieron dibujar en uno u otro momento de la historia.

    No, no todo está bien, y trato de ser proactivo y positivo en mis análisis. Entre tanta mascarilla obligatoria y prometidas vacunas parece que se esconden irresponsabilidades ciertas, oscuros negocios, intereses inconfesables. Parece como si tras las rejas cerradas de miles de comercios de personas honradas hubiese una intención predeterminada, quizás la de reconducir todo posible negocio a manos de los grandes mercadeadores de las redes o de los compañeros ideológicos. Parece que tras la probable quiebra de miles de hoteles y restaurantes se oculten intenciones legales pero perversas de fondos de inversión dispuestos a comprarlos a precios de saldo. Parece que tras las verdades creadas y la acumulación de datos por los grandes servidores se proponga una nueva sociedad más controlada y manipulable y, por lo mismo, menos libre. Parece que tras la muerte de un millón de personas y de millones de enfermos todavía no nos hemos enterado que tenemos que encontrar soluciones basadas en la generosidad y el entendimiento, en menos pareceres y más haceres. ¿Todo bien?

    como decía Jorge Luis Borges de los peronistas, los políticos actuales no son ni buenos ni malos, simplemente son incorregibles, y a ellos corresponde la principal responsabilidad de gobernar un mundo que es de todos y de ninguno. Por eso al joven y dicharachero, en apariencia bienintencionado, político joven, que hace unos días me repitió hasta tres veces: “!Todo bien!”, entre sonrisas, le propongo lo mismo que escribí a una amiga muy religiosa, que un día me pidió que fuera bueno: “Me pides, tú o tu religión o la mía que sea bueno y comparta la intención, más no el dogmatismo que nos influye. No pretendo condenarme, yo también creo, a mi manera y en base a mi tradición, al arraigo en una familia cristiana, católica, apostólica y romana que rezaba sin comprender tanta adscripción, un poco por rutina y otro por necesidad de apoyo psicológico confundido con algo de esperanza. Te agradezco tu intención, el expresarla tan claramente, y procuraré ser acorde con tu solicitud, pero créeme, mi bondad no es no maldad, es expresión de un talante, de una forma de ser y de estar, exactamente no quiero dejar que me condenen por ser bueno, mi libertad me lo exige”. No todo está bien, siquiera lo que yo escribo.

    No todo va bien, mi querido amigo, por mucho que los idearios de derechas, de izquierdas o de en medio lo propongan. Los tudelanos lo supieron hace tiempo y por eso unieron sus esfuerzos, deseosos del bien público. De eso hace casi siglo y medio. La próxima vez que te pregunten, “¿cómo vas?”, contesta como mi buen amigo Agustín Hermida: “De los bienes, bien”. Un ejemplo, un recurso y mis mejores deseos de que todo vaya a mejor.

    04 oct 2020 / 00:00
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