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La droga vuelve a los penales al reanudar las visitas íntimas

Preocupación de los funcionarios por la reapertura “tan temprana” de los centros penitenciarios gallegos // Miedo ante la posibilidad de nuevos a contagios de covid // Durante el estado de alarma apenas se incautaron estupefacientes

Los estupefacientes se quedaron fuera de las cárceles gallegas mientras el coronavirus atemorizaba a todo el país. A falta de estadísticas por parte del Ministerio de Interior, así lo han evidenciado varios de sus funcionarios al confesar que “se incautaron y consumieron muchos menos drogas”. ¿La razón? Desde que se decretó el estado de alarma se restringió cualquier cita entre los reos y sus allegados.

Un total de 3.206 presos (2.985 hombres y 221 mujeres) dejaron de recibir visitas el pasado marzo tras el cierre de las comunicaciones que se llevó a cabo en las distintas penitenciarías de nuestra comunidad autónoma, localizadas en A Lama (Pontevedra), Teixeiro (A Coruña), Pereiro de Aguiar (Ourense), Monterroso y Bonxe (Lugo).

Los internos estuvieron aislados en sus respectivos penales, donde junto al personal del presidio vivieron esta situación con total incertidumbre, al igual que en el resto de Galicia. Tras el cese del estado de alarma, se reanudaron las contactos, a comienzos de junio, pero únicamente en la mitad de los locutorios disponibles, sin tocarse, y albergando hasta dos personas.

Depresores, estimulantes, y alucinógenos brillaron por su ausencia en las cárceles durante todo este tiempo. “Los decomisos bajaron porque todo lo que entra es a través de los permisos y los vis a vis”, señala Antonio Otero, responsable de prisiones de la Confederación Intersindical Galega (CIGA) y empleado en el centro de Teixeiro.

“Los estupefacientes dejaron de llegar, eso es un hecho objetivo” afirma también un trabajador de A Lama que prefiere permanecer en el anonimato, achacando esta disminución a los mismos motivos. En este sentido, el vigilante destacó que durante este tiempo “no tiene consciencia de que se pillase nada en su turno”, un hecho extraordinario que no se recoge en ninguna estadística oficial de dominio público emitida por Instituciones Penitenciarias, del mismo modo que tampoco figuran las restantes incautaciones o las agresiones a este colectivo.

Esta falta de transparencia tiene una explicación bien sencilla para otro compañero del mismo penal, quien mantiene que “los datos si se registran, pero no les conviene publicarlos”, indicando que “al gobierno todo este tema nunca le ha interesado que saliese para no incidir en la opinión pública”.

En los centros de máxima seguridad del interior de Galicia también notaron una menor afluencia de este tipo de sustancias. “Cuando hay droga se nota y en el período de confinamiento sí que percibimos una bajada en algunos comportamientos que suelen estar ligados a su consumo”, apunta un funcionario del Pereiro de Aguiar (Ourense). Asimismo, otro profesional de la cárcel de Bonxe (Lugo) añade que “entró muy poca cantidad, si no llegó a entrar nada”. Los testimonios de las cuatro provincias coincidieron al determinar que este fenómeno se dio como consecuencia exclusiva de interrumpir los “cara a cara”.

¿Pero cómo es posible que entrasen en estas instalaciones? Las fuentes consultadas coinciden en que los internos eluden casi todos los controles que se les realizan, ya que la ley solo permite cacheos superficiales que se realizan en su cuerpo y ropa. Además, se les pasa una “raqueta” para detectar cualquier posible objeto metálico que pueda ser utilizado como arma. Ese es el control. Pero aquellos que cuelan la droga, lo hacen escondiéndola en el interior de su cuerpo. “La única manera de comprobar si realmente van cargados es haciéndoles una radiografía, para lo que necesitamos tener la orden judicial correspondiente”, comenta con impotencia uno de los empleados de A Lama.

Aunque esta no es la única vía para conseguir estupefacientes. Varios de los entrevistados aseguraron que otra de las prácticas que los reos utilizan en ocasiones es fingir padecer una determinada enfermedad, con el objetivo de conseguir que les receten medicamentos y así poder hacer negocios o consumirlos sin ningún tipo de control.

A falta de narcóticos, lo que sobraba en aquellos momentos era la intranquilidad de estos profesionales por no infectar a los reclusos, especialmente en los primeros instantes, cuando apenas disponían de protección para hacer frente a los contagios. “A veces tenías que usar durante cinco servicios una mascarilla quirúrgica que se sabe que no se pueden utilizar más de cuatro horas”, relata José Manuel Piñeiro, que también trabaja en Teixeiro y es responsable de penitenciarías en la Central Sindical Independiente y de Funcionarios (CSIF).

Al inicio de julio, bajo el pretexto de volver a la normalidad cuanto antes, las cárceles gallegas duplicaron el aforo permitido en los locutorios, medida que se sumó a la reapertura de todas las cabinas y la vuelta de los “vis a vis” íntimos. En este contexto, también se han retomado recientemente los “cara a cara” familiares, los cuales comenzaron este mes de agosto, permitiendo reuniones de hasta cuatro personas.

La mayor parte del personal ve esta apertura de comunicaciones “muy acelerada”. “Muchos de los contactos que se están realizando no contemplan la distancia social y a las personas que acuden del exterior no se les practica ninguna clase de prueba para saber si traen consigo el covid-19, tan solo firman una declaración responsable conforme no presentan ninguna sintomatología”, señalan fuentes del Pereiro de Aguiar. La agonía es máxima respecto a estos encuentros de “doble filo”, que pueden pasar tanto droga como el virus, bajo una situación de aparente control.

Con relación a la probable subida del tráfico de estupefacientes tras los recientes citas entre los presos y su entorno más cercano, Antonio Otero (CIGA) destaca que “todavía no se ha notado este incremento, pero seguramente se volverá a producir puesto que es algo imposible de controlar”, una declaración que se identifica con la del resto de funcionarios. A estas preocupaciones se suman las denuncias de algunos trabajadores por ser una plantilla cada vez más pequeña, carecer de las medidas de protección adecuadas y no habérseles realizado todavía las pruebas serológicas.

02 ago 2020 / 00:00
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