IX Foro de Educación
«No podemos reducir un problema tan grave como la violencia sexual a una única causa como el porno»
La psicóloga y sexóloga Vanessa Rodríguez participa en el IX Foro de Educación la ponencia «Non é porno todo o que reluce: adolescencia, sexualidad y violencias», en la que aborda el papel del porno, las redes y la falta de educación sexual en la construcción de la adolescencia actual

Vanessa Rodríguez Pousada. / Cedida
Gabriela Barreiro
La adolescencia nunca ha sido un territorio fácil: siempre marcada por cambios, búsquedas y contradicciones, hoy se despliega además en un escenario donde internet, las redes y el acceso inmediato al porno moldean silenciosamente la forma en que los jóvenes se acercan a la sexualidad. En medio de estos discursos polarizados —donde a menudo se señala a un único culpable y se olvidan las múltiples capas del problema— surge la voz de Vanessa Rodríguez Pousada.
Psicóloga y sexóloga, lleva años analizando cómo entienden los adolescentes su cuerpo, sus relaciones y sus deseos, y advierte de la urgencia de dotarlos de herramientas críticas para que no sean las pantallas, sino la educación, la que guíe su mirada.
En el IX Foro de Educación, el próximo 27 a las 9 de la mañana, presentará la ponencia «Non é porno todo o que reluce: adolescencia, sexualidad y violencias», donde propone desmontar mitos, complejizar el debate y devolver a la escuela y a las familias la responsabilidad de acompañar a la juventud en una de las dimensiones más fundamentales de su vida: aprender a relacionarse consigo mismos y con los demás desde el respeto, la libertad y el cuidado. Su intervención busca abrir un espacio de reflexión colectiva sobre cómo educar en sexualidad desde una mirada crítica, inclusiva y adaptada a los desafíos de nuestro tiempo.
¿Por qué eligió ese título para su ponencia?
Porque hay una tendencia a pensar que si un adolescente ve porno, inevitablemente se convertirá en un agresor sexual, y eso no es cierto. «Non é porno todo o que reluce» resume la idea de que no podemos reducir un problema tan grave a una única causa. La violencia sexual no responde a una relación causa–efecto tan lineal. Parece que el porno es el único culpable, pero eso no es tan sincero. Para llegar a una agresión sexual influyen muchos factores: la historia de la persona, sus experiencias, su entorno cultural y social, además de su mundo interno. No podemos hablar nunca de un único elemento.
¿Por dónde va a enfocar su intervención en el Foro de Educación?
Primero haré una panorámica de lo que es la adolescencia actual. Muchas veces pensamos que siempre tiene las mismas características, pero hay rasgos que permanecen y otros que dependen del contexto social. Después pondré el foco en cómo se vive la sexualidad hoy, qué características sociales la rodean y en qué entorno se están formando adolescentes y jóvenes. Finalmente, analizaré el vínculo entre adolescencia, pornografía y violencia sexual, intentando escapar de simplismos.
¿Por qué es urgente hablar de pornografía y adolescencia en contextos educativos?
Porque el acceso es más fácil que nunca. El porno está pensado para adultos, pero muchos adolescentes lo consumen porque buscan información que no encuentran ni en la escuela ni en la familia. Ese vacío lo tenemos que asumir los adultos. La educación sexual debería estar presente desde las primeras etapas de la vida, no solo cuando aparece una alarma social. Pero casi siempre se reacciona tarde: hablamos de educación sexual cuando surge un problema, ya sea el porno, una infección de transmisión genital o un caso de violencia. Creo que deberíamos ponernos las pilas los adultos y adelantarnos a esas alarmas.
Para llegar a una agresión sexual influyen muchos factores: la historia de la persona, sus experiencias, su entorno cultural y social, además de su mundo interno. No podemos hablar nunca de un único elemento.
¿Qué papel juegan el entorno digital, las redes y el porno en la construcción de ideas erróneas sobre el consentimiento?
Un papel muy grande. Las redes están llenas de mensajes contradictorios: desde información valiosa hasta contenidos que refuerzan la violencia o el sexismo. El porno, sumado a esta sobreexposición digital, puede reforzar modelos poco saludables si no hay un adulto que acompañe y les enseñe a analizarlos críticamente. No se trata solo de enseñar contenidos, sino de acompañarles en cómo buscar información, cómo valorar si una fuente es creíble —por ejemplo, cuando un influencer dice algo— y cómo desarrollar pensamiento crítico ante lo que consumen.
¿Cómo afecta esta exposición a su visión del consentimiento, las relaciones y la sexualidad?
Si no tienen un marco crítico y educativo previo, el porno puede transmitirles ideas erróneas sobre el consentimiento, el placer o las relaciones igualitarias. Sin esa base, es más difícil diferenciar qué es una representación ficticia de lo que es una relación respetuosa en la vida real. Con una buena educación sexual, un adolescente puede ver un contenido, incluso violento, y tener la capacidad de analizarlo y distinguir lo que está mal y lo que no.
¿Notas diferencias en cómo afecta a chicas y chicos?
Sí, porque los mandatos de género siguen presentes. Ellos tienden a recibir más presión para adoptar actitudes activas o dominantes; ellas, para aceptar roles pasivos o complacientes. El porno muchas veces refuerza estos estereotipos. Y si no hay educación sexual de calidad, lo que ocurre es que se perpetúan.
¿Cuál es el mayor riesgo de no hablar con los adolescentes de estos temas?
Que se queden únicamente con la versión que encuentran por su cuenta, sin contrastar, y que construyan su idea de la sexualidad sobre representaciones distorsionadas. Además, si no hablamos con ellos, tampoco sabemos qué piensan, de dónde parten ni qué dudas tienen. Y esa escucha es clave para poder debatir y acompañarles.
¿Qué beneficios trae una educación sexual temprana y bien planteada?
Muchos. Si un niño desarrolla desde pequeño pensamiento crítico y moral, tendrá más capacidad de analizar lo que ve, sea un vídeo porno, una serie o cualquier otra representación. Podrá distinguir quién abusa, quién no, qué es respetuoso y qué no lo es. Y eso solo se logra con una educación sexual integral, básica y continuada.
¿Qué papel tienen las familias en esta educación?
Un papel fundamental. Muchas veces los adolescentes buscan en el porno o en redes lo que no encuentran en casa. Las familias deben ser parte activa de la educación sexual, no solo reaccionar cuando hay un problema. Por eso también es importante trabajar con ellas en talleres y darles herramientas para acompañar a sus hijos e hijas.
¿Cómo se está abordando hoy la educación sexual en las aulas?
Poco a poco se va mejorando, y a mí me gusta mantener un punto esperanzador. Muchas veces son las AMPAS, las asociaciones de madres y padres, las que piden talleres y contactan con profesionales para que impartamos formación tanto al alumnado como a las familias. Desde los centros educativos todavía cuesta más, también porque la carga lectiva de los profesores es muy grande. Por eso digo que sería positivo institucionalizar una asignatura y no añadir más peso al profesorado.
¿Debería ser una asignatura en la escuela?
Sí, sin duda. Lo ideal sería que fuera transversal, que atravesara todas las materias. Pero la experiencia nos demuestra que cuando se habla de transversalidad, al final se queda en cero. Por eso creo que es necesario que exista una asignatura específica, impartida por profesionales de la sexología. Porque además, muchas veces son docentes con buena voluntad quienes abordan el tema, pero no siempre tienen la formación adecuada. El riesgo es que acaben transmitiendo su propia moral sin darse cuenta, y una materia tan fundamental debe estar libre de moralismos.
¿Qué enfoques ayudan a tratar estos temas sin generar rechazo en el aula?
Escucharles antes de hablar, partir de sus preguntas e inquietudes y no imponer una visión moral, sino ofrecer información y herramientas para que construyan la suya. El respeto y la cercanía son clave para que se sientan seguros y participen.
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