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Los caminos de Santiago,
historia y patrimonio

Diputada por A Coruña, coordinadora y portavoz adjunta del Grupo Parlamentario Popular

El concepto de patrimonio cultural merece una pequeña reflexión. Vivimos en una sociedad que ha asumido que el valor se determina con parámetros económicos y que nuestro pasado histórico y cultural conforma un patrimonio, término también de carácter económico. El patrimonio es literalmente el legado compuesto por los bienes que pasan de padres a hijos. En el caso del patrimonio cultural, un conjunto de bienes culturales, artísticos, históricos, legados por nuestros antepasados, en un espacio y tiempo concreto. El valor económico de éstos es intrínseco desde el punto de vista histórico y cultural, pero también depende del beneficio que se extraiga de ellos. Es decir, tiene un valor económico concreto, pero otro añadido, más atractivo, que es la capacidad de extraer beneficios, un valor extra.

Una gran cantidad de metáforas del mercado se han trasladado al lenguaje político de la cultura. Sin duda este deslizamiento presupone que la cultura se puede y se debe entender en términos económicos, como fuente de beneficio, pudiendo también estar sujeta a las mismas reglas económicas. Pero no debe ser nunca el único enfoque posible. Porque la historia nos enseña que la cultura y la civilización tienen más que ver con el tiempo y con la paciencia, con la continuidad. El Camino de Santiago es un buen ejemplo de ello.

El mayor o menor valor del patrimonio cultural depende de la memoria, y de la pervivencia de esa memoria depende también nuestra mirada y nuestra mayor o menor apreciación frente a ese patrimonio. La memoria necesita ser alimentada, puesto que es un bien intangible, y por tanto sin valor económico aparente, que puede perderse en cuestión de pocas generaciones. Sin ella, que actúa como diferenciadora del territorio, como marca de identidad, el patrimonio pierde su característica singular.

Es evidente que en términos deportivos y de salud, o incluso de goce estético o cultural, da igual recorrer 100 kilómetros andando por el camino de Santiago que por las carreteras que discurren de Monforte de Lemos a Compostela: lo que diferencia a los caminos de Santiago es la sensación de formar parte de un todo armónico con la historia.

Miles de años han dejado trazas materiales e inmateriales en todos los rincones de Europa, y a veces, en muchos lugares conectados a un pasado común, que hoy forman parte de países diferentes.

El camino de Santiago fue el primer itinerario cultural europeo reconocido por el Consejo de Europa. Hay otros, pero ninguno tan exitoso como el primero.

Los caminos a Santiago, diseminados por todo el territorio europeo, fueron cruzados por millones de personas en un flujo ininterrumpido de actividad intelectual que ha dejado su impronta, ayudando desde su inicio a configurar un ser europeo cuyos rasgos continuamos discutiendo, pero del que no dudamos de su existencia. El descubrir esa impronta, el recuperarla, depende en buena medida de nuestro trabajo, como historiadores y también como políticos o legisladores. Es precisamente esa huella histórica y cultural la que enriquece el valor del camino.

La peregrinación y los valores que representa -la fe, la espiritualidad, la introspección, la fortaleza, la determinación, la identificación con un paisaje del que uno se apropia caminándolo, el descubrimiento exterior e interior, todos ellos aspectos que podríamos denominar personales e individuales- pero también el dinamismo que conlleva el viaje y la solidaridad para con todos aquellos a los que se conoce durante el camino, aspectos más colectivos o comunitarios. Rasgos todos ellos positivos que han hecho de los caminos a Santiago la ruta cultural más exitosa de todas las establecidas en Europa.

Entre los beneficios que aportan a los distintos territorios no se encuentra tan solo el dinamismo social y económico que generan, sino también aspectos de imposible cuantificación económica que tienen que ver precisamente con esos intangibles que mencionábamos: el intercambio cultural, la solidaridad, la apertura hacia realidades diferentes.

Esta dualidad tan extraordinaria, en delicado equilibrio, es la clave de su éxito y tenemos que ser capaces, más que nunca, de promoverla y también de preservarla.

25 jul 2022 / 01:00
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