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DEMETRIO PELÁEZ CASAL / Subdirector / Santiago

Tirar una Vespa desde los acantilados de Brighton

Un viejo dicho de quienes se ganan la vida embarcados afirma que “si no sabes rezar, sal a la mar”. A buen seguro se trata de una magnífica recomendación, pero algunos aprendimos tales ritos hace ya más de tres décadas sin necesidad de salir a capturar atunes o similar. Lo hicimos viajando de paquete en la Vespa del fotógrafo Xoanma Porto, un tipo estupendo en todos los sentidos pero que no solía preocuparse gran cosa por el confort físico y mental de quienes se sentaban en el asiento trasero de su desquiciada scooter. Aquella Vespa estaba más quemada que el palo de un churrero, por lo que era necesario remar con las piernas para afrontar con éxito infinidad de pendientes, pero en las cuestas abajo se convertía en una especie de vehículo isotónico, se lanzaba a toda velocidad y su conductor, feliz, dejaba que el trasto se desfogase sin trabas hasta el próximo repecho. En tan barrenada motocicleta cubrimos ambos infinidad de noticias a finales de los años 80, cuando todos estábamos mucho más locos y el periodismo aún no se había refugiado en los despachos.

En aquel tiempo, con veintipocos años, llegué por primera vez a El Correo. En el primer piso del viejo edificio de Preguntoiro 29 todavía había que escribir en recias máquinas Olivetti, las fotos eran en blanco y negro y en la redacción se respiraba un ambiente magnífico a nivel humano y profesional, pero mediocre, como ocurría en todos los recintos cerrados, en lo que a salubridad se refiere, con decenas de cigarrillos quemándose en los ceniceros y un penetrante olor a líquido de revelar cuando pasabas cerca del laboratorio de fotografía. Allí era habitual ver a Manolo Blanco acordándose de todos los santos cuando lo que salía de los carretes no era exactamente lo que deseaba, y eso ocurría con frecuencia.

De aquella redacción entraban y salían constantemente muchos personajes peculiares, como Roberto Quamata, que parecía recién sacado de una novela de detectives -¿cómo olvidar sus originales crónicas?-, o el nuevo fichaje para dirigir el área de Diseño, Xurxo Fernández, cuyas primeras ilustraciones para el suplemento Galicia Vacaciones siguen pareciendo ultramodernas tres décadas después. En aquella revista de verano nos estrenamos como reporteros el también madrigallego Suso Mourelo, seguramente el mejor cronista de su generación, y este servidor bajo las órdenes de Caetano Díaz, gran maestro y amigo, que desde el primer momento dejó bien claro lo que quería. Nada de rollos macabeos, solo crónicas fresquitas y que transmitieran el ‘sapore di mare’ que se respiraba de costa a costa. Total, que pasamos dos meses rulando de concierto en concierto, de romería en romería, de sarao en sarao. La década prodigiosa llegaba a su fin y había una especie de necesidad compulsiva de escribir al ritmo de Nacha Pop y de La Mode, de Alaska y de Radio Futura, del lirismo de Golpes Bajos y de las gaitas de la Galicia caníbal bajo un sol do carallo. Al dúo se sumó pronto Cristina Sánchez Andrade, que bordaba las entrevistas y aportaba a todas sus crónicas un atrayente toque lírico. No es de extrañar que muy pronto se convirtiese en una de las escritoras más reconocidas del panorama nacional.

Todo aquello pasó volando. De repente las maquinas de escribir se convirtieron en objetos vintage, las fotos cogieron color... y cuando nos dimos cuenta estábamos cambiando de siglo. Aquellos tiempos, y los de ahora, transcurrieron en la sección de Local junto a unos compañeros excelentes en todos los sentidos, aunque a veces falla de una forma clamorosa el avituallamiento de regalices. Tendremos que resolver tan magno problema antes de llegar al número 60.000.

Con la crisis de los cuarenta llegó el momento de hacer alguna otra locura y nuestro director, tras impulsar la creación de Correo TV, aceptó que el turboperiodista Ángel Seijo y este menda montáramos un programa televisivo sobre coches que en realidad iba de todo menos de coches, aunque algunos pasaron a mejor vida destrozados a martillazos y otros sirvieron de excusa para que políticos como Sánchez Bugallo condujese el Escarabajo cabrio de mi viejo compañero y amigo por el Obradoiro o que Conde Roa entonase canciones de Jonh Denver junto a una furgoneta hippie de los setenta.

La próxima locura en compañía del gran Seijo será, antes de que el periodismo nos retire, viajar con ella hasta Brighton y tirar algunas Vespas mod desde los acantilados al ritmo de The Who, como en la película ‘Quadrophenia’. La de Xoanma Porto debería ser, por chunga, la primera, pero ha de saber que el indulto ya está tramitado. Al fin y al cabo, ojalá volviesen los tiempos en los que aprendimos a rezar sobre su petardeante motor.

16 jun 2020 / 01:26
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