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Elogio de la cordura

el club de consejeras, dentro de la Asociación Gallega de Empresa Familiar, ha tenido la idea, la inciativa y, por encima de todo, la consideración de amadrinar esta nueva columna, tal vez con cierta continuidad, por lo que hemos decidido bautizarla, retorciendo para ello el título de la célebre obra de Erasmo (por supuesto, sin siquiera atribuirnos la primogenitura en esta sencilla ironía). El propio rótulo en griego clásico de ese ensayo –Morias Enkomion– oculta un juego de palabras en homenaje del autor a su amigo Tomás Moro, lo que nos hace ver con mayor simpatía –si cabe– el quiasmo elegido para este bautismo.

Por supuesto, sin ánimo alguno de competir en talento y brillantez con semejante cumbre del pensamiento renacentista, simplemente queremos comenzar agradeciendo que se nos brinde este rincón para poder detenernos a reflexionar sobre iniciativas que rebosan un elemento tan precioso como desaparecido en los tiempos hipermodernos y covidianos en que vivimos: cordura. En realidad, este humilde espacio puede verse como un nuevo ejemplo del positivo fruto que engendra la colaboración público-privada (Universidad-empresa, en este caso) cuando está bien encauzada. Y precisamente de eso hablaremos hoy.

En el marco de la –por todo el mundo conocida– situación de pandemia, saltan a los periódicos diversas muestras de solidaridad, con mayor o menor impacto en la opinión pública, en dependencia, sobre todo, tanto de su cuantía como del perfil público de quien las impulsa. En algunos casos, cabe destacar además que llovía sobre mojado, tratándose de la continuidad de actuaciones ya iniciadas en contextos de mayor normalidad, por decirlo de alguna forma. Y siendo casi siempre objeto de doble polémica: por un lado, criticadas por los contrarios –tal vez, los menos– y, por otro lado, apoyadas por quienes afean a éstos una actitud desagradecida.

Ciertamente, se encierra aquí un debate tan interesante como intenso, reflejo de la dicotomía entre la pretendida superior eficiencia de la iniciativa privada y la exclusividad en la defensa de los servicios colectivos a través de su gestión pública. O, proyectándolo más ampliamente, la perpetua y quizás inevitable elección entre la libertad y la igualdad; la cual, como casi todas las grandes polémicas de la historia, conlleva toda una serie de matices y modulaciones difíciles de resumir, aunque eso no impide la facilidad con que se caricaturiza, diana de los maniqueos planteamientos tan en boga hoy día. Dicho en idioma “milennial”: sobran caracteres para tuitear “que pague sus impuestos” o, por el contrario, “todos los funcionarios son unos vagos”, como muestras antitéticas de lo que se puede escuchar o leer –no sin cierto sonrojo– incluso en foros cuya altura intelectual, desgraciadamente, solo se puede presumir, pero no garantizar.

La idea y el propio sustantivo de “mecenas” nos remite a la antigüedad clásica, coincidiendo con el noble romano del mismo nombre, consejero del emperador Augusto, amigo de Virgilio y Horacio, protector

desinteresado de la actividad artística de la época. Pero no es necesario irse tan lejos, ni en el tiempo ni en el espacio, para encontrar interesantes ejemplos de esta actividad, o asimilables a la misma. A mediados del siglo pasado, el exilio gallego en Argentina impulsó un proyecto interdisciplinar para reconstruir la identidad y la memoria de Galicia, a partir del estudio y la divulgación de las formas existentes en su historia y tradiciones. Más concretamente, se concentraron en la recuperación de la industria cerámica creada a comienzos del siglo XIX en la aldea de Sargadelos (Lugo). Detrás estaban, entre otros, Luis Seoane e Isaac Díaz Pardo, y el resto es la historia, conocida sobradamente, de un grupo empresarial comprometido con la sociedad gallega, humanizando y significando el espacio de sus trabajadores. Espíritu que entronca con las aspiraciones y tendencias que deberían presidir las políticas corporativas de la empresa gallega moderna, esencialmente familiar, sobre la base del fortalecimiento de la responsabilidad social corporativa, en general, y de la filantropía y el mecenazgo, en particular.

Las familias empresarias quieren devolver a la sociedad parte de lo que reciben de ella. Su visión a largo plazo les lleva a pensar no solo en el resultado a corto, sino en su legado a las siguientes generaciones. En este sentido, las empresas, a través de sus actividades de responsabilidad social corporativa y, particularmente, las familias empresarias realizan distintas colaboraciones con su entorno más próximo en ámbitos muy diversos (económico, social, sanitario y un largo etcétera). La situación causada por la covid-19 quizás ha visualizado más esta aportación a la mejora de la comunidad, pero, con todo, se constata un cierto cambio de paradigma; la filantropía ha evolucionado desde la mera donación económica o de material –que no es poco– hacia la aportación del know-how y la capacidad organizativa de muchas empresas, que se ha puesto a disposición de diferentes gobiernos para ayudar a la gestión y salida de esta crisis sin precedentes; demostrando así que, además de la contribución cuantitativa, en determinadas situaciones, cuentan con una capacidad para atender necesidades y colectivos de un alcance que supera en ocasiones al de las instituciones públicas.

Las empresas familiares se caracterizan por mantener unos vínculos sociales muy fuertes con su entorno más próximo, mostrando una visión a largo plazo de los mismos. Así, las acciones de apoyo económico, sin contrapartida directa, pueden verse como manifestaciones de una sociedad civil moderna que participa en el espacio de acción social, favoreciendo el interés general, no necesariamente reservado en exclusiva al impulso del Estado. Para Aristóteles, toda virtud es una mesotés, una cumbre entre dos vicios, el centro entre dos extremos. El mecenazgo, ni equivale necesariamente a caridad, ni tampoco cabe ver siempre un posible negocio detrás del mismo. Más bien, refleja una actitud personal –y, por extensión, empresarial– de interés en mejorar el entorno, desviando para ello los recursos propios que se consideren oportunos. Partiendo de aquí, se entiende mejor que el o la mecenas quiera involucrarse en los proyectos que son de su interés. Pero ello no le convierte automáticamente en un “interesado” o una “interesada”, en el sentido más peyorativo del término. Al contrario, el propósito principal es fomentar iniciativas basadas en valores y promovidas por un amplio rango de individuos, familias, empresas y entidades no lucrativas, que se consoliden más allá de momentos puntuales de crisis como la que estamos viviendo.

Desde este espíritu cabe entender la propuesta del Club de Consejeras, finalmente incorporada en el número 76 del Documento del comité de expertos económicos que asesora a la Xunta de Galicia para afrontar la recuperación económica. Tanto desde la opinión de las proponentes como desde nuestra posición académica consideramos fundamental el diseño de mecanismos que permitan introducir la colaboración privada en proyectos de interés público, para contribuir a paliar las consecuencias económicas y sociales de la crisis que se avecina en múltiples sectores y colectivos. La idea clave es articular su integración como acciones sociales recurrentes en nuestra cultura e, incluso, promoverlas activamente en los campos donde, por diferentes causas, no puedan alcanzar adecuadamente los resortes de las administraciones.

De este modo, el Comité de Expertos ha considerado que “debe aprovecharse el momento actual para que mecenazgo y filantropía arraiguen en la sociedad”. Con este objetivo, se proponen dos medidas. La primera, crear un marco normativo capaz de favorecer la participación civil en la resolución de problemas sociales e incentivar las iniciativas filantrópicas. Con este fin, cabe regular un entorno operativo adecuado para poder aprovechar debidamente los recursos privados, generar valor común en todos los ámbitos de la sociedad y posibilitar que se transfieran medios, conocimiento y experiencia. La segunda acción implica realizar una labor pedagógica que ponga en valor la complementariedad y sinergias entre el sector público y el llamado tercer sector –fundaciones, asociaciones y entidades sin ánimo de lucro– así como la relevancia del esfuerzo voluntario y desinteresado de los filántropos.

Tal vez, si el tiempo y las circunstancias lo permiten, podamos volver sobre este tipo de asuntos. Pero, en cualquier caso, al menos habremos dejado modesta constancia de nuestro elogio a la cordura detrás de una iniciativa como la propuesta 76, que persigue avanzar en la conciencia colectiva y la responsabilidad hacia lo común y que, por tanto, debería ser inherente a nuestra condición de individuos viviendo en sociedad.

* (Elena Rivo es profesora del Departamento de Organización de Empresa y MK de la UVigo. Miguel Michinel es profesor de Derecho Internacional Privado de la UVigo).

05 jul 2020 / 01:46
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