Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h

Diez años del doble infanticidio que removió los cimientos de A Coruña

El 21 de agosto de 2011 Javier Estrada la emprendió a golpes con los hijos mellizos de su pareja, María del Mar Longueira, hasta que acabó con sus vidas // La madre fue imputada y condenada por homicidio imprudente y maltrato en el ámbito familiar

Hacía calor, mucho calor, la noche del 20 al 21 de agosto de 2011. Fiestas de verano en A Coruña. María del Mar Longueira trabajaba duramente en un restaurante. Tenía tres hijos aunque el mayor de ellos se había ido a vivir con su abuela. Pero los otros dos, Alejandro y Adrián, mellizos de diez años, eran dos bocas que alimentar; como lo era también Javier Estrada, su pareja desde hacía unos meses al que había conocido a través de una agencia matrimonial, pero que no trabajaba debido a sus problemas psiquiátricos.

Hacía calor, mucho calor, aquel día y María del Mar estaba muy cansada tras una dura jornada laboral en el restaurante. Las cosas en casa no iban demasiado bien. Javier llevaba días huraño y directamente le había planteado: “O los niños o yo”. La mujer llegó a casa cuando el manto de la noche ya cubría a una ciudad en fiestas.

Una vez en el domicilio, en la calle Andrés Antelo, y a pesar de que estaba agotada tuvo que completar las labores domésticas. Javier tenía signos evidentes de seguir malhumorado. Cuando acostó a Adrián y Alejandro y por fin pudo descansar llegó el hombre con ganas de sexo. A María del Mar maldita la gracia que le hacía. Él insistía y ella lo rechazaba: no era solo el cansancio de la jornada, estaba la dura realidad de que al día siguiente tocaba más de lo mismo: volver al restaurante en otra intensa actividad que la iba a dejar baldada. Javier, a su lado, no dejaba de murmurar pero ella se durmió,

En este punto conviene volver la vista atrás para situar a los personajes. Javier Estrada, según informes psiquiátricos, tenía “capacidad intelectual límite y presenta un trastorno de personalidad de tipo evitativo, con rasgos esquizoides, depresivos, límite y paranoide”. María del Mar Longueira, por su parte, presenta un trastorno mixto de la personalidad, con rasgos histriónicos y dependientes, y tenía “conservada su capacidad de entender y actuar”. Esa era la situación de ambos

Los otros dos protagonistas de esta historia, Alejandro y Adrián, no eran dos niños felices. Al contrario, desde que su madre los trajo al mundo sufrieron un sin fin de calamidades. Un padre biológico que se desatendió de sus obligaciones desde el minuto uno, con el que no tenían relación y que nunca se ocupó de ellos, ni afectiva ni económicamente, pese a que también vivía en A Coruña; una madre que destacaba por su “frialdad emocional”. Solo cuando estaban con su abuela materna los pequeños disfrutaban de algo de paz.

La cosa empeoró el día en que Javier Estrada entró en sus vidas. Lo primero que sufrieron fue una separación. Adrián, con un pequeño retraso de aprendizaje, se quedó con su madre y su nueva pareja; Alejandro vivía con su abuela y el hermano mayor de ambos que no quería saber nada de Estrada. Pero fueron solo dos meses los que tardaron en reunirse los mellizos en el piso de Andrés Antelo.

El hombre no les quería nada. Les odiaba y les mantenía en un estado de continuo terror. Por cualquier cosa, por pequeña que fuera, había golpes, insultos, todo tipo de humillaciones. Era una pesadilla auténtica la que vivieron los pequeños y sus quejas a su madre caían en saco roto: siempre daba la razón a su pareja, nunca jamás a sus hijos por mucho que la tuvieran.

UN DÍA TERRIBLE. Regresemos a la casa donde vivían María del Mar y Javier. A la noche del 20 al 21 de agosto de 2011, hace ahora diez años. La mujer dormía y él no era capaz de conciliar el sueño. Los pequeños ni se movían en una habitación en la que no había ni un solo juguete. Solo las camas.

Cuando la mujer se levantó repasó con Javier, malhumorado, que cuidara de los pequeños. Él asentía pero en su cabeza algo estaba a punto de estallar.

A pesar de que la madre de los niños “era consciente de la conducta violenta” del procesado hacia los mellizos, los dejó a su cuidado en la mañana del 21 de agosto.

Hacia el mediodía, Javier Estrada mantuvo una discusión con los mellizos, tras la cual los golpeó, primero con dos estantes de madera de un armario, que se rompieron durante la agresión, y luego con la parte metálica de un sillín de bicicleta, “con la conciencia y la voluntad de acabar con la vida de los dos niños”, según consta en los hechos probados de la sentencia de la Audiencia Provincial.

En el juicio el hombre relató que se despertó mal y que, por encima, tenía que hacerse cargo de los hijos de “su mujer”. Contó que quiso explicarles el funcionamiento de un reloj de aguja, pero ellos no sabían interpretar la hora. Su enfado fue creciendo ya que los consideraba unos inútiles: “¡¡¡Qué niños de diez años no saben cómo funciona un reloj!!!, llegó a exclamar durante su declaración.

Eran unos torpes, recalcó y eso le irritaba todavía más. Por encima, según quedó acreditado. Adrián y Alejandro eran niños inquietos, y con cierta hiperactividad, aunque Estrada los definía de otra forma. Uno de ellos, nunca llegó a saberse cuál de los dos, tiró el despertador al suelo y los demonios que anidaban dentro del cerebro de Javier salieron con todo su furor. La tragedia era inminente aunque nadie, en su sano juicio, podía imaginarse la magnitud de los hechos.

El hombre arrancó la barra del armario y la blandió contra los niños. Según el relato policial de los hechos Adrián huyó a la habitación y Alejandro a la cocina. Los mató, a ambos, ayudándose del sillín de una bicicleta. Luego los colocó juntos, en la misma postura, con las cabezas giradas como si estuviesen inmersos en el sueño más profundo.

UNA BARBARIE. Para el Tribunal hubo “ánimo de matar”, dados los repetidos golpes a los pequeños que se concentraban especialmente en la cabeza –10 impactos en el caso de uno de los mellizos y siete en el otro–. Teniendo en cuenta “los medios utilizados”, apreciaban además los magistrados la concurrencia de alevosía.

Durante la hora siguiente, el procesado comenzó a limpiar los restos de sangre, se duchó y “preparó sus objetos personales con la intención de huir, si bien finalmente optó por no hacerlo” y llamó a la Policía para confesar el crimen. La agente que lo atendió no daba crédito y los que acudieron a la vivienda se encontraron un espectáculo dantesco, a pesar de que apenas quedaban ni restos de sangre y el autor había ordenado toda la casa.

Inicialmente las cosas estaban claras: había un autor confeso y la madre no estaba presente pero tras las investigaciones todo dio un giro y el instructor decidió inculpar también a la progenitora.

La Audiencia de A Coruña condenó a Javier Estrada Fernández por dos delitos de asesinato y dos de maltrato familiar, así como coautor de dos delitos de malos tratos habituales y tres delitos de maltrato familiar.

A la madre, María del Mar Longueira, se le condenó por dos delitos de homicidio imprudente y cuatro delitos de maltrato familiar, al tiempo que la declaró coautora de dos delitos de malos tratos habituales y tres delitos de maltrato familiar.

La sentencia consideró probado que la convivencia de los menores con su madre fue “difícil desde su inicio”, tanto por la “pasividad” de María del Mar Longueira como por su actitud “agresiva” en otras, también desde que inició la convivencia con el otro procesado, en 2010.

“El comportamiento violento de la procesada con sus hijos no sólo continuó, sino que se exacerbó por la presencia del acusado”, sostuvo la Audiencia para la que, además, Javier Estrada no “aceptaba” a los pequeños y mantenía hacia ellos “una actitud absolutamente agresiva”.

A los dos niños “les dispensaba un trato violento y despótico en grado sumo, imponiéndoles sus ideas extremas del orden y la disciplina, con el conocimiento y aquiescencia de la madre, quien presenció multitud de esos actos violentos”. El hombre, siempre según el relato de los hechos probados, “los descalificaba públicamente. Les decía locos, inútiles, salvajes y tontos. Les gritaba, se dirigía a ellos en tono airado y agresivo, les daba frecuentes empujones, golpes en la cabeza y en las nalgas y les tiraba de las orejas con tanta fuerza que los levantaba en el aire”.

Javier Estrada fue condenado inicialmente a 43 años y siete meses aunque el Supremo le rebajó la pena a 37 años y siete meses porque entendía que no concurría la agravante de alevosía, de forma que la calificación jurídica no es de asesinato, sino de homicidio. A María del Mar Longueira le impusieron 12 años de cárcel, por delitos de homicidio imprudente y maltrato en el ámbito familiar.

Del “si lo cojo lo mato” al “los trataba bien”

··· Tras el crimen y a pesar de estar señalada, aunque antes de comparecer ante el juez que decidió imputarla, María del Mar Longueira, la madre de los mellizos asesinados, se paseó por distintas televisiones para expresas su estado de ánimo aunque, la verdad, muchos no se explicaban que pudiera mantener tal sensación de calma tras lo ocurrido. En todo momento aseguró sentir odio por el que hasta ese momento había sido su pareja sentimental, Javier Estrada. ‘Si lo cojo lo mato’, afirmó en unas declaraciones a la Televisión de Galicia. Con total desparpajo la mujer explicó que el autor del crimen solía ayudarle “a hacer las cosas” cuando ella regresaba del trabajo y a cuidar a los niños “porque veía que no daba con todo”. Asimismo, afirmó sentir “rabia” y “odio” por su expareja sentimental. “Si lo cojo, lo mato”, repitió. Tras conocer que el juez también la acusaba a ella, María del Mar participó en el programa de Ana Rosa Quintana y allí dijo: “Me encuentro mal, no hay explicación. Que me maltraten así los hijos, y encima que me imputen, no lo veo lógico con el dolor que estoy teniendo”. Sostuvo que ella no pudo intuir en ningún momento que sus hijos sufrían malos tratos: “Los niños no tenían ninguna marca, ni me decían nada”. Incluso asegura que llamaban “papuchi” a su pareja y lo trataban como si fuera su padre. “Mi pareja atendía a mis hijos como podía, nunca hubo nada de pegarles, por lo menos delante mía, mientras iba a trabajar, no lo sé”, y defiende que, según el médico, Javier podía hacer una vida completamente normal a pesar de la medicación: “No sé por qué lo hizo, no me lo explico” dijo antes de asegurar que las acusaciones que se vertían sobre ella eran falsas e injustas: “Delante mía trataba bien a los niños, conmigo nunca fue violento, me ayudaba a hacer las cosas...”. También insistió en que “no tenían ninguna marca, y estaban controlados por un pediatra y los profesores no decían nada”.

15 ago 2021 / 01:02
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.