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El Decorado de la Amistad

Amistad es una de las palabras más manidas y peor interpretadas del lenguaje coloquial de todos los días. Por confundir, hasta la RAE tiene dificultades para establecer el linde que separa al compañero del amigo. Son compañeros aquellos con los que nos pasamos gran parte de la vida en el trabajo, con los que compartimos casi más cosas (y más horas) que con la familia. Son compañeros los del equipo de juego, los del colegio o la universidad; son compañeros los de cama, como si la cama se llevase mejor con los compañeros que con los amigos.

Las parejas, ahora no está claro si son de compañeros o amigos, o cualquier otra cosa, salvo que son dos jugando, aparentemente, a la misma cosa. En cambio, son amigos los de las juergas, los de la taberna; aquellos con los que se comparte canuto, esnifada o jeringuilla. Hay algunos que hasta, estúpidamente, rebajan su rol de padres para ser amigos de sus hijos.

Y hay amigos que lo son desde la cuna hasta la tumba sin necesidad de tener mucho contacto con ellos. El caso es que el mundo se mueve torpemente en ese río de las emociones cuyas dos orillas son el compañerismo y la amistad.

Hablamos mucho de amistad y devaluamos otro tanto su significado. En su repaso a la Educación, Henry Adams decía que “los amigos nacen, no se hacen; un amigo en la vida es mucho, dos son demasiados, tres son difícilmente posibles”; y, refiriéndose a la amistad, manifestaba que “la amistad necesita un cierto paralelismo de vida, una comunidad de pensamiento, una rivalidad de objetivos”. Si la amistad es eso, definitivamente no abunda y es extremadamente selectiva.

Estamos rodeados de compañeros y escasos de amigos. Ya lo decía Francis Bacon en sus Ensayos sobre seguidores y amigos, allá por el 1625, haciendo referencia a sus envidiosos colegas: “Hay poca amistad en el mundo, y menos entre iguales”.

Cuando la amistad emerge milagrosamente de los circuitos más primitivos de nuestro sistema límbico, se abren inmensos horizontes de gratificación afectiva. En la Odisea, Homero dice que “un amigo puede ser tan amado como un hermano”. Pietro Aretino confesaba, en una carta del 7 de julio de 1535, a su amigo Giovanni Pollastra: “Guardo a mis amigos como los avaros hacen con sus tesoros, porque, de todas las cosas que nos otorga la sabiduría, ninguna es mayor o mejor que la amistad”.

En su ĒĒthika Nikomacheia (Ἠθικὰ Νικομάχεια), Aristóteles dedica profundas reflexiones a la amistad: “Entre amigos no hay necesidad de justicia”; “desear ser amigos es un trabajo rápido, pero la amistad es una fruta de maduración lenta”; “mi mejor amigo es el hombre que al desearme lo mejor lo desea por mi bien”. En la misma dirección se pronuncia el ensayista inglés Eustace Budgell: “La amistad es una inclinación fuerte y habitual entre dos personas a promover el bien y la felicidad del otro”. Para Ralph Waldo Emerson “un amigo bien puede ser considerado la obra maestra de la naturaleza”.

Aunque el lenguaje y las malas costumbres, en las que se nutre la adulteración moral, no lo facilitan, existen detalles muy sutiles que diferencian al compañero del amigo. En un artículo del London Journal, de Julio de 1763, James Boswell escribía: “Un compañero ama algunas cualidades agradables que un hombre puede poseer, pero un amigo ama al hombre mismo”. El compañero se asocia por una circunstancia o un interés; el amigo va desnudo de conveniencias. Como decía Elbert Hubbard, “un amigo es el que lo sabe todo sobre ti y aun así te sigue queriendo”.

La amistad es una planta muy delicada, que requiere cuidados especiales para que puedas disfrutar de su florecimiento. En términos vulgares, en boca de Samuel Buttler, “la amistad es como el dinero, más fácil de hacer que de mantener”. Podríamos añadir que la amistad es tan difícil de conseguir como el dinero honrado y tan fácil de perder como el dinero mal gestionado.

La adversidad curte la amistad y da la medida de la generosidad de los amigos. “No necesitamos tanto la ayuda de nuestros amigos como la confianza de su ayuda en la necesidad”, decía Epicuro. Eurípides no fue el primero en darse cuenta de que “la verdadera amistad se muestra en tiempos de dificultad; la prosperidad está llena de amigos”. Así lo expresaba en Hecuba; y en Hércules todavía fue más severo: “detesto al amigo cuya gratitud envejece, al amigo que se aprovecha de la prosperidad del amigo, pero no viaja con él en su dolor”.

En Ion vuelve a la carga: “Preferiría como amigo a un pobre hombre ignorante que a uno más inteligente y perverso”. En Orestes recalca: “Los amigos muestran su amor en tiempos de conflicto, no de felicidad”... “Un amigo leal vale más que mil parientes”. Cicerón creía que “la amistad hace que la prosperidad sea más brillante y aligera la adversidad al dividirla y compartirla”.

La amistad necesita pruebas para demostrar su fortaleza. David Greyson decía en Adventures in Contentment que “ninguna amistad real se hace sin un choque inicial que revele el metal de cada uno”. Charles Caleb Colton lo ilustra muy bien en Lacon: “Las amistades más firmes se forjan en la mutua adversidad, igual que el hierro, cuya fundición es más robusta cuanto más feroz es la llama”... “La verdadera amistad es como la buena salud; no descubres su valor hasta que la pierdes”.

La amistad también se nutre en el respeto y cultiva en la dignidad, sin engaños, con total desprendimiento de los ropajes del egoísmo. En The Unquiet Grave, Cyril Connolly lo refleja así: “Las amistades duraderas son aquellas en las que cada amigo respeta la dignidad del otro hasta el punto de no querer realmente nada de él”. En palabras de Hubbard, como el crédito, la amistad es más alta cuando no se usa.

Abundan los falsos amigos; los que se pegan como lapas cuando te adorna el éxito y te despellejan, como enemigos, cuando te visita el fracaso. En ellos piensa Esopo en sus Fábulas: “Un amigo dudoso es peor que un enemigo declarado. Deja que un hombre sea una cosa u otra, y entonces sabrás cómo conocerlo y tratarlo”. El filósofo Bias, del siglo VI a.C., uno de los Siete Sabios de Grecia, ya advertía: “Ama a tus amigos como si algún día fuesen a odiarte”.

En esta misma categoría interpretativa habría que meter a los amigos de Albert Camus, cuando recomienda: “No creas a tus amigos cuando te piden que seas honesto con ellos. Todo lo que realmente quieren es mantener la buena opinión que tienen de sí mismos”. O a los de Henrik Ibsen, de los que opinaba: “Hay que temer a los amigos, no tanto por lo que nos hacen como por lo que nos impiden hacer”.

La amistad tiene sus paradojas e interpretaciones torticeras, incluso en cabezas aparentemente bien pensantes, que no pueden librarse de sesgos ideológicos, sectarios o anacrónicos. En su carismático Brave New World de 1932, Aldous Huxley escribía: “Una de las principales funciones de un amigo es sufrir (de forma más suave y simbólica) el castigo que nos gustaría, pero no somos capaces de infligir a nuestros enemigos”.

En sus Máximas, La Rochefoucauld no regatea espacio a la amistad: “La amistad es sólo una conciliación recíproca de intereses y un intercambio de buenos oficios; es una especie de comercio del cual el amor propio siempre espera ganar algo. Sin embargo, el amor verdadero, por raro que pueda ser, es menos que la verdadera amistad”.

Otra versión mercantilista de la amistad la aporta Montesquieu en Pensées et jugements: “La amistad es un contrato en el que prestamos pequeños servicios a la espera de recibir algo más grande”. La sopa de Montaigne, hablando de la amistad, es igual de poco caldosa: “Lo que comúnmente llamamos amistades no son más que conocidos y familiaridades, ya sea ocasionalmente contraídas o creadas sobre algún diseño, por medio de las cuales ocurre alguna pequeña relación entre nuestras almas”.

El descafeinado intelectualismo francés, con un siglo de diferencia entre el moralista Montaigne (1533-1592) y el filósofo Barón de la Brède et de Montesquieu (1689-1755), no difiere mucho del utilitarismo afectivo del Duc de La Rochefoucauld (1613-1680). Parece que la época hizo mella en el sentido de amistad francés. Pasado el tiempo, Charles Péguy, en su búsqueda de la verdad en Basic Verities, no mejora demasiado: “El amor es más raro que el genio mismo; y la amistad es más rara que el amor”.

El mal uso de la amistad pudo haber llevado a Occidente a generalizar el dicho popular: “Dios me salve de mis amigos, que yo puedo protegerme de mis enemigos”.

En otras culturas aparecen delicados matices, ajenos al esplendor burgués, al poder adquisitivo o al ámbito geográfico, en contextos históricos distantes. Un proverbio nigeriano dice: “Cuando agarres a un amigo de verdad sujétalo con las dos manos”. En sus Moral Sayings, el esclavo romano Publilius Syrus hace gala de una sensibilidad exquisita: “La amistad encuentra o hace iguales”; “algo se muere en nosotros cuando perdemos a un amigo”; “la amistad que llega a su fin, nunca empezó realmente”.

Séneca marca diferencias en sus Cartas a Lucilius: “Uno que es nuestro amigo nos ama; alguien que nos tiene cariño no es necesariamente nuestro amigo”. En Much Ado About Nothing, Shakespeare hizo sangrar la herida de la complejidad emocional de la amistad: “La amistad es constante en todas las demás cosas, excepto en la oficina y en los asuntos del amor”; y en Julius Caesar, puso un toque de piedad en la amistad: “Un amigo debe soportar las enfermedades del amigo”.

Del plural manoseo de la amistad y las contradicciones atrapadas en las trampas que se esconden tras la cortina de nuestros sentimientos, desde un punto de vista confesional, quizá no haya égloga más hermosa que la de San Juan evangelista al parafrasear a Cristo con aquello de que no hay amor más grande que el de quien da la vida por sus amigos; y desde una perspectiva más laica, quizá lo más tierno y sobrio, libre de ambages siniestros, lo haya expresado Aristóteles: “La amistad es una sola alma que habita en dos cuerpos”.

19 dic 2021 / 01:00
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