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La Mona Lisa

    EL CÉLEBRE CUADRO DE LEONARDO La Mona Lisa (o La Gioconda) resulta icónico por la misteriosa sonrisa con la que el genio de Vinci caracterizó al personaje, pero está salpicado asimismo de múltiples sutiles detalles, como el delicado velo que cubre, a forma de tocado, el peinado de la protagonista. El pintor del sfumato dominaba la técnica que consiste en difuminar los contornos, partiendo de ligeras gradaciones de tonos, valiéndose para ello de numerosas veladuras; esto es, capas de pintura tan delgadas que suavizan el color, al conseguir que la inferior quede transparente, palabra procedente como tal del latín tardío, aunque, en realidad, une el prefijo “trans-“ (“a través de”) con el verbo “pareo” (“aparecer”). De ahí que “transparente” se construye, etimológicamente hablando, sobre un participio presente, resultante en el adjetivo que se predica de todo cuerpo a través del cual aparece algo. Y de donde la transparencia es el sustantivo deadjetival que, en su significado originario, indica la cualidad de las cosas transparentes.

    La transparencia es un vocablo lo suficientemente maleable como para designar a la vez realidades bien diferentes, sin ir más lejos, si lo cambiamos de singular a plural. Pero no es cuestión (al menos, hoy no) de convertir en una columna sobre moda este espacio que tan amablemente nos cede EL CORREO GALLEGO, con la decisiva mediación del Club de Consejeras de la Asociación Gallega de Empresa Familiar. Por tanto, nos centraremos, continuando la tónica habitual seguida aquí hasta el momento, en la transparencia, en singular. Y lo haremos al hilo de una noticia que saltaba hace apenas un par de semanas a los medios, poniendo el foco sobre la intención del nuevo ministro de política territorial y función pública, Miquel Iceta, de acelerar la tramitación de la ley reguladora de los denominados “grupos de interés”, más conocidos por la expresión inglesa lobbies.

    La palabra lobby tiene cierta reminiscencia de una época pretérita en la que se podía viajar libremente por el mundo –algo de lo que ya prácticamente ni nos acordamos–, pues se trata del nombre que recibe en los países anglosajones la entrada de los hoteles. Por tanto, a cualquiera que haya salido fuera de España (o, incluso, dentro de ella) le sonará lo de “quedamos en el lobby del hotel”. Qué tiempos aquéllos. Y, precisamente, hay quien sostiene que el término se originó en el Hotel Willard de Washington D.C., donde solía disfrutar de un cigarro por las noches el presidente de Estados Unidos Ulysses S. Grant y a cuyo vestíbulo acudían los interesados en acceder al mandatario, tratando incluso de invitarle a alguna bebida, intentando congraciarse con él y poder así influir en sus decisiones políticas. Aunque también se ha dicho que la asociación procede del Palacio de Westminster en Londres, donde se situaba a la Cámara de los comunes, a cuyos pasillos (lobbies) acudían grupos de interesados en discutir con sus representantes. Sea como fuere, si consideramos la correspondencia en francés, mejor el anglicismo, no vaya a ser.

    Ya hemos tenido ocasión de mencionar en este rincón (Ofelia, 4 de octubre de 2020) la importancia decisiva que revisten los grupos de interés en el marco de las decisiones políticas, en general, así como en las de la Unión Europea, en particular. De hecho, hace relativamente poco, el 15 de diciembre pasado, se llegaba al acuerdo entre el Parlamento, el Consejo y la Comisión Europea, para hacer obligatorio el registro de actividades destinadas a influir en los procesos de toma de decisiones o en la formulación o aplicación de políticas o leyes a nivel de la UE. Esto, que ya existía con carácter facultativo, deviene ahora preceptivo. Tal registro, creado allá por 2011, es precisamente el Registro de Transparencia; de modo que el acuerdo alcanzado “establece principios y normas para un enfoque coordinado de la representación transparente y ética de los intereses a nivel de la UE, construyendo una cultura común de transparencia teniendo en cuenta las respectivas especificidades de las instituciones signatarias”.

    En España, hasta el momento, a la espera de la normativa prometida por el ministro Iceta, contamos con la recentísima aprobación, la semana pasada, por parte de la Asociación de Profesionales de las Relaciones Institucionales –echando mano de la técnica de la autorregulación– de un nuevo Código de conducta, para impulsar la profesionalización y buenas prácticas en el sector, reforzando así para sus asociados las exigencias de comportamiento ético y de transparencia. Por su parte, modestamente, la Universidad de Vigo, institución –líder en transparencia, por cierto– a la que ambos firmantes pertenecemos, plantea implantar en el Campus de Ourense un grado en relaciones internacionales orientado hacia el perfil de gestor de negocios y proyectos transfronterizos, que se espera contribuya a formar buenos profesionales en sector tan necesitado de ellos como decisivo para la buena marcha de la economía gallega. Confiemos entonces que el ministro Iceta afronte con la debida cordura el complejo reto que tiene por delante para mejorar transparencia en este sector. No sea que pasemos de admirar el fino velo que grácilmente se posa sobre el cabello de la Mona Lisa a correr uno bien tupido sobre el proyecto de ley anunciado cuando se presente. Tal vez sea mucho confiar, pues ministros hay muchos, pero Leonardo da Vinci solo uno. Y no es igual pintar La Mona Lisa que la mona, a secas.

    04 abr 2021 / 01:00
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