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Las grandes palabras: ciencia

Al hablar usamos diferentes tipos de palabras. Algunas se refieren a cosas, por ejemplo, “gato” al gato; otras matizan a esas palabras, como por ejemplo “negro” a gato negro; otras sirven para unir a las palabras entre sí, como “y” u “o”. Algunas otras sirven para describir nuestras acciones, y esas son los verbos: comer, correr; y también tenemos palabras para sustituir a otras, como cuando decimos ese o aquel. Hay palabras que agrupan a otras palabras, y así sabemos que un gato es un felino, un mamífero y un animal vertebrado. Tenemos palabras que designan unas veces a cosas concretas y otras a cosas abstractas, y las necesitamos todas, porque gracias al lenguaje nos entendemos y podemos expresar nuestros sentimientos y así vivir en sociedad.

Pero además de las palabras que utilizamos en nuestra lengua común o cotidiana, también hay palabras técnicas, que solo saben manejar los especialistas y que son fundamentales para ellos, y otros tipos de palabras que parece que significan algo, pero que en realidad no significan nada. Son esas las palabras peligrosas, las grandes palabras, las palabras solemnes y altisonantes. Son esas las palabras gracias a las cuales unas personas pueden gobernar, oprimir y explotar a otras personas. Son las palabras por las que muchas veces se mata, como la patria, el reino, la guerra santa, pero también son las palabras que matan de una manera silenciosa, discreta, en nombre de las grandes abstracciones, como son la ciencia, la razón, la economía o la política.

Desde la Grecia antigua se piensa que el conocimiento consiste en pasar de lo concreto a lo más abstracto, y que la ciencia es el conocimiento de lo universal. Sabemos lo que es un gato, porque tenemos un concepto y un nombre que nos permite saber lo que todos los gatos tienen en común, y es eso lo que hace que un gato no sea un perro ni un ratón. Y también podemos hacer un dibujito, como hacen los niños, que nos permita decir “mira, eso es un gato”. Yo puedo tener un gato, que se llame por ejemplo Baldomero, pero no hay ciencia de mi gato, porque la zoología es una ciencia de lo universal. Y lo que llamamos universal se descubre mediante lo que llamamos abstracción, que es el camino que nos lleva de lo concreto a lo abstracto y de lo particular a lo universal.

Descubrir algo nuevo exige esfuerzo, a veces mucho, da mucho trabajo y también puede requerir disponer de dinero para pagar viajes, utilizar aparatos, comprar libros o hacer experimentos. Este es el largo y seguro camino de los diferentes conocimientos, que nunca nacen de la nada, sino que no son más que la prolongación de un camino iniciado por nuestros predecesores. No puede haber nada nuevo si antes no había otra cosa, y por eso todos los descubrimientos no son más que eslabones de una cadena que viene del pasado y se extiende por el espacio de la sociedad, porque todos nuestros conocimientos no serían nada si no pudiésemos compartirlos ni utilizarlos. Cuanto más crecen los conocimientos más se diversifican, y por eso las especialidades en medicina, física, matemáticas, química, biología y en las ciencias sociales y humanas se multiplican sin cesar. Se dice que cada vez hay más investigadores que saben cada vez más de cada vez menos, porque el conocimiento crece a tal velocidad que es imposible tener una perspectiva de conjunto. Ganamos en profundidad lo que perdemos en extensión, y esto es casi inevitable.

No solo crecen nuestros conocimientos de un modo exponencial, sino que cada vez hay más millones de investigadores, que publican millones de trabajos al año, y más centros de investigación y empresas que necesitan crear innovaciones para controlar los sectores de los mercados que ya existen, o crear otros nuevos. El mundo del conocimiento es un mundo gigantesco, en el que trabajan millones de peones que se tienen que ganar la vida y que son controlados, como todos los demás trabajadores, mediante un sistema de incentivos: económicos, sociales y de prestigio, gracias al acceso a cargos y al logro de honores: citas, premios, títulos honoríficos...

Es muy curioso observar cómo en nuestro mundo del conocimiento poblado por millones de especialistas, que solo pueden ser coordinados por las autoridades académicas o por las grandes industrias que generan el mayor gasto en investigación en los países avanzados -la inversión pública es solo un complemento de ese gasto-, algunos investigadores no hablan de lo que saben, que es mucho y muy importante, ni de su ciencia particular, sino de la ciencia en general, y de la ciencia en general pasan, con una alegría indescriptible, a hablar de la economía en general, del progreso en general, o de la humanidad, del universo, y de todo lo que haga falta, pretendiendo tener en esos temas, que no son temas concretos, la misma competencia que en su especialidad.

Veamos un ejemplo. Todos conocemos las famosas estatinas, que nos reducen el “colesterol malo”. Las estatinas son unas moléculas que se encuentran en algunas plantas, pero que también pueden ser sintetizadas, o sea, creadas artificialmente, como es el caso de la atorvastatina o la cerivastatina. Esas moléculas actúan sobre las paredes del intestino y generan una serie de reacciones químicas muy complejas que hacen que baje ese colesterol malo, pero que también pueden producir efectos secundarios leves, graves o muy graves. Como se estima que uno de cada cuatro adultos toma estatinas, cualquiera puede ver que esas moléculas, que son muy difíciles de estudiar, y que por eso tampoco se sabe del todo cómo funcionan, generan una riqueza increíble en las industrias farmacéuticas, que son las que tienen más interés y capacidad para estudiarlas. Una de ellas, Pfizer, que tuvo la patente de la atorvastatina, intentó crear otra molécula que aumentase el “colesterol bueno”. Para ello contrató a miles de químicos y buscó la colaboración de médicos. El proyecto fracasó porque los efectos secundarios del nuevo medicamento eran inasumibles, y miles de científicos contratados al efecto se fueron al paro.

Ser un especialista en una familia de moléculas requiere trabajo, esfuerzo, inteligencia y conocimientos y eso exige respeto para los millones de investigadores que trabajan en las industrias y universidades de todo el mundo. Pero algunos de esos investigadores caen en la trampa de creerse más importantes de lo que son, porque casi todos ellos son sustituibles por otros colegas igual de competentes o más, o simplemente que estén dispuestos a trabajar con menos sueldo, haciendo que las condiciones laborales de los profesores e investigadores del ejército global de la investigación se deterioren a ojos vistas.

Cuando una persona es consciente de quién es, de lo que hace y de cuál es su papel, es una persona lúcida, y los científicos deberían serlo por definición. Cuando se imagina una condición que no es la suya se dice que está socialmente alienada, o lo que es lo mismo, que no es capaz de percibir lo que en realidad es y está haciendo, y cómo la ven los demás. La alienación es la base del control social a través de la creación de imágenes falsas que permiten engañar a grupos de personas o a las sociedades en su totalidad. La técnica de dominar a la gente con ideas e imágenes se llama ideología, y su instrumento básico es la propaganda. Gracias a ella se puede hacer que la gente se sienta importante, cuando en realidad no son nada. La ideología no solo permite dominar a la gente, sino que además les da la esperanza de que cualquiera puede llegar a ser un nuevo dominador, ascendiendo social, económica o políticamente, y eso es peligroso.

A lo largo de la historia siempre se ha dominado a la gente con palabras, gracias a los mitos y a las grandes ideas religiosas o laicas. Creemos que porque ya nadie cree en los mitos y cada vez menos en las religiones ya somos libres del todo. Sin embargo eso no es cierto porque nuestros nuevos ídolos son las grandes palabras: la ciencia, que consigue hacer creer a los jóvenes investigadores que todos tendrán un brillante futuro, y permite manipular y dominar a capricho a países enteros, vendiendo a veces como conocimientos médicos ideas y torpezas de algunos políticos, amparados por la propaganda estatal y el poder coercitivo del estado; o la economía, que permite asfixiar el futuro de familias y personas con medidas que descaradamente están al servicio de unos pocos. Y no digamos ya nada de la nación, la patria o la civilización occidental. Éstas son las grandes palabras, las palabras envenenadas.

Hace poco ha muerto Quino, el creador de Mafalda. En una de sus viñetas decía Susanita: “amo a la humanidad, lo que me revienta es la gente”. Susanita era una niña, y por eso no se daba cuenta de que es mejor amar solo a la gente, porque se ha matado mucho en nombre de la humanidad.

07 mar 2021 / 01:00
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