Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h

Inercias

    En sus memorias, cuenta Louise Bourgeois -una de cuyas gigantescas arañas decora el exterior del Guggenheim Bilbao- que debe su vocación escultórica, en parte, a su padre. No precisamente en el entrañable sentido de que él fuera artista o, siquiera, la animara a ello.

    La anécdota devuelve de un solo golpe, cual boomerang emocional, las ácidas bromas que el progenitor -cuyo humor negro ella heredó- dirigía durante las cenas a la niña Louise quien, silenciosamente, mientras tanto, esculpía la figura paterna con miga de pan y saliva, para después cortarle la cabeza y comérsela. Ni el más avezado entre los dramaturgos clásicos griegos habría podido pergeñar tan siniestro símil.

    Esa fascinante creadora, que encaja en el cliché habitual, pues padecía insomnio, rabietas, depresiones oscilantes e incluso agorafobia, no deja sorprendernos cuando afirma que “el arte es garantía de cordura”.

    Cuando menos, en este caso, parece que la vida supera al arte, que es lo que significa en latín “ars/artis”, donde también quiere decir habilidad o disposición. Y lo contrario del arte (el no-arte) es la inercia (in-artis). Si damos por bueno el pensamiento de Bourgeois -quien llegó a decir de sí misma “soy mujer, por lo que no necesito ser feminista”- y afirmamos con ella que el arte es garantía de cordura, entonces la inercia, su contrario, en el mejor de los casos, no lo es, o lo es de locura, en el peor.

    Como aquí nos dedicamos a elogiar la primera y no la segunda, cabe subrayar entonces que la inercia no sale muy bien parada en el diccionario de la RAE, a lo que se ve. De hecho, sus acepciones son básicamente dos: por un lado, es la cualidad física de los cuerpos a mantener su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza; y, por otro lado, se la identifica con rutina o desidia (como en latín original, donde significaba indolencia o inacción). Sin olvidar que aquello afectado por la inercia es lo “inerte”; esto es, “tan quieto que parece no tener vida” o, directamente, “muerto”.

    Ciertamente, las inercias revisten una connotación negativa en muchos ámbitos de la vida. En las administraciones públicas, por ejemplo, se alude en tales términos a las dificultades con que se encuentran quienes deben tomar las decisiones, para vencer la resistencia de quienes han de ejecutarlas o de supervisarlas. En lo personal, a veces, las parejas continúan “por inercia”, ante el desasosiego de asomarse al vacío que toda ruptura plantea, ese vértigo desgarrador, pese a que el tiempo de crecer juntos puede haber finalizado hace mucho, o como sea.

    Salir de la zona de confort requiere voluntad de asumir cierto riesgo y asentarse en la inercia resulta, como mínimo, más cómodo. Pero siempre hay gente dispuesta a elegir el camino pedregoso. Que se lo digan si no a Bill y Melinda Gates, que anunciaron esta semana su divorcio tras 27 años casados. Si los ricos también lloran, los superricos entonces mucho más (aunque con facilidad para consolarse directamente proporcional, se supone).

    En el mundo del arte, suele decirse que las tres D que ansiosamente esperan los intermediarios son las correspondientes a deceso, deudas o divorcio. Viene todo esto a cuento en la columna porque, dado nuestro leitmotiv habitual, parece que esta ola emocional en la costa de Seattle puede derivar en un auténtico tsunami de impredecibles consecuencias dentro del mundo de la filantropía. Es lo que tiene el efecto mariposa, concepto extraído de la teoría del caos, según el cual, cuando se produce una pequeña perturbación inicial en un sistema, mediante un proceso de amplificación, se puede generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo.

    Así, según afirma en twitter Bob Reich, politólogo de la prestigiosa Universidad de Stanford, “el divorcio de la pareja más importante de la filantropía plantea todo tipo de preguntas sobre el futuro de la fundación e incluso el de la filantropía en sí”. Como casi todo en la vida, dependerá del acuerdo al que se llegue; pero conviene apuntar que, aún en el mejor y más suave de los divorcios -si eso existe-, suelen dividirse las fundaciones, para mejorar la autonomía y evitar roces.

    Sin que quepa confundir legado con inercia, ya hemos venido hablando aquí de la importancia de planificar y profesionalizar la sucesión en la empresa familiar, como vía para garantizar la permanencia de su legado original. Toda situación de traspaso de poderes -sea al frente de una empresa o de una fundación, pero también, por ejemplo, de una administración pública- se expone al arrastre de la inercia, de lo ya conocido, lo cotidiano, lo que ya se sabe hacer. No obstante, detrás de la catarsis que todo cambio traumático conlleva, se esconden siempre oportunidades para la mejora y el avance.

    Un fallecimiento, un accidente, un divorcio... pueden dar un vuelco inesperado a la vida familiar y, por extensión, a la empresa asociada a la misma, de ser el caso. Una adecuada organización de la sucesión en la empresa debe facilitar un relevo sensato, conjugando lo mejor del pasado con la necesaria visión de futuro que requiere todo proyecto con aspiración intergeneracional. Nuestras empresas deberían aprender de esta pandemia sobre la importancia de planificar y reciclarse, anticipando posibles cambios, incluso sobrevenidos. La que lo ignore, corre el riesgo de quedar perpetuamente “in-erte”.

    09 may 2021 / 01:00
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.