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Secretario del Consejo de Administración

Todo empezó en el 35.155... y continúa en el 50.000

Corría junio de 1978. Yo tenía apenas 24 años y recién terminados los estudios de Derecho. Pretendía entrar a trabajar en las oficinas madrileñas del grupo de empresas de Feliciano Barrera. En la sala de espera, un ejemplar de EL CORREO GALLEGO (ahora lo he sabido, era el número 35.155), informaba de las discusiones en el seno de la Comisión que redactaba la Constitución o del viaje de los reyes a un Teherán ya convulso, casi prerrevolucionario. Recuerdo que al finalizar la entrevista que él mismo me hizo, me preguntó “si me gustaba Galicia”. Pues claro que sí, me encanta, contesté, persuadido de que tal respuesta, en un despacho en el que abundaban las referencias a su tierra natal, pictóricas, fotográficas y ornamentales, podría representar una ayudita... El caso es que debí salir bien parado de la entrevista.

Unos pocos días antes también me había licenciado del servicio militar. Tuve la fortuna de cumplirlo aquí cerquita, unos meses en Figueirido, a un paso de Pontevedra, creo recordar que era el C.I.R número 13 y luego en A Coruña. Para aquel entonces mis recuerdos de Galicia se limitaban al pequeño martirio que suponía bañarme, de muy niño, en las frías aguas de las playas de Bueu, donde mis padres nos llevaron a pasar unos días algún verano. Todavía mis hermanos mayores me recuerdan las infantiles palabras que acertaba a pronunciar con lengua de trapo intentando evitar lo inevitable, sumergirme en aquellas gélidas –entonces me lo parecían y creo que ahora también me lo parecerían– aguas. Etapa infantil aparte, la del servicio militar era mi primera inmersión en esta querida tierra.

Tengo muy buenos recuerdos, casi todos lo son, de aquella época de servicio militar. De aquellos permisos que solo, o en compañía de otros, utilizaba para conocer mejor esta tierra mágica. De aquellos viajes de un solo día, por la costa norte, por Cedeira y San Andrés de Teixido, la Mariña lucense, las Rías Bajas, o por Sada, Oleiros, Pontedeume, siempre yendo y volviendo en el día, que no teníamos pase pernocta... Pero teníamos un destino preferido, Santiago. Pasear por las calles de su casco viejo era algo relativamente fácil, a tiro de piedra de Coruña, de manera que escapar a Compostela poco a poco se fue convirtiendo en habitual.

Tuve la fortuna, además, de hacerlo con un compañero de mili, Enrique (no puedo recordar su apellido, aunque tengo la excusa de que no éramos del mismo reemplazo); era un tipo interesante, de conversación fluida y con suficientes conocimientos de arte e historia como para lograr que detrás de cada piedra compostelana se escondiera algún secreto, alguna anécdota, o simplemente, algún dato curioso. Tenía además un “pico de oro”, lo que le permitía enrollarse de maravilla con las universitarias santiaguesas, y como yo le acompañaba y también me gustaba hablar... bueno, hasta ahí puedo leer. En aquellas correrías, lo recuerdo bien, era muy habitual hojear (y ojear) este periódico en alguno de los numerosos bares y tabernas del casco de Santiago. Incluso, con las limitaciones de la época y de nuestra poco disimulable condición militar, a veces mi amigo improvisaba debates, animados por aquellos severos barrantes en cuenco blanco, iniciados a partir de las noticias que nuestro periódico publicaba de la España de la Transición. Aires de libertad en compañía preferentemente femenina. Y es que mi amigo Enrique era un gran estratega...

Aquellos fueron mis primeros contactos con la histórica cabecera que hoy llega al número 50.000. ¿Quién iba a decirme que unos meses después, en junio de 1978, aquel serio señor que me entrevistaba era el refundador, alma máter y editor de EL CORREO y que me iba a abrir la puerta de una larga vida profesional, que aún hoy perdura, vinculada a su grupo de empresas? Pues así fue, aquel inolvidable señor tan serio, Feliciano Barrera, el mejor emprendedor posible, fue mi maestro, mi mejor catedrático, mi mayor exigidor, mi más severo juez, pero también, y sobre todo, mi mejor apoyo en momentos difíciles. A él le debo todo lo bueno que hoy pueda ser y tener en el ámbito profesional y ¿por qué no? también en el personal. Me siento por ello obligado, felizmente obligado, a honrar su memoria permaneciendo vinculado, al menos sentimentalmente, y espero que por mucho tiempo, con nuestro muy querido EL CORREO. Sé que él lo habría querido así.

16 jun 2020 / 01:23
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