Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h
Un libro recoge veinte perfiles de mujer completamente diferentes pero con un nexo en común: permanecer en el entorno en el que viven, el pueblo, y defenderlo TEXTO Ana Martínez

La lucha incombustible de las ‘Aldeanas del S. XXI’

Vivir en el pueblo es un regalo, por la tranquilidad, el espacio, su riqueza y la calidad humana. Todos estos motivos, y más, figuran en la publicación Aldeanas del siglo XXI en boca de mariscadoras, artistas, ganaderas, escritoras, agricultoras y arquitectas. Este viernes se conmemoró el día internacional de las mujeres rurales.

Ya sea elaborando vinos, cosechando, escribiendo, o limpiando montes, todas las participantes en la publicación que coordina Aser Álvarez y edita el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) reivindican su pedazo de paraíso y muestran un incombustible espíritu luchador, para empezar, por la consecución de mejores comunicaciones. Sus relatos son diferentes, como distintas son ellas, pero hay un nexo común: comparten el deseo de permanecer en el entorno en el que están.

El subsecretario del MAPA, Luis Álvarez-Ossorio, saluda los veinte perfiles sociodemográficos, económicos, laborales y familiares que contiene la obra y, en el prólogo, no duda en afirmar que con sus testimonios son “las mejores prescriptoras”. Muchas, indica, son protagonistas de cambios generacionales en negocios familiares, conservando la tradición; otras, artistas, escritoras, diseñadoras, artesanas o restauradoras. Y, en conjunto, “revitalizan”.

La ilustradora Andrea Fernández creó en A Illa (Pontevedra) La Platanera, un espacio creativo en la que fue la casa donde se crió con sus abuelos; Carmela Cano, matemática de profesión, cambió la vida urbana en Pontevedra y los números por el lugar de Arzúa y la fábrica del premiado queso de Galmesán; y si alguien en Nigrán llega a La Insuela en barco, será recibido por la perrita Bella, y la humana Natalia, alma de La isla de Tali. Los animales que arriban desnutridos, maltratados y exhaustos, vuelven, en su protectora, a nacer.

Lola Rontano, periodista, mora en Laxe (A Coruña). Viajó en noviembre de 2002 de Murcia a Costa da Morte para batallar contra la marea negra del Prestige y encontró un hogar: el suyo.

María Falcón y Cristina Yagüe son bodeguera y enóloga, respectivamente. El orgullo de estas Anónimas Viticultoras se extiende también a la comunidad LGTB. María lo tiene claro: “Nos interesa todo lo que sea ser visibles, ya no solo como trabajadoras rurales, sino también como mujeres lesbianas”.

Marifé González es una joyera “libre y brava” en Oia; y Cristina Fernández habita en Mesía con las vacas que “protegen el sueño” de sus yayos, pues cuando se vio en la encrucijada de decidir si la granja se reinventaba o cerraba no dudó, pese a que “el camino más difícil” fuese el de la “morriña”.

Soledad Méndez, trabajadora de barcos en Fisterra, es “marinera en un océano de hombres”; Ángeles Felípez, diseñadora y constructora en ese mismo entorno, en el fin del mundo; Elena Ferro, en Merza, es la “zoqueira” que se atrevió a resistir con los zuecos que su abuelo Perfecto empezó a crear en 1915; y Carmen Freire es “naturalmente labriega” en Brión.

Rita Neira, tendera en Vista Alegre de Soutolongo, sostiene un ultramarinos que le permitió “volver al origen”; la abogada Paula Garabal dejó la toga por el reiki y el aprendizaje de las leyes del conocimiento propio. Está censada en Moaña, donde estudia temas de coaching y de facilitación sistémica.

Adriana Echevarría, que dejó Uruguay en los noventa, es una artista del reciclaje en Marín; Noa Devesa, educadora en Oca, asegura que “un futuro diferente es posible”; Josefa Lestón, tractorista en Muros, a pesar de los duros inicios, nota que ya no quiere “cambiar”. Pero sí clama por un “cambio” para que la gente pueda volver sin temores.

María do Pilar Saampedro es mariscadora en Palmeira (“tan fundamentales somos que durante la crisis de la covid fuimos las que aguantamos al pie del cañón”); Maica Fernández y Marina Lourido son fabricantes de licores en Leiro (“un orgullo”); e Irene Gefaell es educadora equina en un entorno natural de Pontevedra (”ser caballo significa necesitar espacio”).

Ángela Aira es anfitriona del Camino en Fonfría, con una palloza en un “prado sagrado” donde el pan recién amasado se huele desde la carretera. A Reboleira es un albergue.

“El trabajo me hace levantarme muy contenta. Además, tengo a mi madre y a mi nieto al lado. No sé si se puede pedir más”.

Nada que añadir, desde luego.

16 oct 2021 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
TEMAS
Tema marcado como favorito
Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.