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ANA PASTOR JULIÁN // Vicepresidenta Segunda del Congreso de los Diputados

Prevención y atención sanitaria: un legado de solidaridad en el espíritu jacobeo

POCOS FENÓMENOS SOCIALES Y CULTURALES nacidos en siglos remotos pueden, como el Camino de Santiago, ser identificados como precursores de la movilidad, de los intercambios y del cosmopolitismo que definen el mundo actual en una palabra: globalización. La peregrinación a la tumba del Apóstol, desde su descubrimiento en el siglo IX, ha representado una diversidad que no conoce de fronteras, que acorta las distancias entre las naciones y que pone en contacto a hombres –y mujeres, cuya presencia se remonta a Gildeberta de Flandes– como miembros de una comunidad universal.

Siendo ello así, puede comprenderse además que la ruta jacobea no fuese ajena a los indudables retos que plantea una humanidad en movimiento. Sin disponer de las herramientas conceptuales que Marshall McLuhan forjaría en nuestra época, la sociedad de otros tiempos supo sin embargo calibrar implicaciones y necesidades que nosotros hemos parecido soslayar, porque, confiados en nuestro asombroso desarrollo científico y técnico, considerábamos anacrónica la posibilidad de enfrentarnos a una calamidad de tanto alcance como la que ha resultado ser el Covid-19. Ciertamente, en la Edad Media no se sabía nada sobre los virus u otros patógenos, y las precarias condiciones higiénicas contribuían a la propagación de las enfermedades; pero la noción de la dignidad humana y el deber de socorrer al prójimo ya constituían los fundamentos éticos sobre los que habría de desarrollarse la conciencia de Occidente. Y fueron esos valores los que dieron forma a una serie de instituciones y de actividades destinadas a cuidar la salud y la vida de los peregrinos. Como afirmaba Miguel Cordero del Campillo, el eminente parasitólogo fallecido a comienzos de este año: “Albergues y hospitales de peregrinos generalmente fueron creados por obispos, abades, reyes y nobles, órdenes militares, gremios o individuos piadosos, de manera que, a partir del siglo XI, aparece una red hospitalaria a lo largo del Camino”.

La necesidad de prevenir la expansión de enfermedades contagiosas impulsó la creación de magdalenas y lazaretos como los que existían en Ferrol, en Betanzos, en Neda o en Pontedeume. Aunque escaseaban los médicos formados en facultades universitarias, la vocación sanitaria quedaba recogida en las actas fundacionales de los hospitales: “El fin principal que nos mueve a crear esta fundación es la curación y consuelo de los enfermos, así en lo temporal como en lo espiritual”. El trabajo se repartía entre los afanes de hospitaleras, enfermeros y hasta del celario, función asumida, como nos dice Antonio Viñayo, por “algún monje curandero habilidoso que infundiera confianza en los dolientes, de manera que no echaran de menos a sus familiares”.

En el contexto de la peregrinación a Compostela, la preocupación por la salud pública fue progresivamente ensanchando sus horizontes. Tras visitar la capital gallega en 1486, los Reyes Católicos comprendieron la necesidad de crear un gran centro asistencial destinado a los peregrinos, y expidieron una Real Cédula al efecto, cuyas disposiciones quedarían materializadas con la conclusión, en 1511, del precioso edificio que hoy sirve de parador.

Las dinámicas que facilitan la interconexión de los seres humanos han llegado en nuestro tiempo a un extraordinario grado de desarrollo, y a pesar de hundir sus raíces en precedentes tan inveterados como la peregrinación a Santiago, hemos sufrido como por asalto el embate de un flagelo que obliga a nuestros gobiernos y a nuestras sociedades a prepararse mejor para enfrentar el futuro. Desde el tiempo de los lazaretos e instituciones caritativas, la evolución de los derechos ciudadanos nos ha permitido desarrollar un Sistema Nacional de Salud que es el pilar fundamental de nuestro estado del bienestar, y que debe, hoy más que nunca, ser optimizado y fortalecido por políticas responsables y previsoras. Sin embargo, la moderna formación y la profesionalización de nuestros sanitarios sigue teniendo como base ese profundo sentido de la solidaridad humana del que deriva la vocación asistencial. En esta pandemia no sólo les hemos visto curar y cuidar, sino acompañar, consolar, animar; aun a costa de su propia salud física y mental, y sin contar con una seguridad que ha debido garantizárseles con muchos más medios. Y, junto al recuerdo perenne que debemos a las víctimas, es la gratitud que sentimos hacia todos esos profesionales la que nos obliga a trabajar para que, en lo adelante, podamos asegurarnos esa “abundante ayuda y protección para todos” que el famoso Dum pater familias –el himno de los peregrinos- busca en la invocación de Santiago.

24 jul 2020 / 18:25
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