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Filantropía express

    Cualquiera que haya tenido la oportunidad de escuchar el arrebatado concierto número tres en si menor Op. 78 de Camille Saint Säens -está en youtube, por cierto- es consciente de la gran dificultad que entraña su ejecución. Por ello, se intuye fácilmente el asombro que debió causar al afortunado público de San Francisco, asistente el 18 de febrero de 1936 a la representación de esa obra a cargo de la sinfónica de la ciudad dirigida por Pierre Monteaux, la entrada en escena de un niño de 8 años, violín en ristre, que comenzó a desgranar con suprema habilidad todas y cada una de las notas que encierra la endiablada partitura. Ese niño, con el paso del tiempo, se convertiría en uno de los violinistas más grandes de todos los tiempos, hasta el punto de que el salón principal del famoso auditorio Carnegie Hall de Nueva York fue rebautizado en su honor: Isaac Stern, quien lideró además años después al grupo de presión que apoyaría la compra del edificio por la ciudad de Nueva York, en 1960.

    De la sala que hoy lleva su nombre, Stern llegó a decir que era, en sí misma, un instrumento: “toma lo que tú haces y lo convierte en algo inmortal”. Ciertamente, es célebre la excelente acústica del Carnegie Hall, cuya construcción se debe al multimillonario Andrew Carnegie, que la financió en 1890, inaugurándose un año después. Este emigrante escocés en Estados Unidos trabajó desde muy pequeño en la empresa ferroviaria de Pennsylvania, en la que ascendió a gerente con apenas veinte años, convirtiéndose con el paso del tiempo en uno de los grandes mecenas de su época, destinando la enorme fortuna que llegó a amasar a la filantropía y la educación, fundando el Instituto Carnegie y el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, así como la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh, entre otros.

    Antes del siglo XX, los términos filantropía y caridad se usaban indistintamente para significar el acto voluntario de donación financiera con que se apoyaba a quienes atravesaban tiempos difíciles; visión tradicional centrada en ayudar a los menos afortunados, asegurando satisfacer sus necesidades básicas. A principios del siglo XX, cuando ricos empresarios de los Estados Unidos, como Andrew Carnegie, comenzaron a donar a una variedad de causas que iban más allá del bienestar y el alivio para los pobres, la visión de la filantropía cambió en al menos tres formas. Primero, en los tipos de causas respaldadas; segundo, tratando de aliviar no solo los síntomas, sino también las causas; y tercero, en relación con la motivación que guiaba la filantropía.

    Cien años después, en agosto de 2010, cuarenta de las personas más ricas de Estados Unidos se unieron en un compromiso destinado a donar la mayor parte de su riqueza para abordar algunos de los problemas más urgentes de la sociedad. Creado por Bill y Melinda Gates junto con Warren Buffett, nace así The Giving Pledge, que cobra vida tras una serie de conversaciones con filántropos de todo el mundo sobre cómo establecer colectivamente un nuevo estándar de generosidad entre las grandes fortunas del planeta, mediante el compromiso público de destinar buena parte de sus bienes a la filantropía. Concebido como un esfuerzo multigeneracional, el proyecto tiene como objetivo, con el tiempo, ayudar a cambiar las normas sociales del mecenazgo e inspirar a las personas a dar más, así como a organizar sus planes de donaciones, anticipándolos y ejecutándolos de manera más inteligente. Hoy, The Giving Pledge incluye a más de 200 personas, parejas y familias más ricas del mundo, con edades comprendidas entre los 30 y los 90 años, procedentes de 25 países (no se encuentra de momento nadie de España, aunque sí de Portugal).

    En un artículo publicado esta misma semana en el diario “El País”, bajo el sugerente título “Reconstruir el Estado”, Mariana Mazzucato, profesora de economía en el University College de Londres, se hace eco de la necesidad de estimular el crecimiento y colaborar en la lucha contra los grandes desafíos de nuestra era “fortaleciendo las capacidades del sector público y fijando objetivos claros para las alianzas público-privadas”. Dada la complejidad de los retos ante los que nos enfrentamos -como muestra, la actual pandemia-, se requiere de un modelo de gobernanza estratégica que sirva para aunar los esfuerzos del sector público y del privado, en el marco de un liderazgo visionario que, como señala la autora, “no es una opción, es una necesidad”. Un nuevo pacto social, en suma, donde los empresarios y empresarias socialmente responsables tienen mucho que aportar y en cuya línea cabe incluir iniciativas como The Giving Pledge.

    El mismo asombro que causó en su día el impresionante debut del niño Stern con su violín genera hoy la noticia -ya comentada aquí- de que McKenzie Scott (ex Bezos/Amazon) haya donado, durante el transcurso de la crisis pandémica, seis mil millones de dólares (lo escribimos en letra, para que no quede duda) a 500 organizaciones sin ánimo de lucro. Parece seguir así el consejo que, en 1906, recibió el primer multimillonario del mundo, John D. Rockefeller, de su consultor filantrópico, Frederick Gates, quien le advirtió de que, si no distribuía su fortuna más rápido de lo que crecía, “¡te aplastará a ti, a tus hijos y a los hijos de tus hijos!”. Filantropía express, para tiempos difíciles.

    25 abr 2021 / 01:00
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