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Un siglo del incendio de la capilla de las Reliquias de la catedral compostelana

El 1 de mayo de 1921 las llamas envolvieron la Capilla de las Reliquias, mandada construir por Juan de Álava, donde al lado de las sepulturas de reyes y príncipes se custodian valiosas obras de arte que guardan el preciado tesoro de las reliquias, entre ellas un lignum crucis, una espina de la corona de la corona y un pedazo de la túnica de Cristo

Compostela, domingo, 1 de mayo de 1921. La ciudad se despereza en las primeras luces del alba con la inquietud del repicar de las campanas de la catedral e iglesias próximas tocando a arrebato. La noticia va de boca en boca y la alarma cunde entre los vecinos más madrugadores al enterarse de que las llamas invaden una de las capillas de la basílica santiaguesa. Concretamente, la del Relicario y Panteón Real, donde al lado de las sepulturas de reyes y príncipes se custodian valiosas obras de arte que guardan el preciado tesoro de las reliquias, entre ellas un lignum crucis, una espina de la corona y un pedazo de la túnica de Cristo junto a otros objetos y restos de dos centenares de santos.

Apenas dos horas antes, poco después de las cinco de la madrugada, y en la última de sus rondas, el guarda-jurado que vigila la catedral por la noche se percata de la salida de humo de la mencionada capilla, avisando al sacristán mayor, Joaquín Macías Carril, quien acude de inmediato al domicilio del canónigo relicario, Juan Fernández Marlín, que guardaba las llaves de acceso a la capilla, situada en una estancia del claustro próxima a la nave de la epístola y a la que se accede desde la mencionada nave lateral, a través de una puerta del S. XVII, que da a una antesala de bajas bóvedas nervadas.

Cuando llegaron, numerosas personas alarmadas por el tañer de las campanas se aglomeraban ya en las inmediaciones en disposición de prestar ayuda. Al abrir la capilla se comprobó que el acceso era imposible dada la intensidad de la humareda, dificultad que no arredró al maestro lampistero –encargado de las lámparas- Ángel Botana Villaverde quien una vez cubierto el rostro con un pañuelo mojado en agua, entró en el recinto incendiado para rescatar la cabeza de Santiago el Menor ante la insistencia del canónigo fabriquero, Santiago Tafall, en que se recuperara la valiosa reliquia. La cabeza de Santiago, el hijo de Alfeo, se conserva en el interior de un busto de plata atribuido a Rodrigo Eáns, y datado en 1322, reliquia traída en tiempos de Gelmírez por donación de la reina de Galicia, doña Urraca, y que precede tradicionalmente las procesiones mitradas por el recinto catedralicio y que porta el collar donado por Suero de Quiñones en 1435, tras batirse en duelo en el leonés Puente de Órbigo con 300 caballeros en un lance de amor.

Similares actos de heroísmo fueron protagonizados por el capitán del Regimiento de Infantería Zaragoza con sede en la ciudad, Miguel de la Rosa, y su asistente, Díaz, que lograron sacar con riesgo de sus vidas diversos objetos del retablo que amenazaba derrumbe y que acabó convertido en cenizas. Ambos militares, al igual que otros miembros de la tropa, hubieron de ser atendidos por desfallecimientos tanto en el lugar de los hechos, por el doctor y concejal del Ayuntamiento Víctor García Ferreiro y estudiantes de Medicina como en el hospital. En días posteriores el ministro de la Guerra, Luis de Marichalar y Monreal, testimonió al Ayuntamiento de Santiago su satisfacción “por tan laudable actuación que pone de relieve el espíritu de dichas tropas”, ordenando al Coronel del regimiento la propuesta de las recompensas a que hubiera lugar para los miembros de las fuerzas armadas.

Por su parte, estudiantes del seminario establecieron una cadena humana desde San Martín Pinario por la fachada catedralicia de Azabachería para portar cubos de agua con los que combatir el incendio, tarea en la que desde otros accesos participaron también numerosos vecinos, especialmente amas de casa, según las crónicas de la época, “que en ningún momento dejaron sin agua los sitios donde se necesitaba”.

Entre los más esforzados en su celo contra las llamas, los diarios de la época citan también al arquitecto Jesús López de Rego, que sufrió una intoxicación, síntoma que también padeció el perito electricista Pedro Daviña.

La escasa efectividad de los medios municipales contra incendios obligó a otros ciudadanos, caso de López de Rego, Bermejo y Acosta, a proveerse de los extintores de los vecinos teatros, con los que ayudaron en las tareas de control de las llamas.

La lucha contra el fuego habría de prolongarse hasta mediodía y redujo a cenizas el retablo manierista, obra de Bernardo Cabrera y Gregorio Español, que databa de 1625 y tenía como elemento curioso ser el primero en incorporar columnas salomónicas en España. Se salvaron únicamente dos de las virtudes y algunos relieves de temática jacobea. El nuevo retablo que lo sustituye,sobre un diseño de Rafael de la Torre, fue realizado por el escultor e imaginero compostelano Maximino Magariños en 1924, y es una pieza de cedro cubano financiada por las donaciones de los emigrantes gallegos en ese país caribeño. En un primer momento tras el incendio se había barajado la posibilidad de realizarlo en mármol para evitar futuros siniestros.

Todo apunta a que el fuego se inició a causa del pábilo de una vela mal apagada que el día anterior había iluminado, con muchas otras, la capilla con motivo de la festividad de San Felipe y Santiago el Menor. Una vez concluida la función, los cirios se recogieron en una caja que, como en años anteriores, se colocó detrás del citado retablo y donde se sospecha que se inició el fuego que acabaría incendiando toda la estancia. Sería en días posteriores, una vez realizadas las tareas más urgentes de desescombro, cuando el orfebre Sr. Martínez con parte del personal de su taller y auxiliado por alumnos del seminario procedió a la recuperación de los objetos salvados de las llamas, para lo que echaban las cenizas en grandes tinajas de agua, separando las que flotaban y analizando detenidamente las que caían al fondo, a fin de recuperar los metales y piedras preciosas.

Así, y pese a que los periódicos de la época sospechaban en los primeros momentos de “una verdadera catástrofe para Santiago” por la pérdida de “una riqueza inmensa, religiosa, artística y arqueológica”, lo cierto es que pudieron recuperarse buena parte de las reliquias y objetos de arte. Entre ellos, la Custodia de Arfe, de 1546 y estilo plateresco, que procesiona el día del Corpus, el Lignum Crucis, las urnas argénteas de Santa Susana y San Fructuoso –producto del célebre “pio latrocinio” que el arzobispo Gelmírez protagonizó al hurtarlas en Braga para evitar que la antigua sede bracarense se convirtiera en centro de peregrinación en competencia con Santiago-, una colección de estatuitas góticas de plata dorada de los S. XIV y XV, y cuadros, aunque afectados por el humo. Entre los escombros aparecieron también la imagen de plata de Santa Bárbara, de un metro de alto; la corona y el Divino Niño de la Virgen de plata sobredorada que salía en las procesiones capitulares y las 17 urnas forradas de terciopelo y chapadas de plata conteniendo reliquias.

Entre las reliquias desaparecidas se lamenta la pérdida de la Santa Espina y entre las obras de arte el soberbio crucifijo de cristal de roca, donación de Felipe II, juntamente con dos candeleros del mismo cristal.

La Capilla de las Reliquias comparte espacio, como se señala, con el Panteón Real. En este se albergan los sarcófagos de dos de los reyes de Galicia y León: Fernando II y Alfonso IX (VIII de Galicia). También los sarcófagos de las reinas Berenguela (esposa de Alfonso VII) y Juana de Castro (esposa de Pedro I el Cruel). Junto a ellos los condes Reimundo de Borgoña, hermano del Papa Calixto II y padre de Alfonso VII, y Pedro Froilaz, que sufrieron mínimos desperfectos.

Ni Bomberos ni agua a presión

Dos días después del suceso el diario El Compostelano publicaba en primera página un a modo de editorial en el que bajo el título de “¡Poseer riquezas y no saber guardarlas!”protestaba “una vez más de la falta absoluta del servicio de incendios y de la carencia de agua a presión que,sin empréstito y con empréstito municipal, no tenemos ni tendremos en Santiago en un periodo relativamente largo”.

Según dicho editorial y recogiendo las primeras impresiones de los técnicos personados en el lugar del siniestro, “si en aquella hora se dispusiese de los elementos necesarios, la extinción del fuego se hubiera logrado en término de solo pequeñas y reparables pérdidas. Pero las bombas, como siempre, no funcionaban; sus mangas podridas se rompían, se carecía de extintores y los esfuerzos heroicos y los sacrificios de las personas que deseaban guardar el inestimable tesoro, se embotaron en la impotencia de los medios para lograrlo”. Concluía el suelto periodístico felicitándose de la presencia del Ejército “sustituyendo a un cuerpo de bomberos que no existe en Santiago” para concluir que “si no tenemos ayer soldados en Santiago, ¡quién sabe si hubiera perdido totalmente Compostela su más valioso museo!”.

Idéntica sensación de indignación se recogió en la sesión plenaria municipal celebrada a los pocos días, donde el citado García Ferreiro hizo un pormenorizado relato de los sucedido en el incendio en el que estuvo presente, y el también concejal López Pol se lamentaba de lo perdido como “propiedad de todo el mundo” y cuestionaba que el Cabildo hubiera convertido la Capilla en una verdadera fortaleza “para seguridad de los objetos en ella guardados” pero “nada había hecho para prevenirse de una desgracia como ésta”.

25 abr 2021 / 01:00
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