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Del partido de fútbol al partido político

En el año 1957 un gran filósofo y escritor, ganador nada menos que del premio Nobel de Literatura escribió: “en efecto, en un partido de fútbol todo se complica por la presencia del equipo contrario. La reciprocidad positiva entre los miembros de un equipo está estrechamente conectada con otra reciprocidad negativa y antagonista” (Critique de la raison dialectique, Libro II, 2, p. 473, n. 35). Una persona de a pie se quedaría atónita al leer este profundo análisis que viene a decir que un equipo de fútbol jugaría mucho mejor si no tuviese que enfrentarse a otro, lo cual puede que sea cierto, pero a costa de que no hubiese ni partidos ni fútbol. Pero más asombrada se quedaría si supiese que ese libro de J.P. Sartre supera con mucho las 1.000 páginas y se escribió para justificar la existencia de los partidos comunistas, como protagonistas privilegiados de la historia.

Sartre, como muchos filósofos, creyó que su misión era ver las cosas con mucha más profundidad que la gente corriente y ayudarla a aclarar sus ideas, tal como pretenden hacer también los políticos. Pero si los filósofos y los políticos en vez de aclarar las cosas crean un mundo de abstracciones que velan la realidad, entonces no solo traicionan a su deber y su misión, sino que pueden caer en el ridículo. Otro gran filósofo, al que Sartre admiraba mucho, nos iluminó para que supiésemos qué pasa cuando escribimos a máquina: “la máquina de escribir vela la esencia del escribir y de la escritura. Ella sustrae del hombre el rango esencial de la mano, sin que él experimente debidamente esta sustracción, y reconoce que aquí acaece-propicia ya una transformación de la referencia del ser a la esencia del hombre” (M. Heidegger, Parménides, Akal, Madrid, 2005, p. 11). Si Sartre parecía creer que se juega mucho mejor al fútbol cuando no hay partido, Heidegger condenó a la hoguera a los que no escriben a mano, sin especificar si el lápiz es más auténtico que la pluma. Del bolígrafo no podía sentenciar, porque no se había inventado.

Esto es más que una mera anécdota, porque nos enseña cómo personas extraordinariamente inteligentes y brillantes pueden engañarse a sí mismas y dañar a los demás contribuyendo a crear la confusión con sus palabras vacías, una confusión como la que estamos viviendo en nuestra política tóxica, tal y como la ha definido con acierto Angela Merkel. Un filósofo puede hablar de fútbol desde la metafísica y decir una obviedad. Por el contrario, parece que la mayoría de nuestros políticos ya no saben hablar de nada que no sea de fútbol.

J. P-Sartre había nacido en 1905. Estudió filosofía e inició su carrera bajo la influencia de la filosofía alemana. En 1943, en el París ocupado por los nazis, publicó su obra maestra El Ser y la Nada, en la que no mostró interés alguno por la política. Es curioso que en la Francia ocupada se publicasen más títulos que en todos los EE. UU. durante la II Guerra Mundial. Fue así porque el gobierno militar alemán nombró un censor, que era un teniente doctorado en filología románica que puso solo dos condiciones a los editores: que no publicasen nada a favor de los judíos y en contra de Alemania y que no editasen diccionarios de inglés, que la gente buscaba para intentar entender la BBC.

Sin embargo en 1957 el apolítico Sartre dictaminó que “el marxismo era la filosofía insuperable de nuestro tiempo”, y así quiso justificar su inexistente militancia pasada y su nuevo compromiso. El día que la división del general Leclerc liberó París, Sartre y Picasso estaban en el teatro y se enteraron al salir de lo que estaba ocurriendo, viendo cómo la historia pasaba a su lado. Sartre tuvo la suerte de ganar mucho dinero con sus libros: novelas, dramas, filosofía y su obra periodística, y vivió toda su vida en hoteles. Fue totalmente libre y nunca se comprometió con nadie, ni siquiera con Simone de Beauvoir, su pareja. Pero eso no obstó a que dedicase su gigantesca Crítica a hacer, ya no la teoría, sino casi la teología del compromiso y del partido comunista, como su maestro Heidegger había hecho con el partido nazi.

Siguiendo a Gyorgy Lukács, un filósofo marxista húngaro, autor de una obra ingente y poseedor de una gigantesca cultura literaria y filosófica, Sartre desarrolló la teoría siguiente. Las sociedades están constituidas por grupos, regidos por las leyes del interés económico y político, que hacen que la gente considere la realidad social como una cosa, como algo inerte y objetivo que no se puede cambiar. Todos sus miembros son incapaces de entender la realidad y analizar su posición en el mundo, porque son víctimas de la ideología dominante, que es la ideología de la clase dominante, que construye una imagen del mundo al revés de cómo es. Esa imagen es inculcada a la gente con la educación y la propaganda, y hace que no sean conscientes y estén alienados.

La misión del partido comunista, según Lukács y Sartre, es lograr que la gente adquiera conciencia de su realidad, y que pasen de ser personas inertes a personas activas y capaces de organizarse para poder gobernar el mundo y orientar la historia. Será la misión de los líderes políticos, que necesariamente han de ser intelectuales, crear las ideas que permitan dirigir los procesos de transformación económica y social. Sartre fue un escritor que nunca trabajó físicamente; Lukács, hijo de un banquero millonario, también lo fue, aunque su vida se vio truncada por su militancia comunista, que le llevó al exilio en la URSS. Heidegger, que creyó que Hitler y los nazis eran los caudillos que iban a transformar Alemania y el resto del mundo, fue un profesor toda su vida. Fue miembro del partido nazi, como miles de profesores y millones de alemanes. Heidegger, incapaz de ver lo que tenía delante, se equivocó; Sartre también, porque se hizo comunista de papel poco antes de que el comunismo francés perdiese su prestigio por no apoyar las revueltas de 1968. Lukács tuvo que tragarse su orgullo sometiéndose a “autocríticas”. Todos fueron grandes pensadores que una vez se equivocaron y en alguna ocasión dijeron alguna tontería. Hoy duermen en el panteón de los grandes filósofos, tras haber vivido su personal “crespúsculo de los dioses”.

Pero tras el crepúsculo de los dioses estamos asistiendo en la vida política y cultural a la “aurora de los enanos”. Los enanos, en muchos casos, no han estado comprometidos con nada, nunca han creado una idea, ni son capaces de comprender las que ya hay, pero que están dispuestos a gobernar e iluminar a los demás, como si fuesen unos prodigiosos líderes y maravillosos pensadores, destinados a ser los timoneles del rumbo de la historia. En sus palabas no hay una tontería entre mil ideas, sino mil tonterías y ninguna idea.

Hay millones de personas honradas y decentes, trabajadores y profesionales competentes, e incluso muy destacados. Sin embargo nadie parece verlos, porque en la política y los medios solo parecen resplandecer los enanos. En todos los partidos políticos -si excluimos a la extrema derecha e izquierda- hay entre los que han sido y los que son gente muy capaz; y lo sé porque conozco a algunos de ellos personalmente y a la mayoría por sus obras e ideas. Pero han perdido el control y han sido silenciados y subordinados por los líderes de la política tóxica.

En la política tóxica, quienes ocupan los más altos puestos no son intelectuales que alguna vez se equivocan y de vez en cuando dicen una tontería, son personas sin ideas ni sustancia que no consienten que los más capaces les hagan sombra. Cuenta una fábula judía que una vez los árboles eligieron a su rey. Los árboles grandes y bellos fueron uno a uno diciendo que ellos no querían el cargo, hasta que le tocó el turno a la zarza. La zarza fue proclamada reina, pero no soportaba que nadie le hiciese sombra y por eso un día quemó a todos los árboles, dejando al mundo convertido en un zarzal.

Las personas inteligentes, sean quienes sean, se dan cuenta de que hay otras mejores, y que pueden llegar a ser como ellas trabajando y estudiando, porque los valores científicos, culturales y artísticos, para que puedan serlo, tienen que ser admirados y compartidos por todos. Las personas mediocres se diferencian de las demás en que saben lo que son y en que no quieren ser otra cosa. Por eso no quieren, como la zarza, que nadie les haga sombra, y siempre se dejan llevar por el resentimiento y la envidia.

Por eso los mediocres son tan peligrosos cuando alcanzan el poder. Necesitan degradarlo todo, para que todo esté a su nivel. No saben nada, y por eso no pueden reconocer que se equivocan, hagan el daño el hagan. Su resentimiento los hace mezquinos, porque tienen miedo a perder lo que tienen sin haberlo merecido. Siembran la noche y la niebla todo cuanto pueden, pero no pueden ocultarse del todo. Cada día los vemos, porque nunca conseguirán apagar la luz y dejarnos del todo en la oscuridad. Y es que vivimos a hombros de gigantes, que a veces se equivocaron, pero que nos dieron esa luz que los enanos nunca conseguirán apagar, porque sus ideas no son más que etiquetas vacías y su palabras una mera cháchara. Por eso de ellos no quedará nada más que el recuerdo y las consecuencias de sus errores.

08 nov 2020 / 01:00
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