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La muerte del joven que levantó a la USC y Santiago contra el franquismo

A finales de 1972 un Policía Armado acribilló a José María Fuentes, un estudiante de Medicina de Outes// Hubo movilizaciones generales, cortes de tráfico, cócteles molotov, se cerró la universidad y la presión social provocó que se hiciera Justicia// El entierro fue una multitudinaria manifestación

José Antonio Pérez y Esperanza Pouso (textos), Javier Rosende (imágenes), Carlos Casal (archivo). José María Fuentes Fernández, Chema, de 20 años, y José María Q.B. (se preserva la identidad por respeto a su familia a la que no fue posible localizar), de 23, eran dos jóvenes bien diferentes cuya única afinidad era que se llamaban igual. El primero era alegre, responsable, buen estudiaante de Medicina en la USC, había realizado un curso de inglés en Londres, le gustaba la música y viajó a la isla de Wight que en aquellos tiempos era un paraíso de libertad y tolerancia, algo que al segundo de los José María le sonaba a chino: él recorría un camino bien distinto optando por la defensa a ultranza del régimen fascista, era subinspector de la Policía Armada y tenía, pese a su juventud, ganada fama de pendenciero. Como dijo el escritor Xoán Francisco García Suárez: “Adestrado na academia da Policía polo réxime para reprimir”.

Los dos jóvenes no se conocían a pesar de que el universitario vivió una temporada, cuando era alumno de La Salle, en una pensión en la plaza Rodríguez de Padrón, donde todavía se ubica la Comisaría en Compostela. Pero no se puede descartar que el agente le tuviera fichado como enemigo del régimen.

Daba igual. El encuentro entre los dos jóvenes quedó grabado a fuego. El que salió del alma reglamentaria de José María Q.B. la noche del 4 de diciembre de 1972 en la calle Doctor Teijeiro. Era madrugada y sábado y José María Fuentes junto con unos compañeros de facultad habían salido a disfrutar de la incipiente libertad que se vivía en los últimos años del dictador. Cenaron, se divirtieron y fueron a rondar (como miembros de la tuna) a unas compañeras que vivían en una residencia en esa misma calle, cerca de la clínica Álvarez.

La versión oficial de lo ocurrido se resume en la nota del Gobierno Civil de A Coruña que todos los periódicos publicaron. En ella se hablaba de que los agentes perseguían a unos ladrones, dispararon al aire y uno de los tiros accidentalmente alcanzó al joven estudiante de Medicina. José María estaba acompañado por su amigo Camilo Cortizo Moure y en la zona había otros testigos que rechazaron de plano, pese a la opresión de la dictadura, el relato de los hechos; es más, sostuvieron que José María Q.B. estaba de paisano y que disparó a bocajarro y por la espalda a José María Fuentes, quién falleció prácticamente en el acto. En su cuerpo había dos orificios de entrada, según relataba el médico que le atendió en la clínica Álvarez, uno por el hombro derecho a la altura del tercio superior y otro por la axila en dirección al tórax. Incompatible con la versión oficial que el gobernador civil, Miguel Vaquer Salort, mantuvo hasta que la presión social y la tozudez de la realidad le llevó a rectificar.

Todo Santiago conocía lo sucedido y, a pesar del control que ejercían los poderes fácticos del franquismo, la mecha no tardó en encenderse. El fin de semana fue de tensa calma con los universitarios manifestándose por las calles apoyados por muchos vecinos ante la atenta mirada de los efectivos de la Policía Armada.

FUNERAL EN OUTES. El traslado del féretro que contenía los restos mortales de José María Fuentes a su localidad natal de Outes fue una auténtica demostración de que su muerte no iba a quedar impune. Miles de universitarios y compostelanos vieron pasar entre aplausos el cortejo fúnebre desde la Facultad de Medicina, donde se le había realizado la autopsia, hasta la carretera de Noia. Después se produjeron concentraciones y cortes de tráfico y proclamas contra la violencia gratuita de los efectivos policiales.

El lunes se vivió una auténtica revuelta en Santiago. Los alumnos celebraron asambleas en las que se tomó la decisión de no asistir a clases y manifestarse por la ciudad, la USC se vio obligada a cerrar sus puertas, hubo lanzamientos de cócteles molotov, uno de ellos en la Facultad de Ciencias que permanecía abierta, y en otros puntos de la ciudad; se hicieron barricadas con materiales de obras y se cortaron las calles.

El Gobierno Civil tuvo que modificar su versión oficial y reconocer que se había producido un abuso policial y el juzgado ordenó la detención inmediata del agente. Compostela era un hervidero que se trasladó a Outes cuando miles de universitarios (más de tres mil señalaban las crónicas censuradas de la época) se dieron cita en la pequeña localidad para el entierro de Chema. Las flores se agotaron en Santiago y toda la comarca y centenares de claveles rojos se depositaron sobre la tumba en medio de una impresionante manifestación de duelo.

No hubo vuelta a la normalidad ya que la presión era tan grande que colectivos controlados por personas del régimen franquista, como el Colegio de Médicos de Galicia, el patronato de la universidad e, incluso, asociaciones de mujeres católicas, se vieron obligadas a emitir comunicados pidiendo que se depuraran responsabilidades... una posición inimaginable en aquella época.

Con los medios de comunicación controlados por el Gobierno Civil, EL CORREO GALLEGO llegó a publicar en su portada, ‘Claveles para Chema’, un comentario en el que se pedía una investigación independiente y una irónica Carta al Director con el título Foi sin querer, que consiguieron esquivar el rígido control que ejercía la censura institucionalizada.

El clamor llegó a otras ciudades universitarias y Chema se convirtió en todo un símbolo que el franquismo se vio obligado a frenar permitiendo las protestas (la policía apenas intervino) y responsabilizando de todo al agente que había disparado. Llegaron las vacaciones de Navidad, pasó el tiempo y la muerte de Chema quedó en el olvido. En las reivindicaciones de la Memoria Histórica sobre víctimas del franquismo no se hace referencia alguna a este joven que sufrió las consecuencias de una de las peores caras que muestra el fascismo: la represión policial sin causa justificada.

El primer agente condenado por un hecho cometido en acto de servicio

El periplo del policía José María Q.B., que tenía categoría de subinspector a pesar de sus 23 años, fue muy distinto desde que desenfundó su arma reglamentaria y acribilló a José María Fuentes. Inicialmente fue trasladado a Ourense, que iba a ser su destino semanas después de lo ocurrido, pero a instancias del Juzgado de Instrucción de Santiago, debido a la presión social que se ejerció, fue detenido tres días después y quedó retenido en los calabozos de la propia Comisaría.

El magistrado fue implacable con él y la fiscalía le acusó de asesinato con alevosía. Con una rapidez inusitada se celebra el juicio en la Audiencia Provincial de A Coruña en julio de 1973 con presencia de numerosos corresponsales de prensa extranjeros.

El 20 de julio de ese año se hizo pública una sentencia que puede calificarse de histórica: por vez primera un tribunal franquista condena a un agente de Policía por hechos cometidos en acto de servicio. Se le considera culpable de un delito de homicidio y aunque se le suprime el agravante de alevosía sí que se le aplica el de abuso de superioridad por su condición de miembro de las fuerzas del orden y por portar una arma. También se califica su acción como “un exceso de celo en el ejercicio de sus funciones” al considerar los magistrados que “no se requería el uso de la fuerza” y mucho menos el empleo “del arma reglamentaria” que portaba.

El subinspector de Policía fue condenado a 17 años de cárcel, tres menos de los que reclamaba la Fiscalía, y a indemnizar a la familia de la víctima con menos de un millón de pesetas que tuvo que desembolsar el Gobierno franquista: los jueces, en otra decisión inédita, consideraron al Estado responsable civil subsidiario.

Ninguna de las personas con las que contactó EL CORREO quisieron hablar del agente, del que el hermano de Chema afirma que ya falleció.

“Se quitó una vida por nada, truncando una carrera y una familia”
FERNANDO FUENTES FERNÁNDEZ
Hermano de José María

ESPERANZA POUSO

Outes

La muerte de un hermano es un recuerdo que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene muy fresco en la memoria. Fernando Fuentes Fernández ha hablado con EL CORREO GALLEGO sobre cómo recuerda todo lo acontecido aquel 4 de diciembre de 1972. Los disparos de un policía a José María Chema, que estudiaba medicina en Santiago, truncaron una vida. El suceso, que trataron de venderlo como una muerte fortuita, provocó intensas reacciones de condena en todo el país, especialmente entre el colectivo universitario. Fernando, que ha seguido la saga familiar y ejerce de médico en Outes, lo recuerda como un joven con inquietudes, muy alegre, juerguista y sociable.

Usted por aquel entonces era un chaval ¿Cómo recuerda todo lo que sucedió? ¿Cómo lo vivió su familia?

Recuerdo que me fueron a buscar a la pensión, me dijeron que tenía que salir, que hubiera un accidente. Fuimos al sanatorio Álvarez y me encontré toda aquella parafernalia. Seguidamente me metieron una pastilla en la boca y debí estar medio dormido. Fue un golpe durísimo. Y después todo lo que pasó, que fue peor aún, porque lo acusaban de que había un robo y era todo mentira. Nosotros el año anterior estábamos en una pensión al lado de la Comisaría y conocíamos a todos los policías, a los de la social, los secretos... y a este de vista. Mi hermana era más pequeña y vivía en Noia, estaba allí en el colegio, y mi padre y mi madre pues imagínate... Y luego lo que conllevó todo lo sucedido.

Chema cuando aconteció todo iba acompañado por un compañero. Su testimonio sería clave para saber lo que pasó realmente.

Sí, por Camilo. Creo que venían de cantar, él estaba en la tuna. Había un colegio de universitarias al lado del sanatorio, supongo que estarían rondando por allí y los paró la Policía, los grises. Le estaban pidiendo la documentación y entonces llegó el otro individuo y le pegó un tiro, sin más. Sé que le quitaron la pistola y que le dijeron que qué había hecho. Mi hermano murió en el acto; estaba a diez metros del sanatorio e ingresó muerto.

Se dijo que tenía inquietudes políticas e incluso trataron de venderla como una muerte fortuita.

Que había una vigilancia porque había habido unos robos por allí y que podían ser ellos. Una mentira del gobernador civil, era militar, que trató de remendar todo cuando se dio cuenta de que había metido la pata. Tenía ganas de esclarecer todo, pero el daño ya estaba hecho.

A raíz de estos hechos se desencadenaron manifestaciones en todo el país y la universidad incluso llegó a cerrar, algo inédito en la época en la que ocurrió todo.

Sí. Ya era un año en el que había bastantes jaleos. Pero en la universidad sí, se llegó a cerrar y se suspendieron las clases en Medicina. Aquí a Outes vino una gran cantidad de gente al entierro, autobuses y cientos de estudiantes; cada uno trajo una flor. Sé que había muchos guardia civiles por el monte vigilando. Yo lo que sucedió en Santiago ya no lo sé, volví al cabo de los meses, fui otra vez a la pensión y estaba la cosa muy revuelta.

Da la impresión de que sobre la muerte de su hermano se echó muy pronto una especie de ‘manto de silencio’. ¿Fue el deseo expreso de la familia o quizás consecuencia de la censura de la época?

De las dos cosas. Esto era un pueblo muy pequeño, una aldea, y aquí no venía nadie. Estábamos en casa encerrados, tan sólo se acercaban familiares todos los días. Hasta que empezó el juicio me parece que ya habían pasado un par de años desde que lo injuiciaron. Nosotros estuvimos aislados porque no se conseguía nada con la Dictadura, por mucho que dijeras iban a decir lo contrario.

Pero con la presión social se consiguió algo muy importante, pues el responsable acabó siendo condenado. ¿Alguna vez supieron de él o se dirigió a ustedes para disculparse?

Eso sí, fue condenado. Sé que murió, me lo dijo un señor amigo de la familia hace unos años. Me comentó que lo pasara bastante mal después, pero no lo sé. Creo que el padre de él le había escrito una carta al mío más o menos disculpándolo. Pero nada más, después no hubo ningún contacto. También quiso venir el gobernador civil a pedir perdón, pero no lo recibiera tampoco, dijo que no, que no entraba en esta casa. Él fue el que dijera que estaban robando, el que liara todo y el que puso la disculpa de que estaban persiguiendo a unos ladrones cuando era mentira. Primero declararon que iba corriendo y después se demostró que estaban parados, que no escapaban de nadie. El Gobierno Civil dijo que estaban escapando porque hubo un robo, que el policía los persiguió y que disparó al aire... bueno lo de siempre. Pero nosotros no tuvimos contacto con nadie.

Viviendo en una democracia, cuesta asimilar sucesos como el que rodeó la muerte de su hermano.

Se quitó una vida por nada. Truncó una vida, una carrera y una familia. Fue muy duro. Tuvimos muchas desgracias, unos palos terribles. Una tía mía me dice “a ver a quién le toca el próximo”, porque cada cierto tiempo nos pasaba algo. Ahora parece que hemos parado.

Me gustaría cerrar el círculo hablando de Chema. ¿Cómo era él?

Era una persona muy alegre, sociable, juerguista y un estudiante normal. Tenía un cierto mundo. Fuera al concierto de la isla de Wight y estuviera en Londres un verano aprendiendo inglés. También estaba en la tuna, pues en aquellos tiempos era lo que había, no se podía hacer otra cosa. Me acuerdo mucho de él... y parece mentira que ya hayan pasado cuarenta y tantos años. A los tres años nació mi hija, era la primera nieta, y eso en casa se notó mucho. Mi padre era muy niñero y estábamos muy tristes, pero con la llegada de Pepa empezó a cambiar todo. Y la gente se portó muy bien con nosotros, el alcalde de Outes fue muy amable y cariñoso.

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